Andalucía /
30 de septiembre de 2020

Salud vegetal: vida y comida

Fotografía ilustrativa de la noticia

Autoría: Jorge Molina / Fundación Descubre.

Asesoría científica: Francisco José Arenas, Berta de los Santos, Antonio Caro, Rafael M. Jiménez Díaz, Estefanía Rodríguez, Carolina Puerta, Samir Sayadi, Israel Sánchez, Esperanza Sánchez-Hernández, Jorge Castro.

Las 8’7 millones de hectáreas del territorio andaluz las acaparan en un 50% el uso forestal, y en un 40% el agrario. Las plantas generan vida y comida, de ahí que la buena salud vegetal suponga un continuo reto. Al avance de la agricultura ecológica, se le solapa la alternativa de la edición génica y la continua investigación para remediar, sin fitosanitarios o con los de menor huella, las plagas y enfermedades. Naciones Unidas ha considerado 2020 como el Año de la Sanidad Vegetal, algo que, a la par que un componente ecológico y económico, incluye otro moral, pues se habla de un derecho humano básico.

La historia de las plantas es la de la vida en la Tierra y, por supuesto, del ser humano. La primera alga, es decir, la primera célula vegetal, marca el inicio del proceso. Esta forma de vida salta a tierra firme hace 470 millones de años; forma los primeros bosques y se propaga con semillas 380 millones de años atrás; ‘poco’ después (unos 30 millones de años) aparecen las flores; y como quien dice ayer, hace 10.000 años, en el Neolítico, la vida vegetal es domesticada con la agricultura. Se genera así la civilización sedentaria que hoy conocemos.

Cuando nace la agricultura, la población mundial se cree no superaba los 10 millones de personas. Hoy somos 7.700 millones. La producción ha conseguido cifras astronómicas gracias a la mejora de especies y de la tecnología, pues hasta la tierra sobra en algunas plantaciones, como en los berries de Huelva. El informe anual de Unicaja señala que el valor de la Producción Vegetal en Andalucía alcanzó los 10.578 millones de euros en 2017, un aumento del 5,5% respecto al año anterior. La Comunidad es la gran productora del total español de aceite de oliva (83%); hortalizas (43%); plantas industriales (39%, girasol, remolacha, algodón) y frutas (33%).

El sector agrario y la industria agroalimentaria suponen en Andalucía el 7% del VAB (valor agregado bruto, es decir, todos los bienes y servicios) y el 10% del empleo de la región. La renta que genera el sector agrario suma 9.250 millones de euros y ocupa a 263.000 personas. Almería supone el 24% del valor de la producción agrícola, Jaén el 16,3 y Sevilla el 16%.

Unas cifras elocuentes de la relevancia que la buena salud del sector tiene para Andalucía. De ahí que el trabajo científico en sanidad vegetal resulte esencial, y se desarrolla tanto en ámbitos privados como en los públicos; a través del Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (IFAPA) para la mejora de especies y el control de plagas y enfermedades de forma sostenible, el CSIC, y las Escuelas Superiores de Ingeniería Agronómica de las universidades andaluzas.

El caballo de batalla de la sanidad vegetal se encuentra ante el reto de armonizar el uso de productos fitosanitarios y las prácticas ecológicas para satisfacer la demanda de alimentos mediante una agricultura respetuosa con el medio ambiente. España utilizó 73.000 toneladas de productos fitosanitarios en 2018, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación; al suponer Andalucía casi la sexta parte de la superficie agrícola nacional, equivaldría a 13.400 toneladas, la mitad de ellas usadas para combatir a hongos, bacterias, plagas de insectos y ácaros, y malas hierbas. Somos el país de Europa que más fitosanitarios consume en la agricultura en términos absolutos, por delante de Francia (67.000 toneladas), Italia (63.000) y Alemania (48.000), según Eurostat.

España también es líder en la relación de kilos de agroquímicos vendidos en 2015 por habitante. Italia, Francia y Portugal marcan el entorno de un kilo por persona, y en nuestro país esa ratio se alza hasta 1,6 kilos.

Francisco José Arenas es el coordinador de I+D+F del IFAPA, organismo de la Junta de Andalucía que ha desarrollado una aplicación móvil con 275 imágenes de las principales plagas y sus enemigos naturales, así como de los principales virus de los cultivos hortícolas en invernadero. De forma rápida el agricultor puede detectar qué daña a su cultivo, y no son pocos.

