Javier Segura del Pozo, médico salubrista en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid aborda cómo la covid-19 es una sindemia –varias pandemias simultáneas que interaccionan entre ellas– que exige un enfoque complejo que incorpore lo social y lo comunitario a lo biológico. Es decir, un enfoque simplista que no considera la complejidad de la interrelación con lo social y lo comunitario en la transmisión e impacto de la covid-19. Como resultado, genera intervenciones de eficacia limitada.
La covid-19 es una sindemia –varias pandemias simultáneas que interaccionan entre ellas– que exige un enfoque complejo que incorpore lo social y lo comunitario a lo biológico. Sin embargo, hemos vivido y sufrido con frecuencia un abordaje muy diferente que yo denomino simpleza pandémica. Es decir, un enfoque simplista que no considera la complejidad de la interrelación con lo social y lo comunitario en la transmisión e impacto de la covid-19. Como resultado, genera intervenciones de eficacia limitada.
Aunque están íntimamente interrelacionadas, se pueden diferenciar dos tipos de simplezas: una política y otra técnica.
Populismo sanitario y efecto arrastre
La “simpleza política” ha generado una respuesta estandarizada (sin atender la diversidad y vulnerabilidad social), autoritaria (sin escucha, ni búsqueda de complicidad ciudadana), demagógica (populismo sanitario), culpabilizadora (más centrada en las conductas individuales que en las responsabilidades institucionales) y poco transversal (pandemia como campo de batalla política).
Dentro de la simpleza política, han destacado las estrategias “como si”: intervenciones de las autoridades escasamente fundamentadas y de dudosa eficacia que buscan la apariencia de acción porque “algo habrá que hacer”. Así se desvía la atención de la opinión pública sobre la dejación de acciones más eficaces, pero más costosas económica o políticamente.
Ejemplos de esto serían los test masivos sin atender a los criterios epidemiológicos establecidos y los pseudoconfinamientos por zonas básicas de salud densamente urbanas.
También cabe mencionar el “efecto arrastre” o dominó que se dio entre Comunidades Autónomas y también entre gobiernos europeos. Estos, para no parecer menos radicales que sus vecinos, copiaban medidas de dudosa eficacia pero de gran vistosidad.
Regresión al individualismo
También ha habido una “simpleza técnica”. A pesar de la maduración de la salud colectiva en las ultimas dos décadas, durante esta pandemia se ha producido una suerte de regresión infantil a enfoques bioclínicos, individualistas y asociales.
Como resultado se ha marginado el modelo de la determinación social de la salud (DSS) y las invocadas estrategias comunitarias.
Una epidemiología poco social ha favorecido un análisis simplista. Una salud pública, una atención primaria y unos servicios sociales retraídos intramuralmente y poco comunitarios han llevado a intervenciones simplistas.
Volviendo al enfoque sindémico, tuvimos sobrados indicios de que la desigualdad social y la precariedad habitacional y laboral estaban siendo potentes vectores de la transmisión.
Cabe preguntarnos si como salubristas hemos sabido adaptar nuestros análisis e intervenciones a esta realidad.
Ese análisis sindémico se vio dificultado desde el principio al tener un sistema de información de casos y contactos sin apenas variables sociales y con escasa información útil sobre los ámbitos de exposición.
De nuevo, la justificación era “que había que simplificar la recogida de datos”. Y las variables que retardaban eran, al parecer, las variables sociales, como la ocupación. Nos hemos encontrado con una regresión a una epidemiología de contar números, atrapada en una compulsión generadora de tablas estadísticas sin análisis.
Otro ejemplo de las dificultades para operar con los determinantes sociales de la salud tiene que ver con la vacunación. En el primer diseño de la estrategia de vacunación de diciembre 2020, se incluía al grupo de “personas en situación socioeconómica desfavorecida”.
En el análisis de riesgo este grupo se consideraba prioritario para vacunar, antes que a los grupos de profesionales sociosanitarios de segunda fila, trabajadores esenciales y docentes. Sin embargo, a medida que se fueron actualizando las sucesivas versiones del documento, este grupo acabó desapareciendo en la lista de orden de prioridad. Se optó por considerar solo la vulnerabilidad por edad o por comorbilidad. Al parecer se consideraba muy complejo acceder a estos grupos sociales.
También creo que debemos reflexionar sobre qué ha fallado en nuestras dinámicas de organización interna. A pesar de haber recibido y organizado decenas de cursos de gestión de crisis, nos hemos sentido desbordados. Hay dos temas que considero importantes: uno es el tiempo y el otro la opacidad.
Se han achacado muchas cosas a la falta de tiempo. No había tiempo para: reuniones de equipo y análisis, evaluación, discriminación de funciones en la gestión crisis, cuidado de la comunicación de crisis, coordinación intersectorial, interdisciplinariedad (especialmente, con las ciencias sociales).
En resumen, no había tiempo para parar y pensar.
La opacidad estaba presente cuando no se sabía quién tomaba las decisiones y por qué (protagonismo de asesores de políticos aislados de la estructura técnica; técnicos que se enteran antes por los medios de las decisiones y criterios que por su propia institución).
Simpleza mediática
La simpleza pandémica también se contagió a los medios de comunicación. Uno de los responsables fueron los criterios de expertía: incluso cuando se trataba de hablar de salud pública y epidemias, parece que se consideraba más el saber de los especialistas clínicos hospitalarios que de los salubristas y epidemiólogos.
Las noticias también sufrían de datocracia, es decir, una sucesión de números y tasas, con un análisis epidemiológico muy débil o que se reducía a la responsabilización individual.
Los que tuvimos la oportunidad de atender a los medios comprobamos la dificultad de que mensajes más sociales sobrevivieran la selección para su edición en el formato de pocos segundos de los telediarios o de unas frases en los diarios digitales. Cuando había mas tiempo, por ejemplo en tertulias, estas se basaban en una falsa simetría de saberes entre profesionales y opinadores con ánimo sensacionalista.
Mención aparte merece el papel jugado por las redes sociales como difusoras de fake news.
Indudablemente estos déficits han estado muy condicionados por las mermadas plantillas fruto de los recortes previos y las bajas por enfermedad. Pero ¿hasta qué punto esta “simpleza técnica” o falta de asunción del enfoque sindémico ha estado solo determinada por las simplezas políticas, los escasos recursos y la falta de tiempo? ¿O ha sido más bien debida a una superficial asunción previa del modelo de los determinantes sociales de la salud y de la orientación comunitaria, que todavía tienen muchas dificultades de pasar del dicho al hecho?
Solo una evaluación sincera, crítica y colectiva sobre nuestra práctica salubrista e institucional durante esta pandemia nos dará una respuesta a estas interrogantes y nos reforzará frente a la próxima.
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