Según un estudio liderado por la Estación Experimental de Zonas Áridas (CSIC), el efecto de las sequías pasadas podría constituirse como un indicador clave para predecir el riesgo de mortalidad en los árboles. El estudio utiliza los anillos de crecimiento de los árboles para reconstruir la respuesta de árboles muertos a sequías pasadas en varias especies en distintos bosques del planeta y compararla con la respuesta de los árboles vecinos que sí han sido capaces de sobrevivir.
Un equipo científico internacional, liderado por la investigadora de la Estación Experimental de Zonas Áridas (CSIC) Lucía DeSoto, determina que la mortalidad en árboles está relacionada con su capacidad de resiliencia en los años más secos. Esta relación, aparentemente obvia, nunca se había demostrado hasta el momento de manera global.
“En el estudio se ha relacionado la baja capacidad de un árbol de aguantar los años secos a lo largo de su vida, con su riesgo de mortalidad, debido a una sequía. Para ello se han muestreado más de 3500 árboles de 22 especies, en 118 bosques de diferentes regiones del planeta” explica la investigadora del CSIC, Lucía DeSoto.
La resiliencia, es decir, la capacidad que tiene un organismo de mantenerse en funcionamiento durante y después de un evento de estrés, como es una sequía, se puede medir retrospectivamente en los anillos de crecimiento de los árboles, ya que estos reflejan sus condiciones de vida a lo largo de su vida. Para medir la resiliencia, se compara el anillo de crecimiento que se forma durante el año de la sequía, con los crecimientos de los años anteriores y posteriores en cada árbol. Esta comparación es un indicativo de cómo ha sido tanto la resistencia durante, como la recuperación después de, este evento estresante en el pasado.
En el estudio se comparó la resiliencia a la baja disponibilidad hídrica en árboles muertos y supervivientes tras una sequía, que cohabitaban en un mismo bosque. Los investigadores demostraron, primero, que los árboles que murieron durante la escasez de agua fueron menos resilientes a sequías anteriores que no fueron letales, en relación con los árboles supervivientes de la misma especie y bosque. Por otro lado, los resultados demuestran que existían diferencias entre los dos grandes grupos de especies arbóreas. La resistencia al impacto inmediato de la sequía está relacionada con el riesgo de mortalidad en las especies de frondosas (como son los robles); mientras que, la capacidad de recuperación es importante para reducir mortalidad inducida por déficit hídrico en las especies de coníferas (como son los pinos).
Los resultados de este trabajo suponen un gran avance de cara a la acuciante necesidad de preservar los bosques frente al cambio climático, particularmente amenazados por el incremento de la temperatura y el aumento de frecuencia e intensidad de los períodos secos.
“La resiliencia a las sequías pasadas podría constituirse como un indicador clave para predecir el riesgo de mortalidad de los árboles. De esta manera, medir la resiliencia en los anillos podría ser una prometedora herramienta para identificar señales tempranas de mortalidad y mejorar nuestra capacidad para pronosticar el decaimiento de los bosques en climas futuros”, concluye DeSoto.
Este estudio ha sido realizado en el marco de un proyecto financiado por un contrato Marie Skłodowska-Curie (H2020-MSCA-IF, No.797188) y con la ayuda European Cooperation in Science and Technology (COST Action, FP1106 STReESS).
Este trabajo liderado desde la EEZA-CSIC es producto de la colaboración entre investigado españoles del IPE-CSIC, CREAF, CIFOR-INIA, BC3, Universidad de Valladolid, Universidad Pablo de Olavide e internacionales de instituciones en Francia, Alemania, Países Bajos, Suiza, Grecia, Finlandia, Serbia, Eslovenia, Rumania, Israel, Rusia, Argentina, y EEUU.
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