El negacionismo científico se trata del rechazo a aceptar hechos y teorías que ya han sido respaldadas por la ciencia. Este rechazo no se basa en una reevaluación científica sino en motivaciones de otro tipo, ya sean ideologías, religión o política. Algunos de sus ejemplos más notables incluyen la negación del cambio climático, las vacunas, de la esfericidad de la Tierra o el tabaquismo. ¿Qué consecuencias tiene en la población el auge de teorías contrarias a la evidencia de los datos?
La difusión de información que no ha sido respaldada por la ciencia puede traer consigo problemas desencadenados con la desinformación y la desconfianza en la ciencia, entorpeciendo el avance del conocimiento y la comprensión real del mundo que nos rodea. La confianza en estas teorías implica una sociedad sin punto de vista crítico, dificultando una toma de decisiones informada sobre cuestiones científicas y sociales relevantes.
El estudio Desinformación científica en España, elaborado por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) en 2021, afirma que la desinformación se ha convertido en un fenómeno preocupante en todo el mundo. La crisis sanitaria por el COVID-19 fue una de las épocas más mediáticas de los últimos años, pero también fueron años donde florecieron las noticias falsas, tanto que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró esta infodemia como enemigo grave al mismo nivel que el virus.
Tan grave es negar la ciencia en el ámbito de la salud que, entre muchos ejemplos, durante su mandato en Sudáfrica, Thabo Mbeki (1999-2008) rechazó cualquier consulta con expertos y armó una política sanitaria basada en sus convicciones personales sobre el VIH y su creencia de que no causaba SIDA. Esta decisión hizo que se impidiera a miles de madres seropositivas en Sudáfrica tomar antirretrovirales y, por tanto, transmitieran a sus hijos esta enfermedad. Lo mismo ocurrió en 2020 cuando el por entonces presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sugirió que el coronavirus podría tratarse con inyecciones de desinfectante. Un día después, más de 100 estadounidenses tuvieron que ser ingresados por ingerir detergente e incluso lejía. Existen otros negacionismos como el que afirma que la Tierra es plana, incluso cuando la vida cotidiana nos enseña la forma esférica de nuestro planeta.
Las teorías de la conspiración no entienden de progreso. Aún en el siglo XXI es común ver arraigada en nuestra cultura la creencia desmesurada en teorías sin apoyo científico. En la actualidad, con el auge de los medios de comunicación y la velocidad de propagación de la información gracias a las redes sociales, el eco de las teorías conspirativas es aún mayor, lo que amplifica su alcance. Asimismo, hay expertos que indican que la desconfianza en las instituciones se suma a la necesidad de dar respuesta rápida a temas que no se dominan del todo, lo que da como resultado reacciones alejadas de la realidad.
No obstante, todas estas pseudociencias buscan la racionalidad en pruebas que confirmen sus teorías o en documentos a los que no se tiene acceso, pero cuando la evidencia real llega, sus argumentos se reducen a desacreditar a las fuentes y en seguir negando la evidencia científica. Lo importante es que, a pesar de todo, el auge de estas teorías no influye sobremanera sobre la confianza en la ciencia, según indican los resultados de la Encuesta de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología elaborada en 2023 por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt). La población encuestada mostraba un amplio grado de confianza en instituciones como hospitales (78,9%), universidades (72,8%) y organismos públicos de investigación (59,9%) y el negacionismo sobre cuestiones científicas es un factor residual en España, situándose en niveles por debajo del 10%.
¿Qué dice la ciencia sobre esto?
El catedrático de Lógica y Filosofía de la Universidad de Málaga, Antonio Diéguez, llama a esta tradicional desconfianza ‘anticiencia’, una forma de vida que llevan a cabo los opositores al consenso científico. Las personas negacionistas, indica el experto, se autoproclaman críticos, pero no en el sentido de cuestionar hipótesis científicas para mejorarlas, sino un comportamiento de rechazo basado en causas emocionales, algo que representa un problema para la aceptación de la ciencia.
