“La confianza hacia las vacunas de la COVID mejora, pero seguirá siendo una preocupación de salud pública durante años”
En los últimos meses, numerosas encuestas generaron preocupación al mostrar que un porcentaje considerable de los españoles no estaba dispuesto a ponerse la vacuna contra la covid-19. En medio de la tercera ola y con nuevas variantes del SARS-CoV-2 al acecho, las tornas han cambiado. La última encuesta realizada por la Fundación Española Para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) en enero concluye que el 60 % de la población se vacunaría sin problema alguno, y menos del 9 % mantiene una reticencia extrema.
La Agencia SINC publica esta entrevista con el sociólogo de la Universidad Autónoma de Madrid y autor de la encuesta Josep Lobera (Barcelona, 1975) para saber si esta tendencia optimista continuará en los próximos meses. Considera que es pronto para cantar victoria, explica que un sector importante de la población todavía alberga dudas y teme que tras el verano el problema vuelva a la palestra. La clave será llevar a cabo una buena comunicación que resuelva sus preguntas y huir de los alarmismos.
¿Cuál es la conclusión de su última encuesta?
Después del verano hubo una caída en la confianza hacia las vacunas; mucha gente con dudas se fue al extremo de mayor rechazo. Ahora, en enero, observamos una recuperación muy fuerte: casi seis de cada diez personas no tienen reticencias. Buena parte de esa zona gris intermedia ha vuelto a posiciones más favorables. Además, la proporción de los que en ningún caso querían vacunarse ha bajado en solo dos meses del 32 al 9 %. Este cambio de tendencia se ve también en la mayoría de países de nuestro entorno.
¿A qué se debe este cambio de tendencia?
Se han aprobado las vacunas con un proceso público de control a las farmacéuticas, se ha iniciado la campaña de vacunación y hemos visto a personas mayores vacunándose en residencias. A esto hay que sumarle la llegada de la tercera ola y de una variante más agresiva. Eso da una percepción mayor del riesgo que influye en las actitudes frente a las vacunas.
En verano, los que dudaban se volvieron reticentes. ¿Fue una profecía autocumplida por dar a ciertas posturas más importancia de la que tenían?
Nuestros datos apuntan a que hubo un impacto significativo de las protestas contra el coronavirus y antimascarillas, y pasó en muchos países. También era una situación con mucha incertidumbre. Es normal que existan dudas y quizá no las afrontamos bien prematuramente, sino a partir de diciembre. Fue entonces cuando empezamos a explicar cómo se aprueban las vacunas.
En estos tiempos de incertidumbre, ¿es contraproducente dar voz a quienes rechazan las vacunas de forma categórica?
En algunos momentos se ha comunicado que todos los que tenían dudas eran antivacunas irracionales; eso provocó que muchos se fueran precisamente hacia ese lado. Deberíamos haber escuchado, comprendido y tratado de responder esas dudas, que es lo que se está haciendo ahora. No hay que olvidar que hay un porcentaje importante de gente que todavía las tiene: un 40 % de los españoles no iría corriendo a vacunarse o no está completamente seguro. Esperamos que esas reticencias sigan disminuyendo significativamente en los próximos meses.
¿Podría ocurrir lo contrario y que aumenten? Por ejemplo, si se hace una comunicación alarmista de los efectos secundarios o se producen conflictos como el actual entre AstraZeneca y la UE.
Es una preocupación razonable. En España jugamos con una ventaja clave: el sustrato de confianza en las vacunas y en el sistema médico es uno de los más altos de Europa. En el momento en el que las vacunas se empiecen a extender, ese sustrato que hay bajo las inquietudes se activará con mayor rapidez e intensidad que en otros países. Es un factor a favor, pero hay que cuidarlo. Las reticencias pueden volver a subir si hay una comunicación mal realizada de casos de reacciones alérgicas o no se abordan bien las dudas que todavía tienen algunas personas.
La reticencia a las vacunas nunca ha sido alta en España. ¿Exageramos un poco el riesgo a que la gente no se vacunara?
Se ha exagerado, como con todo en la pandemia. Una parte de la población ha sufrido mucho durante la pandemia y en algunos casos se ha hecho una comunicación muy vinculada a lo urgente, dramático y catastrófico que no ha ayudado. En 2020 hemos visto lo mejor y lo peor de la comunicación de la ciencia. Lo mejor en comunicaciones accesibles y útiles que han salvado vidas, y lo peor en titulares irresponsables sobre efectos adversos. El desconocimiento de estos últimos sobre las vacunas genera efectos negativos en la sociedad.
