Cuando el mundo se mueve: las migraciones a la luz de la ciencia
Informa: José María Montero.
Asesoría científica: Virginia Paloma, Sebastian Rinken, Raquel Seijas y Teresa Cruz.
Cómo puede contribuir el conocimiento a desterrar prejuicios y favorecer la equidad y la convivencia.
Protagonistas:
- Virginia Paloma. Profesora del Departamento de Psicología Social, miembro del Centro de Investigación y Acción Comunitaria de la Universidad de Sevilla y codirectora del Master Oficial ‘Migraciones Internacionales, Salud y Bienestar: Modelos y Estrategias de Intervención’.
- Sebastian Rinken. Vicedirector del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA-CSIC) y ex-director del Observatorio Permanente Andaluz de las Migraciones.
- Raquel Seijas. Profesora de Periodismo en la Universidad de Málaga y especialista en migraciones, minorías, movimientos sociales y medios de comunicación.
- Teresa Cruz. Directora de la Fundación Descubre.
Posiblemente no haya un fenómeno social que, a pesar de ser connatural a nuestra propia historia como especie, provoque tanta inquietud e incertidumbre a escala planetaria, debates tan apasionados, controversias políticas de consecuencias imprevisibles, modificaciones sustanciales en los indicadores económicos y demográficos, miedo y esperanza, a partes iguales, y hasta modificaciones (casi) inexplicables en el comportamiento habitual de una comunidad. Las migraciones son algo más que un movimiento de personas de forma voluntaria o forzada o, mejor dicho, se trata de un fenómeno que provoca agitaciones que superan las propias de dichos movimientos, agitaciones que calan en todos los estamentos de la sociedad y llegan a hacerlos tambalearse, obligándonos a ese esfuerzo de comprensión en el que terminamos por replantearnos cuestiones que van más allá de lo estrictamente material y entran en el terreno de la justicia, de la equidad, de la ética, de la moral, de la empatía y hasta de la compasión.
Este no parece, a la vista de un escenario tan turbulento donde los elementos objetivos se mezclan con los subjetivos y la razón difícilmente puede aislarse de las emociones, un territorio propicio, o al menos cómodo, para la ciencia, necesitada de elementos de juicio ponderables de acuerdo a criterios objetivos; obligada a olvidarse del ruido para centrarse en lo que esconden las turbulencias, poco amiga de las presiones políticas o las distracciones que la ciudadanía le traslada en forma de encendidas protestas o adhesiones inquebrantables.
Cuando las migraciones se convierten, y lo hacen cada vez más a menudo, en objeto de debate social no son muchos actores que reparan en el valor de la ciencia para aportar algo de luz a este movimiento tan humano, luz en forma de conocimiento riguroso que ayude a prevenir, a resolver, a mitigar, a encauzar, pero, sobre todo, a construir una sociedad más justa y democrática en donde las migraciones no sean disturbio sino riqueza.
Convencidos de que también en este debate se necesita la voz de la ciencia convocamos este Diálogo que tuvo como escenario la sede granadina de la Fundación Descubre y al que acudieron, además de la directora de esta institución, tres especialistas que podrían ayudarnos, desde diferentes perspectivas, a sumar esos argumentos racionales, contrastados bajo el estricto método científico, a la comprensión de una circunstancia tan compleja como trascendente.
