Autoría: Elena Sanz / Fundación Descubre.
Asesoría científica: Lina Marcela Cómbita, Daniel Sanabria.
Si existe una medida absolutamente eficaz para pararle los pies al coronavirus SARS-COV-2 esa es, sin duda, quedarnos confinados en casa. En ausencia de vacunas, para evitar que el virus se expanda no nos queda otra que mantenernos lo suficientemente lejos los unos de los otros. Es más, los expertos en salud pública aseguran que es la única herramienta que tenemos disponible por el momento para contener la pandemia. Respetar el confinamiento, aunque resulte duro, es un ejercicio de responsabilidad colectiva que merece la pena.
Eso no significa que debamos pasar por alto el enorme desgaste psicológico que supone el distanciamiento social. Sobre todo porque la falta de conexión social no solo pone en jaque nuestra salud mental: también puede aumentar el riesgo de muerte prematura. Traducido a cifras, se estima que la soledad aumenta la probabilidad de fallecer antes de tiempo en un 26%, y el aislamiento social en un 29% (https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC2910600/). Por el contrario son muchos los estudios que apuntan a que una agitada vida social reduce la inflamación crónica, mejora la función cardiovascular, reduce la presión arterial y limpia el torrente sanguíneo de cortisol (la “peligrosa” hormona del estrés).
Tener esto en cuenta es fundamental para tratar de minimizar las consecuencias negativas del confinamiento sobre la salud física y mental.
Neurociencia del aislamiento
No debería extrañarnos que seamos seres extremadamente sensibles a la falta de contacto con nuestros congéneres. Al fin y al cabo, hemos evolucionado como criaturas sociales, en permanente interacción. Todos nuestros circuitos mentales están configurados para convivir y cooperar.
¿Qué ocurre cuando esa interacción no es posible? “Una posible referencia es la multitud de estudios realizados en el contexto penitenciario (https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC6813937/) que analiza el impacto de pasar mucho tiempo encerrados en celdas pequeñas, incomunicados, con el movimiento restringido durante la mayor parte del día y sin exposición a la luz natural”, explica Lina Marcela Cómbita, directora de Neuromindset, una spin-off de la Universidad de Granada. Es cierto, admite, que la de los presos es “una situación mucho más límite que el confinamiento actual, porque implica una importante privación sensorial y social”. La cosa llega al extremo de que en los reclusos confinados se ha observado una reducción visible en el tamaño del hipocampo, un área del cerebro fundamental para el aprendizaje, la memoria y la orientación espacial.
Por suerte, nuestro hipocampo está a salvo. Lo que no podemos descartar es que nuestras neuronas se resientan en confinamiento. Cómbita remite a estudios con ratas de laboratorio en los que se demostró que, tras un mes de aislamiento social, el volumen total de neuronas en el cerebro de estos animales disminuía hasta en un 20%. Una debacle que el cerebro compensaba “incrementando el número de conexiones entre las neuronas restantes”, aclara.
“Afortunadamente, el confinamiento al que nos sometemos en España, Italia o Francia no es tan extremo como el de los roedores”, precisa aliviada. Dice que la gran ventaja en nuestro caso no es solo que podamos salir al menos a hacer la compra. También tenemos la oportunidad de charlar con los vecinos por el balcón. Además de comunicarnos con familiares y amigos usando el teléfono o las (cada vez más) populares video-llamadas. En definitiva, cabe esperar que el impacto sobre el cerebro sea mínimo, incluso en personas que guardan confinamiento solas.
¿Pero es lo mismo la socialización física que a distancia? Claramente no. “Entre otras cosas, en entornos de socialización virtual somos más capaces de expresar nuestro punto de vista o nuestras opiniones con menos restricciones que cuando tenemos a las personas frente a frente, y eso se presta a que seamos menos considerados y empáticos con los sentimientos de los demás”, recalca Cómbita. “Aunque si lo miramos desde el punto de vista del cerebro, lo importante es que tenemos pruebas concluyentes de que el cerebro procesa de una forma muy similar las interacciones sociales online y offline”. Por lo tanto, en la coyuntura que estamos viviendo, hay que potenciar temporalmente online esas interacciones.
Un mapa del estado emocional en cuarentena
“La Organización Mundial de la Salud y los gobiernos de todo el mundo reconocen que la crisis del coronavirus y las medidas de confinamiento para su contención están ejerciendo un fuerte impacto psicológico sobre las personas de todas las edades”, explica Daniel Sanabria, del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento de la Universidad de Granada. Sanabria y sus compañeros han puesto en marcha un proyecto en el que colabora la Fundación Descubre. Se trata de una aplicación para medir el estado de ánimo en la piel de toro. Los datos los hacen públicos en tiempo real sobre un mapa organizado por provincias. “La app lanza una pregunta unas 6 veces al día; luego las respuestas van a parar a un servidor que las procesa y los datos se publican de manera inmediata en la página web Covidaffect.info (https://covidaffect.info)”, aclara el investigador granadino.
Manejan medidas del estado de ánimo que oscilan entre -10,00 (muy negativo) y +10,00 (muy positivo). Los investigadores han anunciado que seguirán también la evolución del estado emocional cuando el confinamiento concluya. “Las cifras de contagiados, infectados y del impacto económico son importantes, pero también lo es manejar datos del estado emocional de la gente”, subrayan los promotores de la iniciativa.
En este sentido, científicos norteamericanos de la Universidad de Georgia han puesto en marcha otro proyecto gemelo bautizado como ‘El amor en los tiempos de la COVID’ (un guiño al bestseller de Gabriel García Márquez, ‘El amor en tiempos del cólera’). Se trata de un sondeo a nivel internacional (https://loveinthetimeofcovid.me/survey) destinado a evaluar cómo afecta la pandemia a nuestras relaciones sociales, incluidas las relaciones de pareja, dentro de la familia, con las personas con las que convivimos veinticuatro horas de manera ininterrumpida. Que tampoco parece que salgan indemnes.
Minimizar las secuelas del confinamiento
Las claves para que esta cuarentena obligatoria no cause estragos a nivel psicológico, según Lina Cómbita, son “mantener nuestros lazos sociales y familiares activos, llevar un estilo de vida saludable, hacer ejercicio en casa, exponerse a la luz del sol en la medida de lo posible, mantener una dieta equilibrada y dedicar un tiempo a actividades intelectuales como leer un libro o aprender nuevas habilidades”. Una receta que, a primera vista, no parece complicada.
La investigadora confiesa que le preocupan especialmente los niños. “Creo que, en el caso de España, son los más afectados porque son el único grupo poblacional al que se la ha prohibido por completo abandonar su hogar”. Lo justifica porque llevan un mes sin salir de casa, sin poder caminar, correr, saltar e interactuar con otros niños… “Y esto, en una de las etapas más cruciales para el desarrollo de su cerebro, de su psicomotricidad y, claro está, de sus habilidades sociales”, lamenta.
Lo bueno en los niños es que, al no tener conceptos tan rígidos de lo que necesitan o deberían estar haciendo, no tienen tantos conflictos emocionales como los podemos tener nosotros los adultos. «Y como no se comen la cabeza, puede que a muchos les pese más la felicidad de tener a sus padres cerca, de disfrutarlos, de pasar tiempo juntos, de jugar y leer con ellos en este ‘retiro’ doméstico», reflexiona Cómbita. Quizás podamos aprender de ellos.
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