En un reportaje publicado en SINC sobre la comunicación de las vacunas aseguró que “se estaban comunicando mal” las encuestas que decían que un porcentaje significativo de los españoles no se vacunaría. ¿El tiempo le ha dado la razón?
Era un dato real que se estaba comunicando de manera incompleta. Era real porque las reticencias existían, eran intensas y estaban creciendo. Pero se estaba comunicando mal porque faltaban fases antes de que la vacunación real comenzara. Además, en la mayoría de países saltaron las alarmas y esto hizo que la comunicación fuese más adecuada; eso también ha hecho que las cifras estén mejorando. No en todos los sitios mejoran igual: depende también de cómo se ha comunicado en los últimos meses el proceso y la estrategia de la vacunación.
En el mismo artículo mostró temor por que vinieran “años complicados” respecto a las vacunas. En vista de la nueva encuesta, ¿ha cambiado de opinión?
Este año es decisivo y en los primeros meses tenemos que comunicar muy bien. Sigo pensando que existe el riesgo de que haya grupos sociales que se queden fuera de la vacunación por elección propia. Eso ahora mismo no parece un problema porque hay colas de gente, pero no vemos a quienes se alejan. Cuando las fases de vacunación se hayan completado será visible la magnitud de estos grupos y si su concentración puede favorecer que surjan rebrotes y mutaciones del coronavirus. No hay nada escrito y no hay que bajar la guardia.
Entonces, ¿todavía no podemos cantar victoria?
No del todo. Seguirá habiendo grupos minoritarios que no se van a vacunar, o que de momento no quieren. También tenemos que tener en cuenta que hay muchos países que no tendrán acceso a las vacunas hasta dentro de muchos meses o años. Tenemos que hacer esfuerzos ahora más que nunca para hacer una comunicación horizontal, transparente y veraz sobre las vacunas.
Creo que esa preocupación [por las reticencias]reaparecerá con fuerza después del verano cuando, si se cumplen los plazos, quienes hayan querido vacunarse lo habrán hecho. Entonces quedará reflejado el volumen de quienes no desean hacerlo y habrá que entablar un diálogo y conversación con ellos, porque su salud también es la nuestra. En resumen, la confianza hacia las vacunas mejora, pero seguirá siendo una preocupación de salud pública durante años.
Llegados a ese punto, ¿la vacunación obligatoria puede ser la solución?
Creo que ahora mismo es contraproducente abrir ese debate. Primero tenemos que hacer bien los deberes durante estos ocho meses y luego ver qué tenemos enfrente, cuál es la magnitud y características sociales de estos grupos y ver si es más efectivo establecer una campaña de comunicación u otro tipo de medidas. Las evidencias que tenemos desde hace muchos años sobre qué cosas funcionan bien y mal para favorecer campañas de vacunación dicen que uno de los elementos clave que debemos comunicar ahora es un marco de solidaridad por el que la vacunación no es algo individual, sino que tiene un elemento de protección familiar y social.
¿Qué podemos hacer desde hoy para reducir al mínimo ese porcentaje de reticentes futuros?
Un grupo reducido será muy difícil de convencer, pero la gran mayoría se convencerá si ve que las instituciones sanitarias hacen una estrategia eficaz. Una de las asignaturas pendientes es definir protocolos claros con las dosis perecederas sobrantes: qué grupos deben tener acceso cuando la planificación no se ajuste a la realidad. Casos de personas públicas que acceden antes de su turno pueden aumentar la desconfianza hacia la estrategia de vacunación y hacia las propias instituciones que deben velar por nuestra salud.
En estos días se ha bromeado mucho con que no hay nada mejor para aumentar la confianza en las vacunas que ver a políticos saltándose su turno. ¿No está de acuerdo?
Estoy de acuerdo, pero es un arma de doble filo. Mejora las dudas hacia la eficacia y seguridad de la vacuna, pero erosiona la confianza en las instituciones, que es fundamental y no sabemos cómo afectará al desarrollo de la estrategia de vacunación. Es jugar con fuego: por un lado, puede tener un aspecto positivo a corto plazo, pero por otro la confianza en las instituciones es algo muy preciado que debemos preservar para que la disciplina solidaria de esperar, que es parte de la estrategia, se mantenga sana.
Insiste en que la gente todavía tiene dudas y que hay que esforzarse más que nunca en la comunicación. ¿Qué más podemos hacer?