En el mismo arranque de esta conversación Virginia Paloma, profesora del Departamento de Psicología Social y miembro del Centro de Investigación y Acción Comunitaria de la Universidad de Sevilla, ya nos advertía de las dificultades a las que nos íbamos a enfrentar: «Nuestro grupo de trabajo usa la terminología de la Organización Internacional para las Migraciones que habla de <flujos migratorios complejos> porque ciertamente son muy complejos ya que no sabemos si las personas que han llegado a nuestro territorio son migrantes económicos, si tendrían derecho a solicitar asilo, y otras muchas variables. Es muy difícil distinguir pero, aun así, lo que sí sabemos, el único denominador común sobre el que se construye nuestro trabajo como investigadores, es que todas esas personas viven, frente a la población receptora, en una situación de inequidad, y esa inequidad se refleja en todos los indicadores ya hablemos de salud mental, de empleo, de salud física o de cualquier otra circunstancia». De manera que ese factor, vinculado a la justicia, ha terminado por convertirse en el motor de un trabajo científico. «Esa es», asegura Paloma, «la obsesión de nuestro grupo de investigación: generar conocimientos prácticos, que sirvan para impulsar vías que transformen esa situación y nos conduzcan a la equidad». Una ciencia, en definitiva, que sea rigurosa pero también comprometida y útil, una ciencia «con rostro humano».
Pero dentro de la complejidad y el compromiso, el resultado de la actividad científica, que no es otro que el conocimiento, «no garantiza cambios ni transformaciones”, lamenta Sebastian Rinken, vicedirector del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA, CSIC) y ex-director del Observatorio Permanente Andaluz de las Migraciones. “Ni siquiera”, añade, “es necesariamente capaz de influir en decisiones trascendentes». «El conocimiento», continúa, “se genera, existe, pero que se use y se use para bien… es otro cantar, porque en realidad no sabemos qué camino toma el conocimiento, a dónde va, a dónde llega, cómo se usa, ya que el político no tiene obligación de consultarnos antes de actuar, de manera que no sabemos si hemos llegado con nuestro trabajo a influir en la toma de decisiones. Nos esforzamos por hacer comprensible una realidad compleja a públicos no especializados y hacerlo en resúmenes que no sea simples folletos de tres párrafos, pero a partir de ahí nuestro rol es el de un sencillo especialista al que nadie está obligado a hacer caso por el simple hecho de que sea científico».
Los círculos endogámicos, inevitables en el mundo de la ciencia como en otras muchas actividades, explican, en parte, la existencia de estas zonas oscuras que ni facilitan la acción ni tan siquiera sirven para hacer un retrato fiel de la realidad. «No todo el mundo tiene contacto con los inmigrantes, ni sabe por qué se producen las diásporas, ni las causas de estos desplazamientos, y la ciencia, por mucho esfuerzo de divulgación que haga, tampoco llega a gran parte de la población, esa cuya única vía de contacto con esta realidad son los medios de comunicación y, no nos engañemos, en gran medida la opinión pública se construye de esta manera», indica Raquel Seijas, profesora de Periodismo en la Universidad de Málaga y especialista en migraciones, minorías, movimientos sociales y medios de comunicación. Es cierto que se ha producido un avance en esa imagen que los medios de comunicación transmiten sobre este fenómeno y sobre los propios inmigrantes, «imagen, insisto, con la que, en definitiva, se construye la realidad, pero no hay que dejarse llevar por el optimismo porque también anotamos una cierta involución, con referencias estereotipadas y falsas que están muy vinculadas con los nuevos medios, con las redes sociales y las plataformas digitales, y también con el impacto de las fake news, las noticias falsas».
El origen de los prejuicios
De las consecuencias que estas malas prácticas pueden llegar a ocasionar tienen abundantes referencias en el grupo de investigación de Virginia Paloma. «Cuando hemos analizado, en colaboración con geógrafos de la Universidad Pablo de Olavide, qué elementos influyen en el grado de prejuicio que se manifiesta hacia la población inmigrante», asegura esta profesora, «nos hemos encontrado con las variables clásicas, es decir, con un bajo nivel educativo, una situación laboral precaria o una edad avanzada, pero si acercamos la lupa, si investigamos en los lugares precisos en donde las personas inmigrantes se han asentado, si indagamos con más precisión sobre el territorio entonces aparecen variables claramente vinculadas con la imagen que transmiten los medios de comunicación». Por ejemplo, un elemento muy llamativo que genera inquietud y hasta rechazo es la percepción que algunos ciudadanos pueden manifestar de que se ha producido un cambio brusco, es decir, «que en poco tiempo ha llegado a esa comunidad un volumen importante de inmigrantes y, sin embargo, los datos objetivos nos dicen que eso no es cierto, que a ese pueblo no ha llegado tanta gente en tan poco tiempo, pero si en la televisión están continuamente hablando de invasión, si las imágenes que nos ofrecen son las de avalanchas saltando vallas en las fronteras, la sensación de amenaza crece, y crece, por tanto, el prejuicio y el miedo».
