Protección, estética y símbolo de identidad: estas son las diferentes caras de las mascarillas
Fuente: Agencia SINC
Desde hace una semana el tapabocas ya no nos acompaña, salvo excepciones, en interiores. Su uso prolongado en los más de dos años de pandemia lo ha convertido en más que un elemento de protección frente al virus: también ha adquirido una función estética y simbólica. Ahora que ya no es obligatoria, muchas personas se resisten a abandonar a nuestra compañera pandémica.
Desde el pasado 20 de abril, las mascarillas ya no son obligatorias en interiores, aunque sí lo siguen siendo en centros sanitarios, residencias de mayores, farmacias y medios de transporte, según se estableció en el real decreto. La decisión del Gobierno se basó en la mejora de la situación epidemiológica, “conforme al sistema de indicadores acordado en el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud”, indicaba el documento.
Su uso interrumpido durante más de 700 días ha hecho que, de alguna manera, el tapabocas materializara la pandemia, convirtiéndolo así en un símbolo de protección efectivo frente al SARS-CoV-2, como apuntaba, entre otros, una revisión de evidencias de un estudio publicado en la revista PNAS. A escala social, las personas han tenido conciencia de la covid-19 en parte por la presencia de mascarillas, aunque su uso ha variado en función de los países y culturas.
“Si tuviésemos que hacer una referencia a la simbología social y explicar qué ha representado la mascarilla, deberíamos decir que ha sido el elemento de visibilización del virus”, explica a SINC Rebeca Cordero, profesora de Sociología de la Universidad Europea de Madrid.
Además, independientemente de su función como protectora frente al contagio, “la mascarilla ha cubierto la necesidad psicológica de hacernos sentir activos ante una amenaza exterior”, sostiene a SINC Pedro Rey Biel, profesor en Economía del Comportamiento en ESADE. Esta conducta heterogénea ha permitido explicar los diferentes grados de cumplimiento con las medidas sanitarias que se han propuesto, continúa el experto.
Sin embargo, ahora, a pesar del respaldo jurídico y aunque la incidencia de casos es menor y la evolución de las hospitalizaciones y fallecimientos favorable, muchas personas optan aún por llevarla en lugares donde ya no es preciso hacerlo, seis días del fin de su obligatoriedad. ¿De qué depende entonces?
Un escudo frente al virus
En primer lugar, para muchas de estas personas que aún la mantienen, la mascarilla representa una barrera y una protección contra la muerte y frente a un enemigo invisible y desconocido. Una investigación a gran escala ya lo confirmó en septiembre de 2021: las mascarillas quirúrgicas reducen e impiden la propagación de la covid-19.
Pero “habrá personas que hayan vivido un duelo aplazado, que perdieron a familiares durante las peores fases de la pandemia y no se han recuperado porque estamos en un momento muy distópico, con crisis económica y pobreza”, señala Cordero. Para ellas, debido a la reminiscencia emocional, la situación sigue siendo grave pesar de todo y la mantendrá durante más tiempo.
Otras personas, aun con buen estado de salud, pueden mostrar preocupación por sus familiares de riesgo o sentir todavía miedo y ansiedad. Según la psicóloga, cada individuo tendrá que seguir su ritmo y hacer una transición hasta el final definitivo de la mascarilla. De ello, dependerá la personalidad de cada persona.
“En este sentido, las personas con mayor nivel de ansiedad rasgo y con un perfil más paranoide que le lleve a generar ideas relacionadas con la desconfianza, serán las menos proclives a dejar de usar las mascarillas”, declara a SINC Javier Páez, profesor de Psicología Educativa de la Universidad Europea.
“No hay duda de que, ante la presencia masiva de individuos sin mascarillas, se nos irá olvidando el virus, porque no lo vemos y eso acelerará el proceso. Más adelante, habrá que ver si es definitivo o hay que volver al uso de la mascarilla en picos específicos de la pandemia, lo cual volverá la situación muchísimo más compleja”, indica.
Modificar los hábitos de la gente es especialmente complicado y más cuando esa costumbre se ha prolongado en el tiempo. A esto se añade un contexto de incertidumbre. “La disparidad de medidas tomadas a escala nacional e internacional y el diferente momento del tiempo en el que se están tomando las medidas frente a una amenaza que no distingue entre poblaciones hace que dudemos sobre si las razones para eliminar el uso de las mascarillas son puramente médicas o tienen que ver con aspectos económicos y sociales”, señala Rey Biel.
Al igual que en ciertos momentos de la pandemia, más laxos en cuanto al uso de la mascarilla, la decisión de no llevarla creó rechazo entre ciertas personas, ahora podrían darse circunstancias antagónicas. “Se pueden dar algunas situaciones como la ridiculización de las personas que llevan mascarilla, invasiones, inseguridades… Todo ello puede provocar que los individuos con más miedos decidan aislarse aún más para evitar la confrontación o la relación con otros grupos de individuos”, subraya Cordero.
Es el caso de ciertos colectivos sociales, como las personas mayores, más reticentes de cambiar sus hábitos. “Además, son una población que se ha sentido especialmente vulnerable frente a la enfermedad, por lo que buscarán la protección de la mascarilla, hasta tener una mayor certidumbre sobre la conveniencia sanitaria de retirarla”, comenta Rey Biel.
