Granada /
04 de octubre de 2021

“Vamos a aprender cómo se ha producido esta erupción, pero no podemos pronosticar cuándo se acabará”

Fotografía ilustrativa de la noticia

Además del Instituto Geográfico Nacional, que es el responsable de la vigilancia del volcán en La Palma, otras instituciones han pedido autorización para viajar y estudiar su evolución. Es el caso de un equipo de la Universidad de Granada, del que forma parte el científico Javier Almendros, que ha instalado sismómetros electrónicos cerca del cono principal.

Hace unos días el volcán detuvo aparentemente su actividad eruptiva durante unas horas. Un comportamiento habitual en este tipo de fenómenos, según los científicos. El equipo que trabaja en La Palma, liderado por el Instituto Geográfico Nacional (IGN), es el encargado de monitorear estos cambios en la erupción para proteger la seguridad para la población.

El equipo de sismólogos de la Universidad de Granada trasladado a La Palma con Javier Almendros (segundo por la izquierda). / Foto cedida por el investigador.

El IGN trabaja junto con los miembros del Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (Pevolca), el Instituto Volcanológico de Canarias (INVOLCAN) y otras instituciones locales. Al equipo se unen los cuerpos de seguridad, el cabildo insular y distintos representantes políticos. Asimismo, otras instituciones han pedido también colaborar en el ámbito de la investigación y han contado con su apoyo. La Universidad de Granada ha sido una de ellas y ha trasladado unos días a un grupo de sismólogos, con amplia experiencia en volcanes, para trabajar sobre el terreno.

¿Cómo habéis conseguido participar en el estudio del volcán in situ?

El IGN nos ha autorizado para ir y nos han apoyado junto con INVOLCAN. Nos han dejado desde un todoterreno para poder acceder a la zona, hasta el contacto con gente que conoce el terreno y nos ha guiado. Ahora que el equipo está de vuelta, ellos son los que se encargan del mantenimiento de los instrumentos.

¿Cuántas personas formáis el equipo?

Fuimos cuatro personas de la Universidad de Granada. La estación la instalamos en los dos primeros días y las tres personas que se quedaron posteriormente comprueban que todo funciona para transmitir los datos.

¿Cuál es la complejidad de instalar en un volcán activo medidores para conocer su evolución?

Es una tarea que puede ser más o menos compleja. Los dos primeros días ya me di cuenta, por ejemplo, que los paneles solares que instalamos para alimentarlo hay que cuidarlos porque se cubren de ceniza y dejan de funcionar. Ya solo eso supone que vaya alguien hasta allí con un cepillo y lo limpie de vez en cuando. A nosotros nos resulta difícil porque estamos lejos y no tenemos personal. El apoyo de estos grupos locales que es fundamental para mantenerlo, también la Unidad Militar de Emergencias (UME) y la Guardia Civil han colaborado con nosotros. Hay un equipo muy grande de gente en La Palma que está permitiendo que los científicos podamos hacer nuestro trabajo.

¿Hay otras instituciones que están allí ahora mismo?

Sí, hay otros grupos adicionales, sobre todo de universidades, porque no suelen formar parte de la estructura política de la gestión de la crisis, no es su objetivo. Vamos allí puntualmente y cada uno aporta en lo que tiene más experiencia. En nuestro caso se trata de una antena sísmica, que es una disposición de sismómetros particular que permite detectar las señales más tenues o difíciles, con el mismo principio que una antena de comunicaciones. Solamente que aplicado a la onda sísmica.

¿Qué es lo que registráis con estos sismómetros?

Hacemos un seguimiento más detallado de las fuentes volcánicas como, por ejemplo, el tremor volcánico. Este es el nombre que reciben las vibraciones que acompañan a las erupciones volcánicas. Todos los movimientos del magma, la emisión de gases o la salida explosiva de lava producen vibraciones en el suelo. No son solo externas, cuando el fenómeno se observa en la superficie, sino también existen en el interior cuando los fluidos se van moviendo por los conductos.  Es análogo a cuando alguien abre un grifo de una tubería antigua y empieza a sonar y a retumbar. Aplicamos el mismo principio en conductos volcánicos. Registramos las vibraciones y con este instrumento podemos analizarlas.

El equipo de la UGR en La Palma preparando la estación. / Foto cedida por el investigador.

¿La red sísmica no actúa igual?

Con una red sísmica tradicional es muy difícil, porque es una señal continua en la que no se pueden determinar los tiempos de llegada. El análisis es un poco más complejo.

¿Dónde las habéis colocado?

En lugar de alrededor de la fuente a grandes distancias una de otra, se colocan en un cluster denso para correlacionar lo que registra un sensor con lo del vecino. Nuestro objetivo era ponerlas lo más cerca posible de la erupción volcánica para tener mayor resolución, pero siempre que sea seguro. Hemos elegido una zona que está al este, al otro lado de la dorsal, para que los flujos de lava no van a ir en esa dirección, van ladera abajo. Las hemos puesto a 3 km de distancia. El peligro son los gases y las cenizas que, a veces, dependiendo de como vaya el viento, caen encima.