“El uso de otras alternativas a los fitosanitarios incrementaría los precios agrícolas, impidiéndonos competir con países mediterráneos no sujetos a esta legislación”, indica respecto a la diatriba. “Por supuesto, tendríamos que realizar numerosos cambios en el manejo de los cultivos, difíciles de adoptar por parte de los agricultores, y que pueden producir una importante merma en los rendimientos y calidad”, indica Berta de los Santos, coordinadora del Área de Protección Vegetal del IFAPA.

En este aspecto, la principal organización agraria, ASAJA, es firme defensora de los fitosanitarios: “no utilizarlos puede llevar al traste al 40% de la producción agrícola, para nosotros es vital para plantas anuales o perennes, y más cuando crece la población y, por tanto, la necesidad de alimentos”, afirma Antonio Caro, coordinador de los servicios técnicos de Asaja Sevilla.

Dos centenares de expertos realizaron en 2019 una valoración independiente de las pérdidas de cosecha a nivel mundial causadas por parásitos de los cultivos. Se evaluaron los efectos de 137 fitófagos (ácaros e insectos) y enfermedades en cinco cultivos (arroz, maíz, patata, soja y trigo) de 67 países, que producen el 84% de de los mismos. Dichas pérdidas de cosecha alcanzaron el 30% en arroz, y variaron en el resto entre el 17 y el 23%. Otro informe mundial, para el periodo 1988-2003, situó las pérdidas globales de cosecha entre el 33 y el 42% en los ocho cultivos más relevantes para la alimentación y la industria.

El ingeniero agrónomo Antonio Caro realza que Andalucía “fue pionera al crear la Red de Alerta de Información Fitosanitaria, que monitoriza cada semana los cultivos en las 8 provincias con datos que recogen los técnicos de campo, y estima cuándo es necesario un tratamiento porque el nivel de insectos” puede acercarse a la plaga.

Caro lamenta que exista tanta “campaña negativa” sobre los fitosanitarios, cuando los considera “totalmente seguros, al nivel de los medicamentos”, por el control exhaustivo en las distintas etapas: la formulación de las materias activas, los diez años de pruebas, la detallada información del etiquetado, y hasta en el tramo final: la maquinaria debe pasar una inspección técnica de aplicaciones de fitosanitarios; y la formación del personal resulta obligatoria, con distintos grados de idoneidad según el producto que apliquen.

Ecovalia tiene entre sus funciones certificar los cultivos ecológicos. La entidad indica que los agentes externos que causan problemas son los mismos para una forma de cultivo u otra. Pero en un agro ecosistema en equilibrio, donde hay biodiversidad, se ha mejorado la fertilidad del suelo, y se hace un manejo adecuado, como es el caso de la producción ecológica, “los problemas sanitarios son menores que en un sistema convencional. Si el cultivo está fuerte, el ataque de agentes externos es menor”.

Cuando aparecen problemas de sanidad vegetal “existen tratamientos permitidos que no proceden de sustancias químicas de síntesis; eso no quita que puntualmente existan plagas que no puedan llegar a controlarse, al igual que con la producción convencional”, apunta Ecovalia.

El llamado ‘mar de plástico’ causado por los invernaderos, en Almería.

Todos los actores sí coinciden en trabajar de la mano de la ciencia para mejorar la sanidad vegetal. Ecovalia participa en el proyecto europeo Relacs, para reducir el uso del cobre y los aceites minerales y buscar nuevas soluciones para la fertilización. Asaja colabora con la Universidad de Córdoba para combatir el hongo de la patata Sclerotium rolfsii, causante de la podredumbre blanca cuyos síntomas aparecen tras la cosecha, durante el almacenamiento o el transporte hacia Europa. En el estudio colaboran las empresas Crescasa (Crespo Camino S.A.) y Anpasol (Andalucía Patatas del Sol).

El IFAPA, con 15 centros y 22 sedes distribuidos por toda la geografía andaluza, en los que se dispone de más de 1.300 ha de superficie experimental y numerosos equipamientos singulares (almazara, bodegas, etc.), supone la gran institución investigadora andaluza en su área. Entre sus objetivos se hallan la protección de la biodiversidad, agricultura y cambio climático, reutilización de residuos y tecnologías de la información.

