Hasta que llegó la pandemia de covid-19, la vacunación era un asunto exclusivamente de la población infantil. Las campañas de vacunación que se implementaron para acabar con enfermedades como viruela o poliomielitis se centraron sobre todo en los niños, ya que se cebaban especialmente con los más pequeños, dejándolos marcados o inválidos si conseguían sobrevivir. Además, los calendarios de vacunación se desarrollaron para la prevención en una edad temprana. Hay una explicación biológica: los niños tienen un sistema inmunitario aún sin desarrollar, incapaz de enfrentarse a la mayoría de las enfermedades infecciosas. Así lo explican en este artículo expertas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Hasta que llegó la pandemia de covid-19, la vacunación era un asunto exclusivamente de la población infantil. Las campañas de vacunación que se implementaron para acabar con enfermedades como viruela o poliomielitis se centraron sobre todo en los niños. Por una razón muy sencilla, y es que estas enfermedades se cebaban especialmente con los más pequeños, dejándolos marcados o inválidos si conseguían sobrevivir.
Además, los calendarios de vacunación se desarrollaron para la prevención en una edad temprana. Hay una explicación biológica: los niños tienen un sistema inmunitario aún sin desarrollar, incapaz de enfrentarse a la mayoría de las enfermedades infecciosas.
Los antivacunas y los niños
Conscientes de que los padres tienden a ser más irracionales en las decisiones concernientes a sus hijos que las que conciernen a ellos mismos, los antivacunas han enfocado sus campañas de desprestigio de las vacunas en esta dirección.
El “modus operandi” siempre es el mismo:
Encuentran un artículo científico poco riguroso que se puede interpretar, aunque sea de modo lejano, como una crítica a las vacunas.
Lo difunden masivamente, alegando que este demuestra que las vacunas son peligrosas para los niños.
Crean duda e incertidumbre y muchos padres renuncian a vacunar a sus hijos “por si las moscas”.
Lo estamos viendo durante la presente pandemia. Llegado el turno de la vacunación adolescente e infantil, las voces de los antivacunas han empezado a sonar más fuerte.
Los bulos y la desinformación sobre posibles complicaciones graves debido a la vacunación no es algo nuevo. A lo largo de la historia podemos encontrar diferentes ejemplos de esta mala praxis. Comentemos algunos de ellos.
Controversia sobre la vacuna contra la difteria, el tétanos y la tos ferina (DTP)
La vacuna de la difteria, tétanos y tosferina (DTP) sufrió un importante revés en varios países en los años 70 debido a un artículo científico que se publicó en la revista científica Archives of Disease in Childhood.
En el artículo se describían las complicaciones neurológicas que habían sufrido 36 niños, supuestamente como consecuencia de haber recibido dicha vacuna. Esta publicación generó una gran controversia, y lo peor de todo es que la tasa de vacunación en varios países disminuyó drásticamente. Por ejemplo, en Reino Unido, la vacunación en 1977 cayó de un 81 % a un 31 %, provocando desgraciadamente la reaparición de la enfermedad y la muerte de varios niños.
A raíz de este movimiento, se realizaron varios estudios para comprobar la relación entre los daños neurológicos y la vacuna. En uno de ellos, llevado a cabo por la Junta Directiva sobre Vacunación e Inmunización (Joint Commission on Vaccination and Immunization, JCVI) se identificaron y estudiaron los niños de entre 2 y 36 meses hospitalizados por enfermedades neurológicas con el fin de analizar si la administración de la vacuna estaba relacionada o no con el aumento de riesgo de sufrir daños neurológicos. Los resultados de este y otro estudio que se realizaron a lo largo de los años mostraron que el riesgo era muy bajo.
El autismo y su relación con la triple vírica
El gastroenterólogo británico A. Wakefield publicó en 1998 en la revista científica The Lancet un artículo que afirmaba que existía una relación entre la vacuna triple vírica (sarampión, parotiditis o paperas y rubéola) y el autismo, basado en el análisis de doce casos. Como es lógico, este trabajo generó una gran controversia y miedo entre los padres.
En 2004 Brian Deer, del Sunday Times, descubrió que Wakefield no había publicado estos resultados de forma desinteresada, ya que estaba involucrado en la patente de una vacuna de un solo antígeno en lugar de los tres de la triple vírica y que, por supuesto, Wakefield vendía como mucho mejor.
