Las 8’7 millones de hectáreas del territorio andaluz las acaparan en un 50% el uso forestal, y en un 40% el agrario. Las plantas generan vida y comida, de ahí que la buena salud vegetal suponga un continuo reto. Naciones Unidas ha considerado 2020 como el Año de la Sanidad Vegetal, algo que, a la par que un componente ecológico y económico, incluye otro moral, pues se habla de un derecho humano básico.
Las cosas que vemos a nuestro alrededor se diferencian entre sí por su forma, su tamaño y su color. El origen de los pigmentos que se utilizan para dar colorido puede ser natural (mineral, animal o vegetal) o de tipo sintético. De todos, el azul es el más complejo de obtener y su procedencia, en ocasiones, suscita dudas.
Un equipo multidisciplinar andaluz desarrolla en tiempo récord un respirador artificial. En apenas unas semanas, diseñan, validan y obtienen el visto bueno de la Agencia Española del Medicamento de un soporte de apoyo vital, que ya se construye en nuestra comunidad con piezas de uso corriente. Una buena muestra de cooperación científica y técnica, capaz de dar rápida respuesta a las necesidades sanitarias de una pandemia por coronavirus.
La broma de definir a una gran ciudad afirmando ‘antes todo esto era campo’ se manifiesta más real que nunca en estos meses de confinamiento. Igual que el agua recupera sus dominios, a poco que tiene la oportunidad la vida silvestre se rehace de la presencia de la especie más tóxica para la biodiversidad que ha existido. Montes y ciudades se hallan ‘a solas’ de una manera efímera, que los expertos no creen relevante, pero al menos generando un interés por fauna y flora que, esperan, sí permanezca.
La reclusión derivada del estado alarma no ha supuesto ningún freno para la actividad de la comunidad científica andaluza. En pocas semanas, desde universidades y empresas se han lanzado numerosos proyectos que ponen en la COVID-19 el foco de la I+D+I. Química, inteligencia artificial, biotecnología, psicología o robótica para paliar los efectos de una pandemia global.
Si existe una medida absolutamente eficaz para pararle los pies al coronavirus SARS-COV-2 esa es, sin duda, quedarnos confinados en casa. En ausencia de vacunas, para evitar que el virus se expanda no nos queda otra que mantenernos lo suficientemente lejos los unos de los otros. Es más, los expertos en salud pública aseguran que es la única herramienta que tenemos disponible por el momento para contener la pandemia. Respetar el confinamiento, aunque resulte duro, es un ejercicio de responsabilidad colectiva que merece la pena.
EDICIÓN TRIMESTRAL
Editorial
La conservación de la biodiversidad es, sin duda, la mejor vacuna frente la irrupción de algunas zoonosis inéditas y particularmente virulentas. El argumento, sobre el que insisten numerosos especialistas, bien puede trasladarse de la biología a la comunicación, porque la biodiversidad (de fuentes, de medios, de informaciones) también es imprescindible para garantizar una comunicación fiable en tiempos de incertidumbre. En un horizonte tan complejo como el que nos plantea la COVID de nada sirven los planteamientos reduccionistas y maniqueos que, con demasiada frecuencia, multiplican la angustia de los ciudadanos o, por el contrario, nos invitan a una peligrosa despreocupación. La inacción, en ambos casos, es la peor consecuencia de esa mirada monolítica en la que se nos hurtan demasiados matices.
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