Esos trabajos a pie de campo indican, asimismo, otra variable importante, a juicio de Paloma, que es el grado de concentración. «Si en un municipio viven muchas personas inmigrantes y además se concentran en un par de barrios, que terminan convirtiéndose en guetos, eso también hace aumentar los prejuicios y el rechazo, y en este caso lo que deben hacer las administraciones es favorecer la distribución, porque esa concentración también puede originar imágenes que no se corresponden con la realidad». En definitiva, concluye Paloma, «hay que trabajar con los medios de comunicación y también con los planificadores, con los gestores del espacio público».
Quizá lo más llamativo de este análisis, al que se suman las miradas de Sebastian y Raquel, es que todas esas variables, los indicadores que nos advierten del crecimiento de los prejuicios o de la eclosión del rechazo, se manifiestan en una sociedad e, incluso, en una clase política, que hasta ahora ha asumido el fenómeno migratorio de manera muy positiva, «mucho más positiva de lo que a veces nos quieren hacer creer», advierte Sebastian Rinken. Desde el IESA y desde el Observatorio Permanente Andaluz de las Migraciones este investigador lleva más de 15 años reuniendo información rigurosa a cuenta de este fenómeno, un matiz que cree imprescindible apuntar antes de lanzarse a ofrecer su análisis: «El reconocimiento de la realidad social tiene que hacerse con objetividad, de manera que cuando el científico habla tiene que hacerlo con lo que ha constatado, evitando mezclar opinión y ciencia, algo que ha hecho mucho daño en las Ciencias Sociales. Otra cosa distinta es poner la ciencia al servicio de la solución de un problema como el que nos ocupa, y en este caso el ejemplo más claro sería no aleccionar al político sobre lo que tienen o no que hacer, sino decirle, con información científica, si haces esto disminuye o aumenta la probabilidad de que ocurra esto otro».
Los datos que ha ido reuniendo Rinken hablan de una secuencia temporal ciertamente asombrosa en sus manifestaciones: «Primero tuvimos un extraordinario auge del fenómeno migratorio, porque hay muy pocos países en el mundo en los que a cada 10 habitantes se le haya sumado uno nuevo en tan sólo una década, y luego llegó una crisis de tal intensidad que destruyó una quinta parte del empleo total». La combinación de ambos elementos, sostiene el vicedirector del IESA, era «la mezcla perfecta para tener problemas, para que apareciera el rechazo de forma violenta o para que los emigrantes se vieran completamente desamparados desde todos los puntos de vista, que se derrumbaran todos los elementos que durante la bonanza económica nos habían llevado a procesos de integración exitosos». Y sin embargo, toda la información que iba recopilando este investigador conducía a una llamativa y doble paradoja: «Con muy pocas excepciones no ha surgido en Andalucía, ni en el resto de España, una situación de hostilidad manifiesta contra los inmigrantes. Y sin negar que hay personas muy necesitadas de atención y apoyo, a grandes rasgos, y una vez superada la fase más aguda de la crisis, las tasas de paro entre los inmigrantes, por ejemplo, no son bajas pero son muy parecidas a las de la población autóctona, es decir, que los dos grupos están más o menos igual. La situación desde un punto de vista demográfico se ha estabilizado, con un alto porcentaje de inmigrantes que tienen su situación regularizada, es decir, que no corren riesgo de ser expulsados por no tener trabajo. En definitiva, incluso durante el periodo más duro de la crisis la situación administrativa de los inmigrantes ha seguido mejorando de forma muy notable».