En 2010, Wakefield se retractó y confesó haber manipulado los resultados, pero el daño ya estaba hecho, daño que incluso hoy en día está en la mente de muchos padres. Cinco años más tarde se publicó otro estudio con mas de 95 000 niños donde se demostraba que no había ninguna relación entre el autismo y la vacuna triple vírica.
La importancia de la revisión por pares
Uno de los agravantes del problema hoy en día es que, durante la pandemia, y con el fin de agilizar el intercambio de información científica, se ha hecho común la difusión de artículos que aún no han sido revisados por pares (o preprints). El lado bueno es que ha agilizado enormemente la investigación; el malo es que se ha dado difusión a artículos que aún no habían pasado por el importante filtro que garantiza que la metodología y las conclusiones son correctas.
En el caso concreto de la vacunación de adolescentes, tenemos dos casos bien claros de preprints que han sido difundidos apoyando el mensaje de que las vacunas son más peligrosas que la covid-19 en adolescentes. La razón que se alega es que las vacunas producen más casos de miocarditis que hospitalizaciones la enfermedad en este rango de edad. De los dos artículos, uno ha sido retirado por contener un error grande de cálculo. El otro está bajo la lupa por un error de metodología.
¿Cuántas vacunas se administraron?
A mediados de septiembre se publicó un preprint sobre un estudio realizado en Canadá según el cual una de cada 1 000 personas vacunadas con vacunas ARNm contra covid-19 desarrollaban miocarditis. A pesar de que el estudio no fue difundido en los medios de comunicación durante su primera semana, sí fue compartido en Twitter 11 000 veces por simpatizantes del movimiento antivacunas, como una demostración más de lo peligrosas que son las vacunas.
También fue difundido en numerosas webs antivacunas como argumento de que las vidas de muchos niños corren peligro por las vacunas y de que el número de miocarditis está siendo ocultado por las autoridades.
Pues bien, el estudio contenía un error enorme de cálculo al considerar que se habían administrado unas 37 000 vacunas, cuando en realidad el número era mayor de 800 000. Los autores fueron alertados del error e inmediatamente retiraron el artículo del repositorio.
De hecho, ahora no se puede acceder a él sino que aparece una nota explicando el problema. Pero, de nuevo, el daño ya está hecho. Los antivacunas seguirán difundiendo el estudio y utilizándolo como argumento en contra de la vacunación.
¿Son realmente miocarditis?
El otro artículo supuestamente demuestra que hay más casos de miocarditis entre adolescentes (12-17 años) vacunados con Pfizer que casos graves de covid-19 entre los que pasan la enfermedad.
Pues bien:
- el artículo, como el mencionado anteriormente, tampoco está revisado por pares;
- los datos sobre miocarditis se extrajeron de un registro de llamadas reportando efectos secundarios de vacunas en EEUU, pero no se ha comprobado que realmente fueran casos graves de miocarditis; es decir, si alguien llama y dice que a su hijo le duele el pecho, se contabiliza como miocarditis;
- o sea, que el estudio está hecho de manera que el número de miocarditis está sobrevalorado y, como consecuencia, aparecen más casos que en otros estudios donde se ha visto que los casos de miocarditis son mucho más raros y casi siempre leves.
En el caso de este estudio, habrá que esperar la revisión por pares, donde probablemente se pedirá la comprobación del diagnóstico definitivo de miocarditis.
¿Cómo evitamos que los antivacunas se rearmen?
Aunque es difícil, tenemos estrategias.
La primera es hacer buena ciencia. Esto supone diseñar experimentos y controles que proporcionen datos estadísticos consistentes y con una escrupulosa revisión científica, sin conflictos de intereses.
La segunda, dar a conocer cómo se hace la ciencia y divulgar el conocimiento científico para hacerlo accesible, es decir, fomentando la cultura científica y el pensamiento crítico.
La tercera, educar en la tolerancia a la incertidumbre. Hay muchas cosas que no sabemos, pero no por ello debemos acogernos a la primera explicación que nos llegue por redes sociales.
La cuarta, no favorecer la difusión de teorías conspiranoicas. Según la tercera ronda de la Encuesta de Percepción Social de aspectos científicos de la covid-19, publicada el pasado mes de junio, el 58 % de la población asegura haber recibido mensajes que animan a las personas a no vacunarse contra el coronavirus a través de uno o más medios. El 34 % a través de redes sociales y un 27 % por televisión.
Los antivacunas existen desde los orígenes de la vacunación. En nuestras manos está impedir que su influencia se expanda y contagie como si de otro virus se tratara.
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