Revista iDescubre

Editorial

FEBRERO 2020 – ABRIL 2020

La conservación de la biodiversidad es, sin duda, la mejor vacuna frente la irrupción de algunas zoonosis inéditas y particularmente virulentas. El argumento, sobre el que insisten numerosos especialistas, bien puede trasladarse de la biología a la comunicación, porque la biodiversidad (de fuentes, de medios, de informaciones) también es imprescindible para garantizar una comunicación fiable en tiempos de incertidumbre. En un horizonte tan complejo como el que nos plantea la COVID de nada sirven los planteamientos reduccionistas y maniqueos que, con demasiada frecuencia, multiplican la angustia de los ciudadanos o, por el contrario, nos invitan a una peligrosa despreocupación. La inacción, en ambos casos, es la peor consecuencia de esa mirada monolítica en la que se nos hurtan demasiados matices.

Los patógenos se convierten en amenazas oscuras e ingobernables alimentadas por los bulos a los que, en ningún caso, puede amparar la libertad de expresión. No tiene sentido que un buen número de periodistas y divulgadores estén consumiendo más tiempo y esfuerzo en desmentir noticias falsas en torno a la pandemia que en generar nuevas informaciones rigurosas, oportunas y trascendentes.

Y tampoco está de más el paralelismo con la globalización, un fenómeno imparable que facilita el tránsito de enfermedades para las que ya no hay barreras geográficas. La comunicación, como la salud, necesita escenarios de proximidad en los que plantear acciones a escala doméstica. Sólo en lo cercano podemos advertir el contexto, y el contexto, a la hora de interpretar una realidad tan enrevesada como la que nos toca vivir, lo es (casi) todo.

El rigor, que nace de la diversidad, y el contexto, que se apoya en la proximidad, son dos valores innegociables para quien, desde la divulgación, quiera abordar las claves de esta emergencia sanitaria, social y económica. Ingredientes decisivos para evitar la inacción tanto de los poderes públicos como de los propios ciudadanos.