En Andalucía, admite Virginia Paloma, «estamos en una situación de apertura, de poca hostilidad manifiesta a pesar de las situaciones de precariedad, pero también hay muchas realidades que no aparecen en las estadísticas. Por eso creo que no podemos correr el peligro de asegurar que todo está bien porque quizá eso nos inmovilice para seguir haciendo cosas que resuelvan las muchas situaciones insatisfactorias y que tal vez permanecen más o menos ocultas, aunque algunas, como nosotros comprobamos en nuestros trabajos de campo, están muy a la vista, como ocurre con los asentamientos vinculados a los invernaderos de Almería, los campamentos improvisados en las zonas de cultivo de Huelva o los conflictos que se viven en el entorno de la frontera de Melilla. Como investigadores no podemos obviar esas realidades».
Incluso, añade Raquel Seijas, «hay tensiones entre los diferentes colectivos de inmigrantes y ciertas tensiones que aparecen en la población autóctona y que no tienen tanto que ver con el inmigrante propiamente dicho sino que están vinculadas a situaciones concretas que no responden a la verdad, por ejemplo, tensiones que nacen de la idea falsa de que en un determinado barrio los inmigrantes abusan del sistema de salud o reciben más ayuda que otros grupos igualmente vulnerables».
El mérito de una sociedad tolerante
«No, no quiero transmitir la idea de que soy un optimista sin matices», advierte Rinken, «porque, como buen alemán, siempre que analizo un problema pienso en la sostenibilidad, y en este sentido, como científico, estoy muy atento a la gran cantidad de variables que no controlamos, a las contingencias que se nos pueden venir encima, a todos los parámetros que no controlamos y que hacen de una situación un escenario de futuro impredecible». Lo que sí le resulta llamativo a este investigador es que «la población autóctona, aun pasándolo mal, haya mantenido una actitud mayoritariamente sosegada; ello no quiere decir que la sociedad andaluza no esté libre de prejuicios, porque las evidencias nos dicen, y ya lo hemos constatado, que si la situación cambiase, que si se intensificara el enfado en la población local este se acabaría volcando contra grupos muy concretos y sabemos cuáles son esos grupos: los más vulnerables. En nuestros estudios hemos constatado un caudal de recelos y agravios que llega a verbalizarse en un porcentaje muy elevado de la población, pero lo más llamativo es que quizá después se queda en nada, o por lo menos así ha sido hasta ahora». De manera que, resume Rinken, «no quiero pecar de optimista pero creo necesario reconocer un mérito colectivo, un mérito de la sociedad en su conjunto y muy en particular de la abofeteada clase política porque ningún político con cuota de pantalla ha caído en ese juego sucio, quizá por un pronóstico de que eso no le iba a resultar rentable, pero quiero pensar que algo de sentido de la responsabilidad y de buena voluntad también ha existido».
Esos elementos, que están en el núcleo de la cuestión, que aportan profundidad al debate, son, a juicio de Raquel Seijas, «los que deben incorporarse a los medios de comunicación. Nunca hemos tenido tantas herramientas y tantas oportunidades para difundir a gran escala esas buenas noticias, esas buenas prácticas, y aun así no conseguimos salir de la atención desmesurada a los sucesos, y el receptor medio, el que necesita conocer esta realidad, termina quedándose en lo anecdótico. Si estas buenas noticias no tienen apenas trascendencia, ¿qué es lo que estamos haciendo mal? Esa es la pregunta que me hago en la universidad y que le hago a mis alumnos».