Francisco Arenas manifiesta que “las enfermedades ocasionadas por bacterias, virus y patógenos de suelo son las que más nos preocupan, pueden a afectar a sectores de gran importancia económica para Andalucía como olivar, frutales, cítricos, hortícolas y los frutos rojos”. En el caso del control de patógenos de suelo, la legislación sobre fumigantes químicos “es cada vez más restrictiva (como la cancelación a nivel nacional de formulaciones con metil isotiocianato; y 1,3 dicloropropeno y cloropicrina sujetos a usos excepcionales); esto unido al hecho de que no existe ninguna otra solución ‘universal’, obliga a un importante esfuerzo en investigación, formación y transferencia para determinar alternativas”.

Del campo a la mesa

La Comisión Europea impulsa el Pacto Verde Europeo (The European Green Deal) para llegar a la neutralidad climática en 2050. Uno de sus puntos comprende la Estrategia del Campo a la Mesa (Farm to Fork Strategy), con la que mejorar el sistema alimentario de la UE haciéndolo más sostenible y respetuoso con el medio ambiente. Entre sus cometidos está reducir el uso de plaguicidas químicos, fertilizantes y antibióticos en la agricultura. La crisis del coronavirus ha postergado su presentación, prevista en abril.

Antonio Caro, de Asaja, cree que así no se garantiza la seguridad alimentaria: la estrategia, afirma “pasa por mantener una sanidad clara y realista, que debe venir de la producción integrada, que es sostenible, racionaliza los insumos y también los recursos, va más allá en la sostenibilidad que la agricultura estándar”.

Y, en paralelo, propugna “la agricultura de precisión, la agricultura 4.0: si usamos fitosanitarios, que se usen tratamientos dirigidos, que optimicen al máximo los productos, y acompañados de la inteligencia artificial, que ya existe”. El técnico de Asaja lamenta que estemos “a la cola del uso de la biotecnología”, tanto los transgénicos como con “la edición de genes, el sistema CRISPR, cuyas oportunidades son inmensas»

La sanidad vegetal por la vía de la genética es un ámbito muy limitado. El maíz BT contra el gusano cabezudo es el único que se puede utilizar en Europa. España –con unas 115.000 ha- y Portugal son los países que apuestan por este único transgénico autorizado en la UE junto a la patata amflora, aunque esta se halla prohibida por los gobiernos. Curiosamente, sí se comercializa soja, algodón y colza sujeto a transgénesis, técnica que ahora manipula los cultivos parar hacerlos también resistentes a la sequía.

Desde el IFAPA opinan que “el uso de variedades resistentes a plagas y enfermedades mediante transgénesis es una herramienta fundamental en el escenario actual, y la consideramos una solución más”.

Libro blanco

El Libro Blanco de la Sanidad Vegetal, publicado por la Universidad de Córdoba y AESaVe en 2019, advierte de la aparición de amenazas extra, derivadas de tres factores: llegada de agentes exóticos e invasivos, el cambio climático, y los cambios en las tecnologías y los métodos de producción.

En este exhaustivo trabajo –que tiene como a uno de sus dos co editores al catedrático emérito de la Universidad de Córdoba Rafael M. Jiménez Díaz– se apuesta por integrar acciones de toda índole: el uso de los fitosanitarios basado en el conocimiento epidemiológico, pues “desempeñan un papel importante en la gestión de determinadas afecciones”; la investigación en fitopatología y en la mejora genética vegetal; y “potenciar la utilización de los agentes de biocontrol”.

Verdura fresca en un mercado.

El Libro Blanco señala que, en ciencia, “se han erosionado las plantillas públicas de personal investigador, y reducido la financiación de la investigación en Sanidad Vegetal, y aunque el efecto negativo de ello ha sido contrarrestado con mayor captación de recursos por científicos españoles en proyectos UE, el nivel de liderazgo en ellos es inferior al que correspondería por el volumen del sector agroalimentario y forestal español”.

Entre las conclusiones se incluye que las “instituciones y estructuras con funciones específicas de transferencia de los resultados de la investigación científica y técnica han desaparecido virtualmente”, a lo que se une la “inexplicable reducción de la carga docente en las disciplinas nucleares de la Sanidad Vegetal en las titulaciones agrarias y forestales de las universidades españolas”.

Globalización

Aunque la historia de la Sanidad Vegetal está jalonada de introducciones de plagas exóticas con devastaciones masivas, como la filoxera de la vid y el chancro del castaño, “el incremento de tales introducciones durante las dos últimas décadas y las devastadoras consecuencias que han traído consigo, han generado honda preocupación”, afirma Rafael M. Jiménez Díaz.