En este sentido, el profesor de Psicología Social de la Universidad de Granada (UGR) Fernando Blanco Bregón, defiende que una de las razones por las que puede seguir existiendo rechazo a la ciencia entre algunas personas es que la mayoría de las explicaciones científicas están incompletas o son aproximaciones a la realidad, a falta de reunir mejores datos. “Los seres humanos tenemos unas inclinaciones y preferencias que no encajan con todo este esquema. Así, nos gustan las explicaciones completas, las que no dejan cabos sueltos. Lo vimos muy claro en la pandemia: en un momento de incertidumbre máxima (un virus nuevo), reclamamos a la ciencia certezas inmediatas, y como no nos las podían dar, recurrimos en masa a otras explicaciones (pseudocientíficas) que no tienen problema en hacer afirmaciones tajantes o en afirmar que lo explican todo”, indica el profesor de la UGR. “De alguna forma, necesitamos “cerrar” satisfactoriamente la explicación para quedarnos a gusto.. De hecho, en situaciones de alta carga emocional, una explicación insatisfactoria o incompleta nos crea ansiedad, así que recurrimos a otras vías para responder la cuestión. Por eso se cree que somos más vulnerables a estas teorías en periodos de incertidumbre/peligro, ahí la seguridad es más valorada que nunca, aunque sea falsa”, concluye.
Asimismo, las inclinaciones personales tienen mucho que ver en este conglomerado. Fernando Blanco, sobre esto, afirma: “Seleccionamos de forma más o menos inconsciente la evidencia que nos da la razón y filtramos la que nos contradice, y hacemos, siempre que es posible, la interpretación de los datos que encaja mejor con nuestra idea previa. ¿Qué consecuencias tiene esto? Pues que, por ejemplo, si tu actitud hacia las personas migrantes es negativa, estarás más dispuesto/a a creer un bulo que las presente negativamente, y menos dispuesto/a a creer un bulo que las presente positivamente”.
¿Hay estudios que incidan en las causas de esta desconfianza?
Existen estudios científicos que analizan las causas, manifestaciones y consecuencias del rechazo a la evidencia en diferentes áreas. Uno de ellos, publicado en la revista ‘Psychological Bulletin‘, defiende que cualquier persona puede caer en este tipo de creencias debido a una combinación de rasgos emocionales y personales, aunque hay ciertas personalidades más proclives a creer en esto. Su autora principal, Shauna Bowes, afirma que las personas incluidas en el segundo grupo no son personas con mentes simples, sino que en muchas ocasiones recurren a este tipo de teorías para saciar sus necesidades motivacionales y dar sentido a angustias personales, además de “sentir que la comunidad con la que se identifican es superior a las demás”.
En Andalucía, el Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA-CSIC) elaboró un informe en el que se ahondaba sobre qué pensaban los andaluces sobre las teorías de conspiración. En este escrito, la sociedad de la información y el auge de las redes sociales tomaban protagonismo, haciendo que la información circulara a niveles muy rápidos. Asimismo, ítems científicos como la llegada del hombre a la Luna eran cuestionados con un nivel alto, lo que confirmaba haber encontrado un número sustancial de andaluces que parecían estar de acuerdo con la existencia de diferentes conspiraciones. El objetivo de este estudio era el de identificar si existe una base de habitantes de Andalucía que cree en conspiraciones y conocer su perfil sociológico y político, además de conectar estas creencias con sus pautas de tiempo libre y consumo de medios. Del mismo modo se buscaba conocer las fuentes que se manejan hoy en día para acceder a la información y la confianza o credibilidad que les suscitan tanto los medios de comunicación clásicos como los medios sociales.
Sin embargo, este ensimismamiento tiene complejas repercusiones sociales. “Una vez que ‘compras’ una explicación o teoría, solemos activar todo un catálogo de mecanismos y de sesgos para evitar cambiar de idea e incluso para autoengañarnos. Así, lo interesante de estas creencias no es tanto su contenido, sino la capacidad que tienen para mantenerse aunque se les presente evidencia contradictoria. Llevado al extremo, lo que podría ocurrir es que haya sectores de la sociedad que sean, al menos en ciertos dominios y temáticas, insensibles a la evidencia, convirtiendo una cuestión de creencias individuales en un problema de salud pública, como por ejemplo en el caso de las vacunas”, añade el profesor de la UGR.
El negacionismo científico constituye una amenaza para el progreso y bienestar de la sociedad. Al restar credibilidad a los estudios, se promueve la desinformación y la desconfianza en la ciencia. Es esencial fomentar una educación científica para el desarrollo de una sociedad informada, capacitada para abordar los desafíos globales que se puedan presentar.
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