¿Qué os dicen esas vibraciones del suelo?

Se originan en los conductos volcánicos, las registramos y lo que recibimos son los datos brutos de las vibraciones de puntos  muy cercanos, ya que están colocadas unas de otras a unos 100 metros. Lo normal en una red sísmica es que estén a 5 o 10 km entre ellas. Lo que permite es reconstruir cómo se propagan los frentes de banda y ver de dónde proceden. No solo los terremotos individuales que se pueden producir, sino también el ruido de fondo que produce el volcán. En muchas ocasiones estos son más intensos que los propios terremotos.

¿Os permite dar pistas para saber cómo avanza el volcán?

Estudiamos cómo se comporta la erupción en tiempo real. Si continúa la actividad, si se ha detenido. Y todo lo que pretendemos es aprender cómo se desarrolla, cuáles son los procesos que ocurren y aplicar ese conocimiento en la siguiente erupción. Aprender lo más posible para el futuro.

El equipo de la UGR en La Palma preparando la estación. / Foto cedida por el investigador.

También os valéis del conocimiento de erupciones previas, ¿no?

La investigación que se ha hecho en el pasado lo que hace es acumular conocimientos sobre cómo funcionan los volcanes, por lo que permite interpretarlo mejor. Los datos que estamos obteniendo ahora mismo, sobre la geometría de los conductos o la proximidad de la fuente, son cosas que ya han ocurrido. Vamos a aprender cómo se ha producido esta erupción y su dinámica, pero no podemos pronosticar cuándo se acaba. Se trata de estar más preparados.

Hace unos días se paró la actividad del volcán por unas horas. ¿Es lo habitual en este tipo de erupciones?

Las erupciones son procesos muy caóticos, con mucha variabilidad. No tiene por qué salir toda la lava de golpe o todos los gases. Se van acumulando y cuando la presión aumenta por encima del umbral se producen fenómenos externos. Pero en todas las erupciones hay altibajos. La duración, dependiendo del volcán, también lo es. Puede ser desde pocas semanas a meses o incluso años. El que se detenga temporalmente una erupción no es nada raro. Por ejemplo el Kīlauea en Hawái estuvo en erupción desde 1983 hasta 2010, pero de forma intermitente, con pequeños flujos de lava, luego procesos más explosivos y emisiones más masivas que cesaban. Es precisamente lo que pretendemos estudiar ahora mismo, saber si se está agotando el magma o fue una parada temporal hasta que se produce la recarga de la cámara magmática.

¿Cuándo comenzasteis a hacer mediciones en los volcanes de Canarias?

Empezamos con antenas sísmicas en el Teide en los 90, con instrumentos en la caldera de Las Cañadas. También realizamos un experimento similar en 2004, cuando hubo una reactivación sísmica. Fue el evento que dio pie a la organización del PEVOLCA. Después tuvimos otra antena sísmica funcionando durante la erupción del Hierro, que nos permitió detectar la posición que tenía el centro eruptivo y si había más erupciones o no, además de la principal. Al ser submarinas no es tan fácil de identificar. Aparte, hemos hecho otro tipo de estudios con redes sísmicas en Gran Canaria y Lanzarote, en la zona de Timanfaya. Aunque allí el nivel de sismicidad era mucho más bajo.

En esa ocasión hubo terremotos precursores y grandes, miles en los meses anteriores a la erupción. Pero curiosamente los terremotos eran profundos, al noroeste del Hierro y la erupción fue al sur. Esto nos está diciendo algo de cómo es el volcán por dentro. Que existe una zona que es difícil de atravesar para el magma.

Sin embargo, en La Palma los terremotos precursores ocurrieron en la semana previa y fueron disminuyendo en profundidad. Íbamos viendo prácticamente la posición del frente de magma. Es un comportamiento diferente y nos puede dar una idea de que la estructura interna de los dos edificios volcánicos no es la misma. Es muy interesante compararla con erupciones como la de Teneguia, que también tuvo terremotos precursores durante la semana previa. Es un comportamiento que se repite. El problema suele ser que  hay pocos datos desde el punto de vista de la sismología porque es una ciencia joven, lleva a penas un siglo activa.

Además de a este archipiélago, vuestro trabajo os ha llevado a sitios recónditos como la Antártida.

Sí, hemos trabajado en volcanes Italianos como el Etna, o en Hawái en el Kīlauea, pero también durante muchos años en la isla Decepción, que es un volcán que hay en la Antártida donde España tiene una base científica. En este lugar el interés para determinar la actividad volcánica es fundamental para la seguridad de los investigadores que están trabajando. Si una erupción es complicada en una zona civilizada, imagínate en donde no hay recursos.


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