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02 de noviembre de 2021

En las entrañas de un laboratorio de bioseguridad donde se probaron vacunas anticovid

Fotografía ilustrativa de la noticia

Solo existen dos grandes centros de bioseguridad de nivel 3 en España, donde se investiga con enfermedades que pueden saltar de animales a humanos. Entramos en las instalaciones donde se hicieron las pruebas de la vacuna de Hipra contra el SARS-CoV-2, la primera española que ha pasado a ensayos clínicos. Nada de lo que se estudia allí dentro debe salir. No todos los que entran a trabajar logran acostumbrarse.

Antes de entrar hay que firmar un documento y aceptar una serie de compromisos. El acceso implica, entre otras, cosas desnudarse por completo y ducharse a la salida, pero también asegurar que no se padece de claustrofobia o de alguna alteración de las defensas; y que se evitará el contacto con animales al menos durante tres días después de la visita.

El lugar es el Centro de Investigación en Sanidad Animal de Cataluña (CReSA), un edificio construido en forma de cajas chinas de seguridad creciente, el lugar donde se hicieron las pruebas de la vacuna de los laboratorios Hipra contra el coronavirus, la primera vacuna española que ha entrado en ensayos clínicos.

Un laboratorio de bioseguridad de nivel 3, el único de este tamaño en España junto al del CISA en Madrid y que permite investigar con enfermedades como la covid-19 y otras que pueden saltar de animales a humanos o que ya han saltado, como la gripe aviar o las causadas por priones. Donde se estudian y buscan tratamientos para infecciones que afectan a cerdos, aves, ovejas o caballos. Un lugar al que, por las condiciones de seguridad, no todos los que entran a trabajar logran acostumbrarse.

Donde, y ante todo, nada de lo que se estudia allí dentro debe salir al exterior.

Entramos a conocerlo.

Cartel advirtiendo que en ese laboratorio se está experimentando con el SARS-CoV-2. / Guillermo Castellví.

Las cajas chinas y el coronavirus

En el piso superior, además de la recepción, están los despachos y los laboratorios ‘normales’ donde los estudios no precisan de medidas de seguridad especiales. El centro, no demasiado grande visto desde fuera, está sin embargo excavado ganándole espacio al subsuelo, como un ‘Camp Nou’ de bioseguridad. Las condiciones especiales comienzan más abajo.

La doctora Júlia Vergara, preparándose para acceder a la zona de bioseguridad. / G. Castellví / SINC

Tras bajar unas escaleras accedemos a los vestuarios. Todo el que entra debe desnudarse completamente. Solo se permite introducir las gafas y, en nuestro caso, el equipo fotográfico. Y todo ello deberá ser descontaminado a la salida. Es importante evitar que entren microorganismos del exterior, pero sobre todo que escapen de allí. Toda la ropa, relojes, pendientes, piercings o pulseras deben quedar fuera, no deben recoger nada de lo que se aloja dentro.

Pasamos por una doble puerta a un nuevo vestuario donde nos espera el material necesario para vestirnos adecuadamente, —incluida la ropa interior— y seguimos hacia un pasillo donde se encuentran los laboratorios. La estructura en cajas chinas implica que a cada puerta que se abre —y que debe volver a cerrarse inmediatamente—, uno se encuentra una presión inferior.

Para trabajar con algunos microorganismos, como el SARS-CoV2, el personal debe usar trajes especiales con respirador para incrementar la seguridad. / G. Castellví / SINC

Este avance hacia presiones más negativas implica que el aire tiende siempre a entrar y no a salir, y es un mecanismo clave de seguridad que evita el escape. Es el contrario al que se usa en un hospital en las habitaciones de pacientes aislados inmunodeprimidos, donde la presión positiva expulsa el aire hacia el exterior porque lo que se precisa es evitar la entrada de posibles gérmenes.