Efectivamente, certifica Rinken, «casi nadie sabe que el esfuerzo de toda una sociedad, de su clase política y de las diferentes administraciones, ha salvado una situación muy delicada. Y tanto es así que en las últimas encuestas que hemos realizado un porcentaje importante de andaluces asegura que la mayoría de los inmigrantes sigue en situación irregular, es decir, creen que la situación es la misma que en 2004, ignoran lo que ha ocurrido a lo largo de una década de integración. Además, una mayoría amplísima de encuestados afirmaba que en tiempos de crisis la mayor parte de los inmigrantes se marcharían, pero eso no ha ocurrido, de manera que los ciudadanos, una parte significativa de los ciudadanos, no sabe lo que realmente ha ocurrido». Quizá esa circunstancia no sea caprichosa, razona Rinken, «quizá las administraciones no se han atrevido a poner todas las cartas sobre la mesa por si esas buenas noticias producían un efecto rebote y, tal vez, entonces hayan hecho bien, porque hoy el balance de cohesión social, de paz social, de no violencia, es extraordinariamente positivo. Pero es evidente que incluso los datos avalados por la investigación no se han trasladado, de manera intencionada, a los medios de comunicación, y aunque pudiéramos considerarlo un gesto de responsabilidad lo cierto, también, es que los ciudadanos quizá puedan sentirse engañados. Tal vez alguien al saber que después de la crisis seguimos teniendo 6 millones de inmigrantes en España pueda sentirse engañado porque no era eso lo que se había pactado. Es un riesgo que ha corrido la clase política pero creo que han hecho bien en correrlo».
Sin duda ninguna algunas decisiones, la mayoría de las decisiones en un asunto tan sensible como este, tienen que estar reforzadas por el sentido de la responsabilidad porque, como defiende Virginia Paloma, «una prioridad en todo este esfuerzo de la comunidad científica, si admitimos que la ciencia no puede ni debe ser neutra en estos escenarios, es contribuir a generar una ciudadanía compasiva e implicada, capaz de empatizar y ser sensible a las dificultades de la población inmigrante, haciendo que sean vistos como personas y construyendo herramientas preventivas que nos ayuden a mejorar la convivencia». Cuando la ciencia se pone al servicio de la convivencia y de la cohesión social, defiende esta investigadora, «podría hablarse incluso de un interés egoísta porque lo cierto es que si contribuimos a que las personas inmigrantes estén bien en realidad estamos contribuyendo a que todos estemos bien, a que la sociedad en su conjunto mejore».
Una de esas herramientas, que el Centro de Investigación y Acción Comunitaria de la Universidad de Sevilla ofreció a la Dirección General de Coordinación de Políticas Migratorias, es el Índice de Bienestar Inmigrante (MIWEX), un sistema de diagnóstico claro y muy simple en el que se evalúan hasta 16 parámetros que hablan de la calidad de vida de una determinada población migrante (condiciones de la vivienda, situación laboral, agrupamiento familiar, estatus legal…), parámetros con los que finalmente se ofrece un índice que se mueve en una escala del 0 al 100 y que da idea del bienestar que manifiesta esa población. «Y lo interesante», precisa Paloma, «es que no siempre nos encontramos las mismas fortalezas o debilidades, es decir, que el índice varía según las poblaciones y sus circunstancias, y eso nos ayuda a afinar en las intervenciones».
Sin restar valor a este tipo de herramientas, Rinken advierte que este «es un ámbito muy politizado, en donde juegan un papel muy importante, por ejemplo, los asesores de confianza de los políticos o esos técnicos que jamás han pisado la calle, y ellos también juegan su rol en la toma de decisiones, a veces de manera determinante. Es decir, que no porque esté disponible el conocimiento o las herramientas que nacen de ese conocimiento van tener un papel decisivo en las intervenciones».
Generando conocimiento riguroso
Pero más allá de las acciones que pueden nacer del conocimiento, lo que nadie duda, lo que ninguno de nuestros invitados cuestiona, es que debe generarse conocimiento y hacerlo basándose en datos de calidad, rigurosos, fiables. Rinken insiste en el esfuerzo que desde el IESA se viene haciendo para generar esos datos de manera directa o trabajando sobre datos que ya han producido otras instituciones. De estas manera se ha reunido mucha información pero el problema principal, precisa, «es la ponderación de todos esos datos. ¿De qué manera otorgo más peso a unas variables que a otras? ¿Lo hago con criterios externos a la propia población a la que me refiero? ¿Busco la opinión de especialistas que me aclaren qué factor pesará más en un determinado contexto? Y todo este trabajo, ya de por sí complicadísimo, sabiendo que si conseguimos medir y calibrar bien todas las variables ese esfuerzo es válido hoy, ahora, es decir que, aun así, estamos sometidos a las incertidumbres que nos proporcionará un futuro cambio en las circunstancias».
