Las colecciones de los museos desvelan un declive del 30 por ciento en las abejas de España
A pesar de la creciente preocupación por el declive de los polinizadores en todo el mundo, especialmente de las abejas, los datos que se tienen al respecto están muy sesgados, ya que principalmente provienen de Estados Unidos y norte de Europa. Así lo afirma Ignasi Bartomeus, investigador Ramón y Cajal de la Estación Biológica de Doñana-CSIC y becario Leonardo de Biología, Ciencias del Medio Ambiente y de la Tierra en 2015, quien ha llevado a cabo una investigación en la que ha analizado las colecciones de museos y particulares para obtener datos de España y Nueva Zelanda sobre este fenómeno.
Los animales polinizadores son esenciales en los ecosistemas naturales y agrícolas por su destacado papel en la reproducción de las plantas y, por tanto, en la seguridad alimentaria. Se trata de insectos como moscas, polillas, mariposas y, sobre todo, abejas, en cuanto a número y eficiencia, los animales que llevan a cabo esta función tan elemental. En las últimas décadas diferentes estudios han alertado sobre la progresiva pérdida de los polinizadores invertebrados en todo el planeta. Algunos de estos trabajos señalan que hasta el 40% de ellos están amenazados, lo que podría poner en peligro la producción agrícola.
El estudio, que es la culminación del proyecto “Entendiendo el pasado para predecir el futuro de los polinizadores”, que obtuvo una de las Becas Leonardo de la Fundación BBVA, rastrea y analiza datos sobre la diversidad de abejas en España para poner en perspectiva la actual crisis que sufren y para comprender la evolución de sus poblaciones a lo largo del tiempo. En el trabajo de Bartomeus, publicado en la revista The Philosophical Transactions of the Royal Society B, el investigador y su equipo han recopilado los datos existentes en colecciones y libretas para compararlos con los datos actuales de las mismas zonas donde se recogieron. Destaca la información que el coleccionista Enrique Asensio recopiló en los años 70, con muestreos de muy buena calidad en Castilla y León y alrededores, anotando especies y abundancia de cada localidad que estudió.
Los ejemplares preservados en museos no solo proporcionan información sobre dónde y cuándo se recogieron las especies, sino que además contienen otra información ecológica como, por ejemplo, las interacciones entre especies y los rasgos morfológicos. En algunas zonas, el patrón que han encontrado los investigadores refleja un declive de, aproximadamente, el 30% con respecto a las que había en los años 70 en España. “La parte positiva es que muchas de estas zonas eran silvestres en esa época, y ahora forman parte de la ciudad o de zonas de explotación más intensiva”, señala Bartomeus. Sin embargo, en las zonas con menos actividad humana se mantenía casi el mismo número. “Esto quiere decir que si cuidamos las abejas, estamos a tiempo de revertir este patrón”, añade.
En España, por ejemplo, hay unas 1.000 especies diferentes de abejas. “Es el doble de las especies de pájaros que hay en nuestro país”, aclara Bartomeus. A pesar de esta riqueza, hay escasa información sobre el estado de las abejas hace 50 años, porque entonces no había programas de monitorización, lo que dificulta la tarea de evaluar el estado actual de estos antófilos. “No tenemos claro ni lo que hay ahora”, añade. Por lo tanto, conocer el estado de las poblaciones de abejas es el primer paso para llevar a cabo acciones concretas de conservación.
No obstante, sí hay suficiente información como para asegurar que están sufriendo un impacto grave, pero la falta de datos de zonas cono África o Asia no permite determinar si la crisis de los polinizadores es global o sólo ocurre en aquellos países donde el impacto humano es alto. En cualquier caso, la perspectiva de un mundo sin polinizadores no se dará ni a corto ni a medio plazo. “Ya estamos perdiendo biodiversidad de polinizadores, pero es poco realista pensar que desaparecerán todos”, explica el investigador.
La principal amenaza a la que se enfrentan estos animales es la pérdida de hábitat, además de los pesticidas y los combustibles fósiles. Sin embargo, son insectos que no requieren grandes extensiones de hábitat para ser conservados, por lo que suele ser suficiente con que tengan pequeños fragmentos con plantas nativas. “Llevar a cabo acciones para preservas zonas naturales, que no estén reñidas con el desarrollo humano, puede suponer un gran cambio”, concluye Bartomeus.
Suscríbete a nuestra newsletter
y recibe el mejor contenido de i+Descubre directo a tu email