Un grupo de investigadores de la Universidad Pablo de Olavide, liderados por Mercedes Atienza, analiza los factores para alcanzar una vejez funcional y busca biomarcadores para el diagnóstico temprano del Alzheimer. Además, han observado que el estado antioxidante de la saliva se relaciona con la amiloidosis cerebral que caracteriza a esta enfermedad neurodegenerativa.
Una dieta basada en ‘comida real’, compuesta por alimentos frescos o poco procesados, el ejercicio moderado, la higiene bucodental o seguir pautas para mejorar la calidad del sueño contribuyen a la salud del cerebro durante la vejez, protegiéndolo frente a enfermedades como el Alzheimer. “Cuanto más temprano comencemos a adquirir hábitos saludables menos cargada estará la mochila de enfermedades crónicas y mejor será nuestra capacidad funcional (física y mental) conforme avance nuestra edad”, apunta Mercedes Atienza, catedrática de Fisiología de la Universidad Pablo de Olavide.
Desde hace 25 años, esta investigadora trabaja en entender los mecanismos cerebrales que permiten que el sueño fisiológico facilite la consolidación de la memoria. En este tiempo, su línea de estudio ha evolucionado para centrarse en el envejecimiento y en las fases más tempranas del Alzheimer, dada la afectación de la memoria y el sueño en ambos procesos, así como en identificar biomarcadores capaces de predecir el riesgo de padecer esta enfermedad neurodegenerativa años antes de que aparezcan sus primeros síntomas.
“Cada vez son más las evidencias científicas que relacionan el estrés, la falta de sueño, la vida sedentaria y la mala alimentación con la resistencia a la insulina y la aparición de enfermedades crónicas asociadas al envejecimiento. Una y otra ejercen efectos devastadores sobre la función cerebral y podrían acelerar la aparición del Alzheimer”, apunta la catedrática. Recientemente ha iniciado un proyecto, impulsado desde la Fundación General CSIC donde, más allá de esta enfermedad, aborda los factores relacionados con el estilo de vida que son clave para frenar el deterioro cognitivo durante el envejecimiento.
El ejercicio moderado realizado de manera regular es uno de ellos, por sus beneficios para el organismo y, en especial, para la función cerebral. “No solo favorece la liberación de factores de crecimiento que mantienen la salud de nuestro cerebro, sino que además ayuda a contrarrestar el daño neurovascular y la neuroinflamación que se producen a consecuencia del envejecimiento”, subraya la catedrática.
Atienza señala que el ejercicio también contribuye a mejorar la cantidad y calidad del sueño en personas mayores y de mediana edad. Este hecho tiene una gran relevancia en el marco de las enfermedades neurodegenerativas “primero, porque la reducción crónica del sueño se relaciona con la aparición de enfermedades crónicas como la hipertensión, diabetes y obesidad, las cuales aumentan el riesgo de sufrir Alzheimer y, segundo, porque el sueño juega un papel muy importante en la eliminación de los residuos tóxicos que se generan en el cerebro durante el día, como resultado del metabolismo celular”.
Impacto del estilo de vida
Al contrario del Alzheimer familiar, de inicio temprano y con un fuerte determinante genético, la enfermedad de Alzheimer de inicio tardío (a partir de los 60-65 años) depende en gran medida del estilo de vida de la persona. “Los factores de riesgo más importantes ahí son la combinación de genes y factores ambientales como un bajo nivel educativo, el daño cerebral severo, la práctica de hábitos de vida poco saludables y las condiciones que normalmente se asocian con las enfermedades cardiovasculares”, afirma Mercedes Atienza.
Junto al ejercicio, otras pautas relacionadas con nuestro estilo de vida influyen en la buena salud cerebral durante la vejez. Los estudios vinculan la buena higiene bucodental y el consumo de productos frescos frente a alimentos procesados con un menor riesgo de sufrir demencia. Sin embargo, otras rutinas muy presentes en la forma de vida actual, como la exposición a la luz azul que emiten las pantallas de móviles o televisiones, guardan una relación más compleja con el deterioro cognitivo y la demencia.
Por un lado, según afirma Mercedes, la luz azul altera los ritmos circadianos como el que regula el ciclo vigilia-sueño y “las estructuras cerebrales responsables de estos ritmos son particularmente vulnerables a la enfermedad de Alzheimer” pero, por otro, “la luz azul utilizada adecuadamente ha demostrado su potencial terapéutico para regular los trastornos circadianos de los pacientes con Alzheimer, una de las principales causas de su ingreso en residencias”.
La educación es otro elemento a considerar. El bajo nivel educativo aumenta el riesgo de sufrir deterioro cognitivo y demencia en la vejez. “Una buena formación no solo facilita la adquisición de hábitos saludables sino que también proporciona una reserva cognitiva, o lo que es lo mismo, aumenta la capacidad de nuestro cerebro para afrontar el daño producido por el envejecimiento, el Alzheimer o cualquier otra enfermedad que afecte al cerebro”, considera la investigadora.
Por ello, subraya, “es importante mantenernos activos tanto desde el punto de vista físico como mental”, e incluso desde el punto de vista social ya que nos ayuda a “mantener una actitud constructiva y positiva ante los retos y dificultades que vayan surgiendo”. Una suma de elementos que no evitan algo esencial: “no podemos olvidar los molestos pero imprescindibles chequeos médicos”.
Predecir el Alzheimer
El cáncer (70%) y el Alzheimer (64%) son las condiciones de salud que más preocupan a la sociedad española, según un estudio reciente publicado por la Fundación Pasqual Maragall. Datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN) apuntan a que, a día de hoy, en torno a 800.000 personas padecen Alzheimer en nuestro país, con cerca de 40.000 nuevos casos cada año.
Según comenta Mercedes Atienza, “a pesar de los esfuerzos que la ciencia ha dedicado, aún desconocemos sus causas y no disponemos de un tratamiento eficaz que frene o revierta el deterioro cognitivo”. Ante ello, señala que uno de los avances más significativos de los últimos años tiene que ver con la capacidad para detectar in vivo en personas asintomáticas la presencia de las lesiones cerebrales relacionadas con la amiloidosis y neurodegeneración. Si bien, “el principal escollo es el alto coste de estas pruebas diagnósticas, de ahí la importancia de encontrar biomarcadores no invasivos de bajo coste, por ejemplo, en sangre o saliva”, afirma.
En esta línea, su grupo de investigación ha obtenido recientemente dos avances importantes. El primero, en colaboración con los Hospitales Sant Pau de Barcelona y Marqués de Valdecillas de Santander, encuentra que la atrofia de los núcleos basales de Meynert, una de las estructuras cerebrales más tempranamente afectadas en la enfermedad de Alzheimer, comienza años antes de que la persona muestre signos de deterioro cognitivo, pero solo en presencia de patología relacionada con la proteína Tau.
Por otro lado, estos científicos de la UPO han observado que el estado antioxidante de la saliva se relaciona con la amiloidosis cerebral que caracteriza al Alzheimer. “Dado que estos hallazgos fueron realizados en humanos, más concretamente en personas mayores asintomáticas, suponen un avance para el diagnóstico temprano de la enfermedad de Alzheimer utilizando biomarcadores cada vez menos invasivos y de fácil acceso”, concluye Atienza.
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