Abejas que atrapan microplásticos, ‘radares’ de la contaminación ambiental
Un equipo de investigación de la Universidad de Almería ha analizado una muestra de más de 4000 abejas obreras para establecer cómo estos polinizadores transportan polímeros del medio natural a sus colmenas. Los insectos sirven como rastreadores para evaluar el nivel de polución ocho kilómetros alrededor de sus panales, tanto en áreas urbanas como rurales de Dinamarca. El análisis de sus cuerpos una vez cumplido su ciclo vital supone una opción más económica y simple que los sensores que monitorizan la calidad del aire empleados en la actualidad.
De los numerosos retratos que ilustran a Napoleón Bonaparte es ‘Napoleón entronizado’ (1806), obra del pintor Jean-Auguste Dominique Ingres, el que quizá muestre mejor la predilección del entonces emperador por las abejas. El artista no solo representa a un soberano hierático sentado sobre un trono desde el que contempla la génesis de su imperio. También lo rodea de adornos como las 1.500 abejas de oro bordadas en el manto púrpura que lleva sobre los hombros y que poseen un simbolismo claro: inmortalidad y resurrección.
Esta curiosidad artística es tan solo otro detalle que ilustra la historia de Francia con las abejas, que se remonta a la época de Childerico I (457-481), rey de los franceses y fundador de la dinastía merovingia, y que conecta con el presente. De hecho, en la actualidad París es una ciudad colmena que alberga más de 400 panales, localizados en ubicaciones tan diversas como el mismo lugar donde Napoleón fue proclamado emperador: la catedral de Notre Dame.
La salud de estos insectos en la ciudad está relacionada con la contaminación ambiental y el movimiento de residuos como los microplásticos a través del aire. Precisamente en el análisis de la dinámica entre enjambres y estos polímeros se centra un equipo de investigación de la Universidad de Almería, que ha detectado por primera vez la presencia de microplásticos en el cuerpo de las abejas. Estos insectos actúan como rastreadores de contaminación ambiental en un radio de ocho kilómetros desde sus colmenas mediante la captación de los diminutos polímeros que se adhieren a su tórax, patas, alas y abdomen durante la actividad recolectora. El análisis de estos insectos una vez cumplido su ciclo vital se propone como un método de monitorización más económico y simple que los actuales sensores de contaminación.
En esta investigación los expertos analizan por primera vez la presencia de polímeros en el cuerpo de las abejas con el fin de comprobar qué tipo de residuos se adherían a ellas y si eran contaminantes. “Nuestra labor se centró en comprobar, mediante el análisis de los microplásticos hallados en las obreras, si éstas servían como bioindicador de la contaminación ambiental de áreas concretas, dado que su actividad se extiende por un zona específica y con un radio de ocho kilómetros, que es bastante amplio”, explica a la Fundación Descubre el investigador de la Universidad de Almería Amadeo Rodríguez.
Partículas diminutas
La degradación del plástico derivado de la actividad humana genera residuos del tamaño de un micrómetro aproximadamente, el equivalente a la punta de un cabello. Estos polímeros afectan, ya sea a través de su ingesta o porque contaminen un entorno, a los diversos ecosistemas y a los seres que los habitan. Así lo ponen de manifiesto informes como ‘Basuras marinas, plásticos y microplásticos: orígenes, impactos y consecuencias de una amenaza global’, publicado por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.
Las partículas de plástico son tan diminutas que el viento las transporta constantemente, motivo por el que están presentes en lugares como las flores donde las abejas realizan su actividad y, una vez adheridas a su tórax, patas, alas y abdomen, las obreras las transportan hasta el panal. De este modo, los microplásticos también acaban en la miel que consume en enjambre y, en última instancia, el ser humano.
Los expertos resaltan que la presencia de residuos en zonas rurales y urbanas en Dinamarca es muy similar y explican dos posibles causas para este dato. La primera es que las ciudades se encuentren dentro del rango de búsqueda de las abejas y ellas arrastren los polímeros hasta una colmena que se encuentre en un área rural. La segunda, que el viento arrastre los microplásticos de los grandes núcleos urbanos hasta el campo.
Para comprobar la presencia de microplásticos en estos insectos se recogieron los cuerpos sin vida de las abejas durante la primavera, época de máxima actividad en el enjambre, por lo que hay un mayor tránsito de nacimientos y bajas entre las obreras. Posteriormente, a las muestras congeladas se les realizaron análisis químicos y analíticos para separar los polímeros de la materia orgánica. De este modo, los investigadores identificaron 13 tipos diferentes de residuo como el polietileno, que contienen utensilios cotidianos como las botellas o los cables; o la resina epoxi, ampliamente utilizada como recubrimiento de sistemas eléctricos.
Seguridad alimentaria
La investigación se situó en Dinamarca debido a la profunda conciencia ambiental de la asociación de apicultores Danmarks Biavlerforening, que aportó las muestras para el estudio. “Los apicultores locales querían saber la presencia de contaminación en las zonas en las que se mueven sus abejas y cómo afecta a la producción de miel. De momento, solo hemos podido indicarles qué residuos transportan hasta la colmena y las zonas con mayor contaminación”, explica Amadeo Rodríguez.
El grupo Residuos de plaguicidas quiere continuar con esta línea de investigación con el objetivo de diseñar sistemas de evaluación de calidad de productos como la miel o las verduras. Para ello, analizan los residuos que se producen durante su elaboración o manipulación y establecen parámetros para unificar el criterio de los laboratorios europeos, como la presencia y ausencia de plaguicidas en los alimentos. De este modo, se garantiza la seguridad de los alimentos para su exportación e importación.
Así, los análisis de la dinámica entre las abejas y los microplásticos informan a los apicultores para mantener la salud de colmenas como las que abundan en París. Afortunadamente, variedades como la Buckcast son especialmente resistentes a las desavenencias de la vida urbana como la contaminación o las enfermedades. De hecho, ni siquiera el fuego que asoló el techo de Notre Dame en 2019 pudo acabar con la vida de las casi 200.000 abejas que continúan habitando entre los muros del templo. Una prueba más de que estos insectos hacen honor a la simbología que tanto apreciaba Napoleón: inmortalidad y resurrección.
Más información en #CienciaDirecta: Detectan por primera vez microplásticos en el cuerpo de las abejas
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