Revista i+Descubre
Un equipo multidisciplinar andaluz desarrolla en tiempo récord un respirador artificial. En apenas unas semanas, diseñan, validan y obtienen el visto bueno de la Agencia Española del Medicamento de un soporte de apoyo vital, que ya se construye en nuestra comunidad con piezas de uso corriente. Una buena muestra de cooperación científica y técnica, capaz de dar rápida respuesta a las necesidades sanitarias de una pandemia por coronavirus.
La broma de definir a una gran ciudad afirmando ‘antes todo esto era campo’ se manifiesta más real que nunca en estos meses de confinamiento. Igual que el agua recupera sus dominios, a poco que tiene la oportunidad la vida silvestre se rehace de la presencia de la especie más tóxica para la biodiversidad que ha existido. Montes y ciudades se hallan ‘a solas’ de una manera efímera, que los expertos no creen relevante, pero al menos generando un interés por fauna y flora que, esperan, sí permanezca.
La reclusión derivada del estado alarma no ha supuesto ningún freno para la actividad de la comunidad científica andaluza. En pocas semanas, desde universidades y empresas se han lanzado numerosos proyectos que ponen en la COVID-19 el foco de la I+D+I. Química, inteligencia artificial, biotecnología, psicología o robótica para paliar los efectos de una pandemia global.
Si existe una medida absolutamente eficaz para pararle los pies al coronavirus SARS-COV-2 esa es, sin duda, quedarnos confinados en casa. En ausencia de vacunas, para evitar que el virus se expanda no nos queda otra que mantenernos lo suficientemente lejos los unos de los otros. Es más, los expertos en salud pública aseguran que es la única herramienta que tenemos disponible por el momento para contener la pandemia. Respetar el confinamiento, aunque resulte duro, es un ejercicio de responsabilidad colectiva que merece la pena.
El trabajo del salinero es una tradición ancestral cerca de desaparecer. Hoy día la ciencia se afana en rescatar y actualizar esta profesión en Andalucía manteniendo su esencia y ofreciendo nuevas formas de explotación como la producción de microalgas para la depuración de agua, la fabricación de cosméticos o la gastronomía, entre otras.
"Espera lo mejor, prepárate para lo peor y acepta lo que venga", reza un antiguo proverbio inglés. Una máxima que resume muy bien el punto de vista de la Organización Mundial de la Salud (OMS) con respecto a la actual epidemia del coronavirus SARS-CoV-2. Sus expertos sostienen que aún no se puede hablar de pandemia, que más bien estamos ante múltiples epidemias en distintos lugares del mundo causadas por un virus que no provoca enfermedad grave ni muertes a gran escala. Pero, paralelamente, instan a que nos organicemos por si la situación empeora.
Editorial
La conservación de la biodiversidad es, sin duda, la mejor vacuna frente la irrupción de algunas zoonosis inéditas y particularmente virulentas. El argumento, sobre el que insisten numerosos especialistas, bien puede trasladarse de la biología a la comunicación, porque la biodiversidad (de fuentes, de medios, de informaciones) también es imprescindible para garantizar una comunicación fiable en tiempos de incertidumbre. En un horizonte tan complejo como el que nos plantea la COVID de nada sirven los planteamientos reduccionistas y maniqueos que, con demasiada frecuencia, multiplican la angustia de los ciudadanos o, por el contrario, nos invitan a una peligrosa despreocupación. La inacción, en ambos casos, es la peor consecuencia de esa mirada monolítica en la que se nos hurtan demasiados matices.