El ictus o derrame cerebral supone cerca del 95% de los nuevos casos de Daño Cerebral Adquirido, según datos recogidos por la Federación Española de Daño Cerebral. Una vez se ha sufrido un episodio de este tipo, que puede ser impulsado por algunos factores de riesgo como la hipertensión, la diabetes, el colesterol, la obesidad y hábitos de vida insanos como fumar, el consumo desmedido de alcohol o llevar una vida sedentaria, la probabilidad de sufrir otro accidente puede llegar al 20%.
El ictus o derrame cerebral supone cerca del 95% de los nuevos casos de Daño Cerebral Adquirido, según datos recogidos por la Federación Española de Daño Cerebral. Y una vez se ha sufrido un derrame cerebral, la probabilidad de sufrir otro accidente puede llegar al 20%. El derrame cerebral se puede ver impulsado por algunos factores de riesgo como la hipertensión, la diabetes, el colesterol, la obesidad y hábitos de vida insanos como fumar, el consumo desmedido de alcohol o llevar una vida sedentaria.
Además de estas causas, según el doctor Alejandro Guillén Riquelme de la Cátedra de Investigación del Sueño de la Universidad de Granada-Grupo Lo Monaco, los problemas o alteraciones del sueño que sean muy graves o prolongados en el tiempo son otro factor de riesgo a tener en cuenta.
En primer lugar, los problemas del sueño incrementan la posibilidad de sufrir un ictus en aquellas personas propensas a ello, debido a los factores ya mencionados. Trastornos respiratorios del sueño como la apnea o el propio insomnio son algunos de los aliados del derrame cerebral. En cuanto a la reincidencia, el haber sufrido un ACV puede desembocar en problemas del sueño, tales como la apnea del sueño, inexistentes en la vida de la persona hasta antes del derrame.
Cabe destacar que, tras sufrir un derrame cerebral, la sensación de fatiga física y la somnolencia se tornan más presentes en el afectado. Además, según el doctor Guillén Riquelme, aumentan los movimientos involuntarios en las piernas durante las horas de sueño, despertares que interrumpen el descanso, pesadillas y otras alucinaciones en las distintas fases del sueño. Todos estos problemas se añaden a la lista de las secuelas que deja en el cuerpo el propio derrame. Así, si se consiguen reducir los problemas del sueño, se estará contribuyendo a disminuir el riesgo de sufrir un ataque cerebrovascular y a mejorar la calidad de vida.
Algunos de los síntomas inmediatos son la debilidad física, dificultad para vocalizar, confusión o la pérdida de capacidad para mover las extremidades o alguna parte del cuerpo. En función de la gravedad del derrame y del tiempo de corte del flujo sanguíneo, las secuelas permanecerán en el cuerpo más o menos tiempo.
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