La facilidad, y la intensidad, del comercio han facilitado la llegada de todo tipo de especies invasoras, animales y vegetales. Desde el IFAPA resaltan sus investigaciones contra las bacteriosis ocasionadas por especies de Candidatus liberibacter o Xylella fastidiosa, que afortunadamente aún no están presentes en Andalucía.

En el primer caso, el objetivo es investigar distintas vías para el control de la psila Trioza erytreae, como vector de Candidatus liberibacter africanus, causante del Huanglongbing (HLB) en cítricos y presente en la península ibérica desde 2014, mediante aproximaciones clásicas (control biológico y químico), así como otras más novedosas (marcadores moleculares, secuenciación masiva…). Analizan la resistencia de variedades de olivo a Xylella, siempre con acciones de transferencia y formación.

La llegada de nuevas plagas la han sufrido los frutos rojos (Drosophila suzukii), la patata (Epitrix papa), o el castaño (Dryocosmus kuriphilus, la avispilla), en cuya biología y control avanzan los científicos andaluces, que han detectado nuevas virosis en hortícolas, el resurgimiento de determinas enfermedades fúngicas de suelo, y la aparición de otras nuevas.

Atención al olivo

La Verticilosis del olivo (VO) era una enfermedad desconocida en España hasta que fuera diagnosticada por primera vez en la provincia de Córdoba en 1979. Pero se trata de “sin duda el problema sanitario de mayor importancia real del olivo en España en la actualidad”, afirma Rafael M. Jiménez Díaz.

En 2014, los datos recogidos por la Junta de Andalucía en 3.800 olivares entre 2006 y 2014 sugieren una incidencia global media del 5 al 7% de olivos enfermos en el olivar andaluz. La VO es causada por Verticillium dahliae, un hongo capaz de sobrevivir hasta 14 años en el suelo y de gran variabilidad genética. Jiménez Díaz considera que es “una enfermedad endémica, y de primera importancia económica y estratégica para el olivar andaluz”, cuyo control resulta “muy dificultoso porque en Andalucía prevalece una estirpe del hongo defoliante y muy virulenta sobre todas las variedades de olivo de mayor interés oleícola”.

No obstante, ya se dispone de medios eficientes para el control de la VO, que se deben aplicar conjuntamente, de forma integrada, y por personal formado para ello. Este control se debe basar en el diagnóstico pronto y preciso de la enfermedad –para el que existen protocolos PCR-, el uso de variedades menos susceptibles, o injertadas sobre patrones resistentes, y siempre certificadas sanitariamente, la desinfestación del suelo mediante su calentamiento por la luz solar, y la aplicación de hongos de control biológico al material de plantación, afirma el catedrático emérito.

Lucha biológica

El control biológico forma parte del abanico de armas que desarrollan el IFAPA y otros sectores agrícolas. La apertura de una biofábrica en El Ejido hace unos meses para producir 100 millones de ‘bichos buenos’, que combaten a otros de especies agresivas para los cultivos, es una nueva muestra del avance de esta faceta.

El centro del IFAPA en La Mojonera (Almería) participa en el grupo operativo de ámbito nacional IDEAS (Implementación de Desarrollos Ecológicos para una Agricultura Sostenible), cuya finalidad es recuperar el control biológico natural y la polinización a través de la biodiversidad en cultivos hortofrutícolas.

Estefania Rodríguez con alumnos.

Estefanía Rodríguez señala la utilidad de mejorar el entorno de las zonas de cultivo, para que sean gratas a los insectos beneficiosos, de ahí que planten setos, obligatorios en El Ejido desde 2017. El equipo de Rodríguez y Mónica González (Fundación Cajamar) ha diseñado una app para moviles (PlantEN) donde recogen “las 27 plantas arbustivas autóctonas de mayor interés para establecer setos entre invernaderos, y qué nivel de plaga y de sus enemigos naturales  (depredadores y parasitoides) soportan”.

Hay plantas que pueden ser contraproducentes, al beneficiar las plagas, de ahí que el proyecto, al alimón con la Fundación Cajamar, especifica las plantaciones adecuadas para acoger a artrópodos, reptiles o pájaros comedores del insecto plaga.

La pérdida de biodiversidad provoca un empeoramiento de la sanidad vegetal. Esta línea de trabajo motiva también la investigación de Carolina Puerta en 25 viñedos andaluces. “Si la comunidad de hongos, bacterias, artrópodos, micorrizas, aves, nematodos y mamíferos está bien estructurada, no hacen falta fitosanitarios, pues la misma comunidad lleva a menos patógenos o a su no presencia”, indica tras un estudio en fincas de uva tempranillo desde la costa a Sierra Nevada, y desde la floración a la vendimia.