Esas incertidumbres, confía Paloma, pueden reducirse gracias a las simulaciones que aportan los especialistas en matemáticas e ingeniería informática, expertos que se han sumado a los trabajos de este grupo de investigación de la Universidad de Sevilla gracias a la financiación del Centro de Estudios Andaluces. De esta manera han creado el Laboratorio Virtual del Bienestar Inmigrante que sirve, justamente, para simular posibles escenarios que varían de acuerdo a modificaciones en las variables que miden la calidad de vida de los inmigrantes. «Es una herramienta», explica esta profesora de Psicología Social, «que te permite entender la complejidad de todo el sistema, te hace ver que nuestro bienestar y el de las personas inmigrantes depende de un montón de elementos, y te permite jugar, ver qué ocurre si modificas una variable. Si, por ejemplo, mejoras la competencia lingüística se produce un efecto dominó en el resto de variables, de manera que aumentan las posibilidades de encontrar empleo, y eso mejora la calidad de la vivienda que, a su vez, ayuda al reagrupamiento familiar. El Laboratorio nos permite anticiparnos a lo que va a ocurrir si actuamos en una dirección o en otra, de manera que podemos optimizar los recursos y dirigir las inversiones a aquellos elementos con los que sabemos que vamos a conseguir el efecto que buscamos, que vamos a potenciar la parcela que más nos preocupa o que necesita de una mejora urgente». Pero Virginia Paloma admite que para desarrollar este laboratorio, algo que concluyó en 2017, han usado una base de datos que sólo incluye a la población marroquí asentada en Andalucía en el año 2008, de manera que ahora, con el método bien engrasado, es necesario generar una base de datos más amplia y actualizada que multiplique la utilidad del Laboratorio.
Aunque la actualización servirá para que el retrato sea fiel y las simulaciones mucho más precisas, toda la experiencia acumulada ha servido, por ejemplo, para identificar algunas prioridades en el trabajo con inmigrantes, prioridades que precisan el trabajo cooperativo de investigadores, organizaciones civiles y administraciones. Una de esas prioridades, identifica Paloma, «es la necesidad de potenciar la capacidad de resilencia de los grupos más vulnerables. A veces son suficientes recursos intangibles que, sin embargo, resultan muy valiosos como crear vínculos entre las personas, abrir espacios de encuentro, redes de apoyo social o sistemas de acompañamiento para que las personas inmigrantes puedan vivir con cierta normalidad en un ambiente de adversidad».
Otra prioridad que han señalado estos trabajos de investigación es que «debe ponerse más cuidado en los proveedores, en los servicios destinados a prestar coberturas sociales a estas personas, ya sea el sistema sanitario, el educativo, la policía o los servicios sociales, porque no siempre su atención es la adecuada hacia estas personas o están al corriente de todos los recursos que se les pueden brindar, y nuestros estudios indican que quizá la variable más potente para generar satisfacción y bienestar en estas personas es que los servicios comunitarios públicos sean sensibles a sus necesidades y a su diversidad».
Todos estos ejemplos ratifican el valor de la información que se recopila a pie de campo y que necesita estar actualizada y haberse obtenido de manera rigurosa, un proceso al que no se presta la atención que merece porque hay una corriente dominante que opera en sentido contrario. Si el sistema científico actual sólo atiende, como factor de excelencia y competitividad, a la publicación en inglés y en revistas de impacto, esta tendencia, un tanto extremista a juicio de nuestros invitados, causa un enorme daño en el campo de las Ciencias Sociales, sobre todo a los investigadores más jóvenes que no pueden escapar a esa obligación que los aleja del territorio más cercano, de los problemas que se manifiestan a escala local o regional. Y este panorama, añade Raquel Seijas, «en un momento en el que, además, las Ciencias Sociales se enfrentan a serias dificultades para trasladar sus hallazgos a la sociedad, y para contribuir a la solución de este tipo de problemas que afectan a las personas más desfavorecidas, a los colectivos más vulnerables”.