Una información más directa podría resolver esas dudas. Nos falta un canal horizontal de comunicación más accesible, aunque sea una página web. Un chatbot al que puedas preguntarle desde el móvil si pasa algo por vacunarse si eres alérgico al huevo, por ejemplo. Que no haya que buscar en redes sociales o internet sino que puedas acceder directamente a una fuente fiable del Ministerio de Sanidad que responda las dudas científicas de un dato concreto. Eso mejoraría mucho la confianza y las actitudes favorables.
La semana pasada publicó otro estudio sobre cómo piensan quienes recurren a pseudoterapias. ¿Tiene relación esa percepción de la medicina y la ciencia como ente corrupto con las reticencias vacunales?
Estamos estudiando cómo perciben la vacuna las personas reticentes y, efectivamente, uno de los factores centrales es la desconfianza hacia las farmacéuticas. Hay grupos que piensan que hay una corrupción profunda en el sistema sanitario y eso está conectado con su desconfianza a medicinas que se han desarrollado rápidamente y que ahora te quieren inyectar. Hay que comunicar más en profundidad que existen controles públicos a los intereses privados de estas empresas, que hay agencias europeas y nacionales que revisan sus resultados y que todo esto ha hecho posible que enfermedades tan terribles como la polio estén casi erradicadas.
¿La desconfianza hacia las vacunas es un problema de cultura científica?
Tenemos evidencias de sobra para mostrar que no es solo una cuestión de cultura científica. Hay factores, como la confianza en las instituciones, que no tienen nada que ver con el nivel educativo ni de conocimientos científicos. En las primeras ediciones de nuestra encuesta se vio claramente que las personas reticentes tenían estudios universitarios, y es solo un ejemplo. Creo que las personas que piensan que la desconfianza a las vacunas es una cuestión de cultura científica se pierden la mayor parte del fenómeno.
¿En qué sentido?
La mayor parte del fenómeno está relacionado con otros factores como la confianza en el sistema científico sanitario, la mentalidad conspirativa, la percepción del riesgo de la enfermedad, el acceso a información veraz y transparente. Es algo que no ves si lo centras solo en una cuestión de cultura. Muy pocas personas que dicen que el problema es una cuestión de cultura científica saben exactamente cómo funcionan las vacunas de ARN: por muchos conocimientos que tengamos hay aspectos muy específicos que muy poca gente comprende. Lo que hacemos el 99% de la población es confiar o desconfiar, y en eso la cultura científica no es el factor fundamental. Cómo se construye la confianza es mucho más complejo que centrarlo solo en el conocimiento.
Pero la cultura científica sí jugará algún papel en todo esto.
Se entiende mal lo que es la cultura científica: a veces la reducimos a poseer conocimientos científicos y eso es un error. Una parte fundamental tiene que ver con cómo se produce la ciencia. Las personas que creen que los investigadores no cometen malas prácticas alejadas del ideal científico en realidad adolecen de una falta de cultura científica. Esta tiene que ver con un conocimiento profundo de cuáles son los procesos por los que se construyen las evidencias y el consenso científico, y debería incluir los contrapesos dentro de la comunidad científica. Saber cómo la ciencia se aplica en el mundo real y qué implicaciones sociales y políticas tiene una vacuna también es cultura científica.
¿El cientificismo es negativo a la hora de combatir las reticencias vacunales?
Frecuentemente la verdad está en un terreno intermedio, en el diálogo y la confianza mutua. Las personas cientifistas y el pensamiento New Age son los dos polos con los que tenemos que lidiar y si el debate se polariza en esos dos grupos no habrá entendimiento. Necesitamos que la gente se escuche, entienda y cooperemos. En cierta manera los dos extremos están basados en un tipo de pensamiento mágico. Pensar que la ciencia funciona de manera perfecta cuando somos los humanos los que la hacemos es también una forma de tener un pensamiento sesgado acerca de la ciencia.
¿Es posible el diálogo entre ambas partes?
La ciencia es la mejor herramienta que tenemos, pero no es perfecta. Quienes piensan que lo es caen en una ilusión ideológica que dificulta el diálogo con la ciencia real y cuando se encuentran con dudas razonables las desprecian como falta de cultura científica. Por otro lado, hay personas que desconfían de la ciencia, han devaluado el valor de la evidencia y creen en terapias que carecen de ella. Es importante escucharlas porque plantean dudas reales: si no establecemos diálogo con quienes dudan, estaremos polarizando la sociedad entre quienes piensan que la ciencia es perfecta y quienes devalúan la importancia del consenso científico para gestionar cuestiones complejas y urgentes dentro de nuestra sociedad.
En definitiva, hay que escuchar a quienes tienen dudas sobre la vacunación para poder abordar sus preocupaciones, nos va mucho en ello.
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