En varios casos analizaron dos fincas contiguas, una ecológica y otra convencional, con el resultado de que “no necesariamente la convencional acogía una comunidad menos rica que la ecológica, ya que se da un gradiente tremendo de manejo: hay fincas no certificadas en ecológico que no usan prácticamente nada, y otras ecológicas aran demasiado o, por ejemplo, echan azufre y cobre en exceso, pues está permitido”, informa Puerta.

Aunque siguen analizando los datos, ya detectan que si “la comunidad de artrópodos es muy diversa, por ejemplo, la presencia de especies ‘malas’ no llega a plaga, pues hay otras competidoras, no se descontrola; e igual pasa en hongos y en nematodos”.

Samir Sayadi, investigador del centro IFAPA Camino del Purchil, junto al equipo de REINWASTE.

Residuos al natural

A la cola de la producción agrícola aparece la gestión de los residuos. El proyecto REINWASTE (Reconstrucción de la cadena de suministro de alimentos probando soluciones innovadoras para conseguir cero residuos inorgánicos) comenzó en abril de 2018 y este año 2020 ha iniciado las pruebas en diferentes parcelas.

Para evitar el uso de acolchados plásticos a ras de suelo, que quedan en él, o no son reciclables al ir impregnados de tierra, el proyecto prueba un acolchado plástico biodegradable en suelo y otro acolchado plástico compostable, ambos de origen parcialmente vegetal, como explica Samir Sayadi, investigador del centro IFAPA Camino del Purchil.

Dentro de REINWASTE también se testea una alternativa a las rafias con las que se atan los tallos de las platas en crecimiento a los tutores. Las rafias son de polipropileno, y resulta un trabajo minucioso retirarlas para poder llevar los restos vegetales a reciclar sin ese plástico. Sayadi indica que prueban dos: una rafia de origen 100% vegetal (de yute) y otra mixta biodegradable de origen vegetal con un porcentaje de polímero sintético.

Nuevas soluciones

El futuro lo plantean los expertos del IFAPA en la línea de “mantener e incrementar la capacidad de dar soluciones viables a la aparición de enfermedades y plagas emergentes, así como de malas hierbas invasoras, que pueden afectar a cultivos de interés, mediante estudios de biología y control, en un escenario de reducción de fitosanitarios”.

Arenas y De los Santos añaden los estudios de biodiversidad para su uso en control biológico de conservación; también es fundamental promover la salud del suelo; e incrementar el desarrollo de TIC’s aplicadas a la protección vegetal.

Bosques sanos y productivos

La mitad de Andalucía tiene categoría de suelo forestal; y, a la par, la tercera parte se halla protegida por su valor medioambiental. Recursos económicos –como corcho, madera, setas, plantas aromáticas, ecoturismo, caza, ganado en libertad (cerdo ibérico, cordero segureño, retinto)-; ambientales –producción de oxígeno, retención del suelo, de agua, biodiversidad animal–; y culturales –paisajes, tradiciones- dependen del estado de salud de estas plantas silvestres.

La sostenibilidad económica y ambiental “necesita de bosques sanos y productivos; la propia FAO (organización para la alimentación de Naciones Unidas) considera que la respuesta mundial al cambio climático debe centrarse más en los bosques”, afirma Israel Sánchez, coordinador del Grupo de Sanidad Forestal de la Sociedad Española de Ciencias Forestales (SECF).

Este profesor de la Universidad de Huelva señala que el cambio climático lleva asociado un aumento del riesgo de ocurrencia, intensidad  y dispersión de enfermedades y plagas forestales, como el incremento del mercado internacional de productos forestales eleva las amenazas para la salud de los bosques.

En las Jornadas de Sanidad Forestal en el Monte Mediterráneo celebradas en Córdoba se expuso que el nematodo de la madera del pino resulta, “posiblemente, la más grave amenaza a la que se enfrentan los montes andaluces; los daños que puede llegar a producir en las masas de coníferas unido a las repercusiones económicas derivadas de su presencia en nuestro territorio hace que el esfuerzo en su vigilancia sea máximo”.

La Red Andaluza de Seguimiento de Daños sobre Ecosistemas Forestales (SEDA) de la Junta de Andalucía realiza un diagnostico más pormenorizado que las restantes redes de los agentes causales de daños presentes en el monte andaluz, especialmente aquellos de naturaleza biótica, ya que se consideran fundamentales para poder definir cualquier actuación correctora.

