Ciencia bajo cero: La investigación andaluza en las campañas antárticas
El 21 de diciembre de 2016 la dotación de la XXX Campaña Antártica del Ejército de Tierra izó la bandera española en Isla Decepción. Este acto supone la apertura oficial de la Base Antártica Española ‘Gabriel de Castilla’ que se convierte, durante tres meses, en el hogar y el lugar de trabajo de un grupo de militares y científicos que llevarán a cabo diferentes proyectos en un entorno privilegiado para la investigación. La presencia de andaluces en las campañas científicas en la Antártida ha sido constante desde finales de la década de 1980. Los investigadores han viajado al continente helado para estudiar el valioso patrimonio natural que atesora esta remota zona del planeta. Entre ellos, un biólogo marino de la Universidad de Sevilla que buceó por sus gélidas aguas y un fotógrafo científico al que le encantaría volver.
Son numerosos los investigadores e investigadoras de universidades y centros de investigación andaluces que han participado en algunas de las campañas científicas que se han llevado a cabo en las últimas décadas en tierras antárticas. Han estudiado y estudian, actualmente, el cambio climático, la fauna, los volcanes, la geodinámica, los sedimentos marinos, las algas y los microorganismos ocultos en el fondo de sus aguas heladas denominados bentos marinos. De estos últimos, José Carlos García Gómez, catedrático de Biología Marina de la Universidad de Sevilla, sabe mucho, ya que su primer viaje a la Antártida lo hizo como miembro de un equipo de investigadores españoles que, a iniciativa del Instituto Español de Oceanografía, llevó a cabo el primer proyecto español de bentos marinos que se desarrolló íntegramente a bordo del BIO Hespérides durante los veranos polares de 1994 y 1995.
Para este científico nacido en La Línea de la Concepción (Cádiz) la experiencia supuso una inmersión, literalmente, en el descubrimiento de los tesoros biológicos ocultos en los fondos de las gélidas aguas de la Antártida. “Mi principal misión -recuerda José Carlos García- fue dirigir un programa de investigación centrado en la biota fijada sobre superficies rocosas, fuente de información ambiental y ecosistémica, basado en técnicas de análisis de imágenes submarinas y de buceo científico, para el que tuvimos que realizar un curso especializado de buceo polar en Cartagena impartido por profesionales del Centro de Buceo de la Armada (CBA)”. Sus inmersiones en las aguas polares antárticas le proporcionaron uno de los recuerdos más impactantes de su estancia. “Fue un buceo en día gris, cerrado, que realicé junto a José Antonio Moya (Universidad de Alicante) en la isla Decepción, conformada por un cráter volcánico activo cuyo interior alberga una bellísima pero traicionera bahía, un lugar muy próximo a emanaciones submarinas de gases que calentaban sobremanera y cuyo paisaje submarino estaba salpicado de restos óseos de grandes cetáceos. Fue un buceo de alta tensión, pero completamente mágico”, rememora el científico.
Para el onubense Héctor Garrido, fotógrafo científico del CSIC, su recuerdo más impactante en tierras antárticas tuvo lugar en la superficie: “Trabajar en el blanco absoluto fue muy extraño. Recuerdo un día de cielo encapotado en que todo era blanco alrededor de nosotros. Ni siquiera se proyectaban nuestras sombras. Sólo la ayuda de los instrumentos de posicionamiento nos decían hacia dónde debíamos ir”, relata. El fotógrafo andaluz viajó a la Antártida en la Campaña 2008/2009, bajo el paraguas del Proyecto ATOS 2, liderado por Carlos M. Duarte para el CSIC. Su trabajo consistió en localizar algunas fotografías antiguas de glaciares y repetirlas desde idéntico ángulo y en similares condiciones para poder comparar y analizar el retroceso. “También documenté el día a día de la Base Juan Carlos I, ya que justo ese año comenzaba a construirse la nueva base y la antigua pronto sería eliminada. Presté apoyo fotográfico a varios proyectos científicos y finalmente completé un catálogo fotográfico bastante extenso sobre la Antártida”, añade. Sus imágenes recogen la belleza y riqueza de este paraje natural, inhóspito, duro, pero lleno de vida.
En manos del clima polar
La vida en la Antártida se acomoda siempre a las condiciones meteorológicas que son las que disponen si se puede salir de la Base o navegar por sus aguas. El clima polar, donde las temperaturas en los meses más cálidos no superan los 0ºC, es uno de los protagonistas indiscutibles en estas latitudes como destaca Garrido: “Soy andaluz, crecido en un clima cálido y he desarrollado mi trabajo siempre en climas templados o calurosos. En las semanas previas al viaje tuve mucho temor por ese enfrentamiento al frio polar. Después todo fue más fácil de lo imaginado”.
Para José Carlos García, su día a día era una auténtica aventura. “Cada jornada escondía una nueva sorpresa, una nueva oportunidad, algo diferente. Pero me pesaba como una losa asumir la responsabilidad de las campañas de buceo, donde el riesgo era evidente pues las condiciones para el desarrollo de esta actividad en la Antártida son extremas”. A la dureza de las condiciones ambientales se suma el trabajo como investigador. “A veces me quedaba hasta muy tarde porque había que realizar macrofotografías de especímenes muy raros que salían vivos obtenidos de prospecciones con dragas o redes especiales en zonas profundas. Algunos de ellos eran desconocidos para la Ciencia y fueron descritos con posterioridad”, explica el biólogo marino.
Héctor Garrido registró en imágenes, durante un mes, la entrega y dedicación de los científicos que se desplazan a la Antártida. Para facilitar su trabajo y garantizar su seguridad, la labor que desempeña el personal de las Bases es fundamental como destaca el fotógrafo: “Son personas muy capaces y serviciales, buenos compañeros dispuestos a batirse con las más duras condiciones para conseguir los datos necesarios y regresar sanos y salvos. Ellos, desde los cocineros hasta el personal de mantenimiento y los marineros de los buques oceanográficos, son el verdadero espíritu que hace que la ciencia en la Antártida sea posible”.
En los mismos términos recuerda García Gómez su experiencia con el personal del Hespérides y los oficiales de la Armada: “Sólo tengo palabras de profunda gratitud. Lo dieron absolutamente todo por los investigadores y por sus proyectos. Y hubo serios problemas logísticos, de riesgos y de mal tiempo”.
Algunos países desarrollados se han implicado en el estudio de este territorio, con bases permanentes o semipermanentes, con vistas a su conservación y evitar así su explotación desmedida, lo que constituye la mejor garantía de colaboración internacional para defender este espacio único en el mundo. Un lugar que no deja indiferente a quién tiene la oportunidad de conocerlo. “Tuve un momento inolvidable de quietud y reflexión ante la cruz de madera de una de las tumbas a la intemperie de marinos de la ballenera noruega Hektor (de máxima actividad en 1919 y cerrada en 1931), epítome del esfuerzo y sacrificio de la humanidad en lugares de climatología extrema. No pude contener las lágrimas. Morir tan lejos de su país, de sus familias, en tan inmensa soledad, junto a los Fuelles de Neptuno, debió ser demasiado duro”, destaca el biólogo marino.
“La Antártida es un lugar especial. Quizás el lugar más singular al que pueda ir una persona en este planeta. Pero siempre una expedición a un lugar remoto es una experiencia llena de momentos inolvidables y de aprendizajes únicos. La Antártida, especialmente, me dio mucho tiempo para pensar, para reflexionar en lo personal y muchas nuevas condiciones retadoras en lo profesional”, comenta Héctor Garrido y añade un deseo: “Poder volver otra vez para visitar otros lugares y navegar por sus aguas”.
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