Pasamos por una doble puerta a un nuevo vestuario donde nos espera el material necesario para vestirnos adecuadamente, —incluida la ropa interior— y seguimos hacia un pasillo donde se encuentran los laboratorios. La estructura en cajas chinas implica que a cada puerta que se abre —y que debe volver a cerrarse inmediatamente—, uno se encuentra una presión inferior.

La presión negativa se aprecia en la resistencia de las puertas al abrirlas. “Algunas personas dicen que les provoca dolor de cabeza, pero en general no notamos nada”, nos dice Júlia Vergara. Ella es la investigadora principal del grupo de coronavirus del centro. Lleva años estudiándolos, incluido el MERS que saltó a humanos en 2012. Ella nos guía en esta primera parte de la visita, que comienza precisamente en el laboratorio de coronavirus.

“Durante los primeros meses de la pandemia hicimos muchas jornadas de 14 horas —comenta—, sentíamos mucha presión por poder aportar”. Cuando tienen lugar los experimentos es necesario acceder con un traje especial y un equipo que filtra el aire respirado.

“A veces duraban 6 u 8 horas”, y durante ellos no se puede comer ni beber, ni siquiera ir al baño. “Hacerlo implica no solo quitar el traje, sino hacer todo un protocolo de descontaminación que dura unos 30 minutos”, añade Vergara. “Hay gente que no se acostumbra a estas condiciones. Nosotros estamos muy habituados, pero no sabes cómo lo vas a llevar hasta que empiezas. Varios estudiantes de doctorado lo han tenido que dejar”.

En este laboratorio se llevaron a cabo las pruebas en animales de la vacuna española Hipra contra el coronavirus, la única que ha entrado por el momento en la fase de ensayos clínicos. “La empresa tenía un preparado que ya sabía que producía una respuesta de defensa y anticuerpos, pero para poder trabajar con el virus y saber si lo bloqueaba necesitaban un laboratorio de este tipo. Nosotros comprobamos que era capaz de hacerlo y que funcionaba en animales como hámsters”. Esas pruebas permitieron que ahora se esté probando ya en humanos.

De camino a la siguiente zona se une a la visita Xavier Abad, el máximo responsable de la unidad de biocontención. Nos enseña que las paredes están pintadas con una pintura especial y que las esquinas son redondeadas. “Se evitan los ángulos rectos para que sea más fácil la limpieza”, explica. Una unidad de nivel 3 implica que los microorganismos con los que se trabajan pueden suponer un riesgo no solo individual, sino también colectivo.

“Las de tipo 4 son las que permiten manipular agentes extremadamente peligrosos, como el ébola. Son las que estamos acostumbrados a ver en las películas”, añade Abad, con trajes conectados a respiradores mediante tubos que comunican con la instalación y que deben ir reconectando a medida que se desplazan por ella. Ahora mismo en España apenas hay alguna unidad pequeña que permite estos experimentos, “aunque hay proyectos de preparar unidades más grandes en Madrid”, precisa.

Xavier Abad y Júlia Vergara explicando el funcionamiento del centro durante la visita. / G. Castellví / SINC

Entre otros proyectos, el grupo de Júlia Vergara trabaja ahora en el diseño de una “vacuna pancoronavirus”, que sirva no solo contra el SARS-CoV2 y sus variantes, sino también contra muchos otros coronavirus que podrían terminar saltando a los humanos. Algo que podría servir desde el minuto cero para una posible y nada improbable próxima pandemia. “Es un consorcio formado por nuestro centro junto con IrsiCaixa y el Barcelona Supercomputing Center”, explica. “Ahora estamos estudiando qué debería incluir para ser eficaz. No es fácil, pero en principio es un proyecto posible”.

Pero un nivel 3 no es poca cosa y desde luego no es ninguna broma. El edificio, nos explica, está preparado para casi cualquier tipo de accidente. “Hay numerosas salidas de emergencia, cuenta con un generador de electricidad propio y con protocolos especiales en caso de incendio. El edificio se compone de tres piezas con flexibilidad entre ellas que permiten soportar un terremoto de hasta 4,5 grados en la escala Richter. No esperamos llegar a eso aquí”, tranquiliza Vergara.