SEDA captura datos anuales sobre el estado fitosanitario de 10.000 árboles en más de 400 localizaciones. Entre las especies con más árboles muertos con los datos de 2015, además de eucaliptos –un cultivo forestal en su mayoría- resulta preocupante el estado de defoliación de encinas y alcornoques, y los pinos pinaster y pinea. Con un nivel moderado de defoliación –pérdida de entre el 25 y el 60% de las hojas- aparecen acebuche, pistacho y pino halepensis.

La ingeniera forestal de la Junta de Andalucía Francisca de la Hoz indicaba en esas jornadas que, con los resultados de 2012, más del 90% de los árboles sufre una defoliación limitada, entre el 10 y el 20%. Los agentes vivos más frecuentes son los hongos de pudrición (26%), la mosca que causa las ‘agallas’ de la encina (19%), las fumaginas (un tipo de hongos, 9%), y el ácaro de la encina Eriophies ilicis (6%).

La lucha contra la seca

Uno de los problemas que más quebraderos de cabeza provoca es el de la seca de encinas y alcornoques. Es grave tanto ambientalmente –pues las dehesas ocupan en Andalucía en torno a 1,2 millones de has en casi 100 municipios-, como económicamente, pues existen 14.000 explotaciones donde se gestiona una cabaña ganadera de más de 3 millones de cabezas de ganado. En concreto, 2 millones de cabezas de ovino, 400.000 de bovino, 500.000 de caprino y más de 400.000 de porcino ibérico.

La podredumbre de sus raíces la causa la alta propagación desde hace décadas del hongo Phytophthora cinnamomi, un patógeno con origen probable en Papúa Nueva Guinea. Esperanza Sánchez-Hernández, catedrática de Producción Vegetal del Departamento de Agronomía de la Universidad de Córdoba, indica que “se ha demostrado que la aplicación de enmiendas calizas al suelo disminuye significativamente la infectividad del patógeno, dando lugar a una menor tasa de infección”. Otra medida de control frente a la podredumbre radical es la aplicación de fosfonatos.

Otra estrategia de control en estudio, añade la catedrática, radica en la biofumigación, la incorporación en el suelo de materia orgánica junto con agua para producir un efecto desinfectante. Se ha demostrado que las especies con un alto contenido en sinigrina tienen un buen efecto supresor.

Córdoba, con 361.600 hectáreas de dehesas, el 31,3% andaluz; y Huelva (233.000, 20,2%), son las provincias con más superficie. Precisamente Huelva ha perdido en una década más de 10.000 hectáreas, y se han cortado 457.000 pies de encinas y alcornoques.

La Junta de Andalucía ha puesto en marcha el Equipo de Diagnóstico de la Seca (EDS) en Andalucía, para en concreto identificar la causa o causas del problema de mortandad del arbolado, pues su origen parece mezclar diferentes motivos además del hongo Phytophthora cinnamomi, como el cambio climático y el sobrepastoreo. También revisan la posible presencia de otros agentes biológicos.

Una de las agresiones al medio forestal que ha ido en aumento, y en este caso por la mano humana, es la de los incendios forestales. Tras el siniestro, la retirada de la madera quemada para evitar enfermedades y ayudar a la recuperación se efectuaba de forma casi automática.

Jorge Castro, catedrático de Ecología de la Universidad de Granada, ha realizado un estudio tras el gran incendio de Lanjarón de 2005 para analizar qué efectos se conseguían sin apear la madera, Castro comprobó que los juveniles de pino resinero que crecían junto a madera quemada padecieron menos estrés hídrico, alcanzaban mayor tamaño, acumulaban mas nutrientes y producían mas piña. “Retirar la madera quemada no siempre es la mejor opción”, afirma, pues, además, la madera quemada aumentó la cobertura y diversidad de las plantas.

El ahorro de prevenir

“Las plantas suponen la base fundamental para la vida en la Tierra y son el pilar más importante de la nutrición humana. Pero contar con plantas sanas no es algo que podamos dar por supuesto”, afirma la FAO. Prevenir resulta mucho más rentable que curar, como está comprobando, convulsionado, medio planeta a causa del virus Covid19. En el caso de las plantas la incidencia de patologías se agrava al añadirse una crisis crónica que plantea problemas nuevos –el cambio climático-, amén de una forma de vivir, llamada globalización, gracias a la cual nada se halla lejos, tampoco los contratiempos.


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