Para evitar estos controvertidos contextos, la psicóloga de la Universidad Europea sugiere que es necesaria una conciencia de lo colectivo, el respeto, el cuidado del otro y la empatía. En definitiva, “en permitir que cada persona realice sus transiciones de la manera que considere más oportuna”, afirma la experta, para quien son procesos complejos que cada persona vive a su manera. “No estamos ante una realidad uniforme”, añade.
Un símbolo de identidad
Sin embargo, a lo largo de la pandemia, el tapabocas se ha convertido incluso en un símbolo polarizador de la sociedad. Según constataron investigadores de la Universidad de Oregón en EE UU al analizar las tendencias en Twitter en 2020, su uso se politizó en función de las medidas adoptadas para proteger a la sociedad. El estudio publicado en PLoS ONE resaltaba el aumento de hashtags pro y antimascarillas a medida en se incrementaban los casos de covid-19.
“El efecto polarizador no lo provoca directamente la mascarilla, sino el uso que han hecho instituciones partidistas para o bien criticar a la administración que imponía las medidas o bien para ensalzar la buena gestión propia, sin que se alcanzara un consenso previo sobre cada medida”, determina Pedro Rey Biel.
Además, la visibilidad de este elemento ha reforzado el sentimiento de identidad frente a los demás: en función del uso, mal uso o no uso se podía determinar a qué grupo identitario pertenecía cada persona. No se trata únicamente de llevarla puesta o no; su utilización refleja qué valores tiene cada individuo, poniendo en marcha los procesos de categorización social, es decir cuando se clasifican las personas según diferentes criterios.
“El uso de las mascarillas está actuando como un elemento para formar grupos sociales con los que cada persona se reconoce y decide pertenecer; o bien grupos con los que disienten y, por tanto, rechazan”, explica Javier Páez.
Para el experto, este elemento clasificatorio durará el tiempo que se mantenga el efecto de la novedad de la norma, “al igual que ha ocurrido en anteriores ocasiones, por ejemplo, con el consumo del tabaco y la legislación que regulaba su consumo en espacios públicos”, agrega.
Esconder complejos con la cara tapada
A esto se añade el hecho de que el tapabocas ha afectado durante un largo periodo de tiempo a uno de los elementos que más define nuestra identidad: la imagen que proyectamos ante los demás. “Esto ha provocado cambios en nuestra expresividad o en la forma de potenciar nuestra imagen”, señala Rey Biel.
Estas alteraciones del perfil han sido mayores en los adolescentes, un sector de la población que más importancia dan a su imagen y que experimenta precisamente los momentos de formación de su personalidad. Entre ellos se ha dado el “efecto de cara vacía”, que refleja la sensación de inseguridad al no llevar la máscara facial.
“Las mascarillas han servido a muchos adolescentes como un elemento para ocultarse en una etapa de profundos cambios físicos que generan muchos miedos e inseguridades. Así, han venido a cumplir la misma función de protección ante las miradas de los demás que tienen las gafas de sol, los peinados que tapan parte de la cara, etc.”, especifica Páez.
Por otra parte, al ser la adolescencia una etapa eminentemente social, los expertos recalcan que es necesario un buen desarrollo de las habilidades sociales para la competencia social y para ello es imprescindible poder leer la información que los demás transmiten. “Pero durante dos años, los adolescentes se han visto privados de la capacidad de percibir y emitir información no verbal con sus expresiones faciales”, desarrolla Páez.
De hecho, desde temprana edad, las mascarillas han influido en la capacidad humana de inferir emociones —esenciales para las interacciones sociales— mediante la observación de configuraciones faciales. Un trabajo señalaba así que la dificultad para percibir estos sentimientos era más pronunciada en niños de entre tres y cinco años. Los científicos sugerían vigilar el desarrollo del razonamiento social y de las emociones en este sector de la población para evaluar el impacto de las mascarillas.
Tanto en los niños como en los adolescentes, el uso del tapabocas, independientemente del mayor o menor malestar que provocaba, estuvo muy vigilado e incluso impuesto. “Los adolescentes han cumplido las normas de uso de las mascarillas por las expectativas de relaciones sociales de conformidad, basadas en la confianza, la lealtad y el respeto, es decir, por la pertenencia a un grupo de iguales que esperan mutuamente el cumplimiento de las normas que comparten o por la adecuación a un sistema social más amplio”, profundiza Páez.
Pero con la eliminación de su obligatoriedad también se han suprimido drásticamente normas que fueron puestas en un momento y unas circunstancias con una alta carga emocional de miedo. “Esto ha provocado las reacciones de malestar y ansiedad asociadas al llamado síntoma de la cara vacía que se está observando tanto en los adolescentes”, continúa el psicólogo.
Respecto a niños y niñas más pequeños, estos tendrán más dificultad para “deshacerse de un elemento que más allá de la comprensión que tengan de cómo funciona y que les aporta una sensación de seguridad y protección”, afirma. Sin embargo, la progresiva eliminación del uso de la mascarilla facilitará el proceso.
Aunque no es el fin del tapabocas, como tampoco lo es de la pandemia, este objeto ha sido indudablemente una forma de proteger, cuidar, y hacer que los individuos no falleciesen o enfermasen. “Si la población en general hubiese entendido la mascarilla como una manera de proteger al otro, por una conciencia de lo colectivo, no se hubiesen generado muchas de las resistencias que se han observado”, concluye Rebeca Cordero.
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