Vamos hacia la siguiente ´caja´.

Los animales

Jaulas de ratones en el estabulario. / G. Castellví / SINC

Volvemos a sentir la presión negativa al abrir y cerrar las siguientes puertas y nos encontramos con un pasillo y varias estancias estancas a cada lado. En la primera hay varios cerdos con los que se está iniciando un experimento. El centro está en fases avanzadas de estudio de una vacuna contra un tipo de peste porcina, una enfermedad sin tratamiento que no solo supone un sufrimiento para los animales, sino que si se extiende entre granjas “puede cargarse la economía de un país”, alerta Abad.

Al fondo está el estabulario con los ratones, en los que se investigan enfermedades producidas por priones, como la de las vacas locas. Y ahora no hay, pero también han pasado por aquí ovejas, cabras, hámsters, pollos, caballos e incluso dromedarios. Algunas de las enfermedades estudiadas no afectan a los humanos, como la propia peste porcina. Otras sí pueden hacerlo, como la gripe aviar, la tuberculosis bovina, las priónicas o el nuevo coronavirus. También algunas transmitidas por mosquitos, como el chikungunya o la fiebre del Valle del Riff.

“Hay personas que no llevan bien trabajar con estas enfermedades, por mucha seguridad que haya. Algunas hacían visitas constantes a los médicos por miedo al contagio”, explica Vergara. Pero varias de estas dolencias pueden cursar de forma similar a infecciones comunes, ¿cómo saber si alguien se ha infectado? “Si no sucede un accidente, son tantas las medidas de seguridad que el contagio es virtualmente imposible. Cuando ha sucedido algo, como un corte o un pinchazo, es obligatorio comunicarlo”. La forma más segura de determinar si se ha producido es tomar una muestra y secuenciar el microorganismo, desentrañar si está presente. “Pero nunca ha llegado a hacer falta”, aclara Vergara.

Una de las líneas de investigación del CReSA es el desarrollo de vacunas contra la peste porcina. Algunas se están ensayando ya en cerdos. / G. Castellví / SINC

En otra de las estancias acaba de terminar un experimento y están descontaminando el espacio. Abad pronuncia entonces una frase que resuena, por más que la lógica de las investigaciones y las condiciones de seguridad lo exijan: “Un animal que entra en estas instalaciones ya no sale vivo, no puede hacer el recorrido de vuelta”.

“Desgraciadamente, no tenemos aún la manera de prescindir de ellos en determinadas fases de la investigación”, nos dirá más tarde la veterinaria y directora del centro, Natàlia Majó. “Tratamos de reducirlo al máximo y usar métodos alternativos siempre que es posible. Si no lo es, todos los experimentos han de pasar por un comité ético que nos aprueba las pautas y los pasos a dar y nos aconseja también sobre cómo obtener resultados con el menor sufrimiento y procurando el bienestar animal”.

Para Abad, “el uso de modelos animales es aún una parte fundamental en el desarrollo de nuevos tratamientos y vacunas ante un sinfín de enfermedades, de las que el mejor ejemplo en la actualidad es la covid-19”. “Y también para muchas que afectan a los propios animales”, añade Vergara. “Por desgracia, hay cosas muy complejas y difíciles de reproducir sin usarlos, y una de ellas es la inmunidad”.

En el espacio que están descontaminando hay tres ventiladores. Remueven el aire bañado con agua oxigenada a altas concentraciones. Se tarda cuatro días en hacerlo. Si es posible es gracias al piso de arriba.

El sándwich

“El concepto sándwich es uno de los más repetidos en centros de este tipo”, nos explica Abad. Los animales están en el piso central, pero por encima y por debajo hay dos tipos de instalaciones que son las que permiten todo el funcionamiento.