«¿A qué dedicamos nuestra atención como investigadores?», pregunta Rinken, y añade para explicarse: «El diagnóstico empírico en el sistema de evaluación internacional vale muy poco, lo que me piden es que explique algo. Entonces, ¿qué es lo que va a resultar rentable? ¿usar datos producidos por terceros? Es decir, ¿vamos a privarnos de datos empíricos sobre hechos sociales relevantes porque son demasiado locales y no llegan a ese nivel que se exige para poder estar en la revistas de alto impacto?»
Quizá, como está ocurriendo en otras parcelas del conocimiento, la divulgación pueda ayudar a equilibrar en parte la balanza. Teresa Cruz, como colofón al diálogo, señala «la explosión que la crisis ha generado en el terreno de la divulgación, al que se han incorporado científicos de excelencia usando todo tipo de formatos. Estamos en un momento muy esperanzador, en un momento en el que la ciencia ha buscado otras vías para salir a la calle, algo decisivo cuando hablamos, como lo hemos hecho hoy, de una ciencia que está pegada a la calle, que se acerca a los problemas sociales para prestar su ayuda en la búsqueda de soluciones».
ALGUNAS LEYENDAS Y RUMORES
El miedo, los prejuicios y, en caso extremos, la hostilidad, se alimentan de rumores, mentiras y leyendas que nadie sabe muy bien de dónde nacen pero que generan importantes perturbaciones y, además, no son fáciles de neutralizar. Este elemento también aparece en todos los trabajos de investigación que han llevado a cabo Virginia, Sebastian y Raquel.
«Hay leyendas muy curiosas», comenta Rinken, «leyendas que, además, todo el mundo cuenta igual pero que no tienen ni pies ni cabeza. Sobre los chinos, por ejemplo, hay muchos ciudadanos que aseguran que están exentos de pagar impuestos durante cinco años, algo que es radicalmente falso. O que los inmigrantes tienen preferencia para acceder a recursos limitados como el comedor escolar, algo que tampoco es cierto».
Los medios de comunicación, atrapados en esa corriente de fake news que denuncia Seijas, «pueden contribuir a aclarar estas leyendas o, por el contrario, a alimentarlas, con efectos devastadores por el gran poder de penetración social que tiene, por ejemplo, un programa de televisión».
Una forma de combatir las mentiras que a veces se arrojan sobre los inmigrantes es creando fuentes rigurosas y de fácil acceso a las que cualquier ciudadano puede acudir para aclarar un rumor. Así nació «Stop Rumores» (http://stoprumores.com/) una web puesta en marcha por la Federación Andalucía Acoge y que sirve de escaparate de una auténtica «agencia antirumores» en la que colaboran entidades y personas a título particular. Se trata, señalan sus promotores, «de combatir los rumores negativos e inciertos que dificultan la convivencia en la diversidad en nuestros entornos más cercanos».
También desde la Administración se han puesto en marcha herramientas similares, como la “Red(Anti-Rumores)” de la Consejería de Justicia e Interior, en donde se disponen materiales multimedia, manuales, guías y enlaces a todos aquellos colectivos que contribuyen a desmontar todas las falsedades que giran en torno a la población inmigrante.
¿Es cierto que los inmigrantes saturan los servicios sanitarios? ¿Reciben más ayudas públicas que otros colectivos? ¿La violencia machista ha aumentado por culpa de este colectivo? Estas, y otras muchas preguntas, son las que se contestan, con datos incuestionables, en estas páginas destinadas a construir ciudadanía.
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