Toda una planta está destinada al filtrado del aire y a la generación de las presiones necesarias para evitar el escape de microorganismos. / G. Castellví / SINC

La parte de arriba tiene que ver con el aire. Es un espacio enorme atestado de autómatas y de la maquinaria encargada de insuflar y extraer el aire de cada zona del recinto, de crear las presiones negativas adecuadas y decrecientes con las que nos vamos encontrando. Y de filtrarlo exhaustivamente —“redundancia” es una palabra que se repite durante la visita—antes de liberarlo al exterior.

Planta de descontaminación de residuos. En primer plano, una instalación de digestión alcalina para tratar los restos sólidos. Al fondo, tres grandes depósitos sobre una «piscina» se usan para almacenar y descontaminar los residuos líquidos. / G. Castellví / SINC

La parte de abajo es la encargada de los residuos. Todo lo que se genera debe ser descontaminado antes de poder salir. Para ello se separa primero lo sólido de lo líquido. Lo sólido irá a un incinerador o a una carísima máquina de digestión alcalina, donde se deshacen los restos a base de pH. Lo líquido se dirige hacia tres depósitos sucesivos de 15.000 litros cada uno en los que se tratan químicamente hasta poder ser liberados. Por si hubiera algún accidente o rotura, los tres descansan sobre una especie de piscina vacía y quién sabe si irónicamente pintada de azul. “Si sucediera, la piscina daría tiempo para pensar”, explica Abad.

La inversión

Las instalaciones dan idea de la inversión necesaria. “El centro [que pertenece al Instituto de Investigación y Tecnología Alimentaria, IRTA]es una empresa pública”, nos dirá Majó, “pero solo el 25 % de la financiación procede de lo público. El resto lo tenemos que obtener de proyectos competitivos o de servicios para empresas”.

¿Debería haber más lugares de este tipo en España? “Probablemente alguno más sí”, responde Majó, “pero ante todo creo que deberían estar bien financiados, y no solo a nivel de infraestructuras, sino sobre todo de personal. Entiendo que los recursos son limitados, pero en mi opinión el ecosistema científico debería ser una inversión estratégica”.

Vista exterior del centro desde las cámaras de seguridad. Guillermo Castellví / SINC

La cultura One Health

Particularmente, “la sanidad animal está seguramente infravalorada y era difícil conseguir financiación”, prosigue Majó. “Pero la pandemia ha demostrado su importancia no solo por sí misma, sino porque ha puesto sobre la mesa un concepto que los veterinarios teníamos ya muy claro y que es el de One Health (una sola salud, o la interrelación y dependencia entre la salud humana, la del resto de animales y la del medio ambiente)”.

Júlia Vergara explica el funcionamiento del centro en uno de los pasillos que da a los laboratorios de bioseguridad. / G. Castellví / SINC

Sin ir más lejos, “el 70% de las infecciones que afectan a humanos provienen de otros animales”, añade Vergara. “La investigación es lo que nos permitirá estar mejor preparados para lo que venga. No sé si peco de optimista, pero con la pandemia se han acercado grupos con conocimientos muy distintos que estábamos demasiado alejados. Eso va a permitir trabajar mejor en el futuro”.

Doble ducha y despedida

Vamos terminando la visita. Llegamos al vestuario de salida y volvemos a desvestirnos. Es el momento de pasar por una doble ducha de seguridad. Las gafas las dejamos en un recipiente con ácido acético, que las limpia en profundidad. El equipo fotográfico debe quedarse al menos un día más en las instalaciones para ser completamente descontaminado.

Nos vestimos y vamos hacia la puerta de salida. En el exterior vemos dos caballos en una explanada verde. Son las granjas de la facultad de veterinaria, que se encuentra justo al lado del centro, como también lo está el hospital clínico veterinario.

La doctora Júlia Vergara muestra algunas de las herramientas usadas para la descontaminación de objetos. / Guillermo Castellví / SINC

Justo antes de despedirnos le preguntamos a Vergara, por curiosidad, si pasó la covid, si llegó a infectarse con el nuevo coronavirus.

—No, que yo sepa no me contagié—, sonríe.


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