Córdoba /
29 de octubre de 2020

Proteger la Península Antártica «antes de que sea demasiado tarde»

Fotografía ilustrativa de la noticia

Científicas del proyecto Homeward Bound, entre las que se encuentran Alexandra Dubini de la Universidad de Córdoba, firman un artículo de opinión publicado en Nature sobre los efectos de la actividad humana en la Antártida.

Son más de 12.000 kilómetros los que separan España de la Península Antártica pero los efectos que la pesca, el cambio climático, el turismo y la instalación de estaciones científicas están provocando sobre este pequeño oasis de vida en la Tierra puede hacer temblar los cimientos de todo el mundo.

Estación científica en la Península Antártica.

La pasada semana, la investigadora Alexandra Dubini de la Universidad de Córdoba junto a otras 288 científicas publicaron un artículo en Nature en el que alertaban de la urgente necesidad de proteger la Península Antártica «antes de que sea demasiado tarde». Todas las firmantes pertenecen al programa Homeward Bound, que tiene como objetivo crear una red de colaboración entre profesionales del ámbito de la ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas y medicina para dar visibilidad a las mujeres e impulsar el liderazgo femenino en el desafío climático.

En el artículo, se describen los factores que están haciendo que el frágil ecosistema de la Península Antártica se encuentre en peligro y se plantean distintas propuestas que se debatirán en la próxima reunión anual de la Convención para la Conservación de Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA), el organismo internacional que se encarga de gestionar el uso y explotación de los recursos marinos y regula la actividad humana en la Península Antártica. España, que asumió la presidencia de esta organización el pasado año, tiene una gran oportunidad para seguir la senda marcada por el Protocolo de Madrid de 1991, que nació ante la necesidad de proteger el medio ambiente antártico y los ecosistemas dependientes y que declaró a la Antártida como reserva natural.

Una de las propuestas que las científicas de la Homeward Bound destacan en el artículo y que se debatirá en la reunión de la CCRVMA es la declaración de la Península Antártica como Área Marina Protegida. Aunque reconocen que no es suficiente para frenar los efectos de la actividad humana, sí es un primer paso para mitigarlos.

Se propone la prohibición de la pesca industrial de krill, muy demandado por las piscifactorías y también como suplemento dietético de Omega-3, en la parte sur de la península y establecer limitaciones más estrictas en la parte norte. La captura de krill, principal alimento de muchas especies marinas australes, se ha triplicado desde el año 2000 lo que tiene un efecto directo sobre el ecosistema antártico. Incluso la pesca de cantidades pequeñas puede tener un gran impacto si se hace en momentos o lugares delicados, como cerca de una colonia de pingüinos en su época reproductora. Estos impactos son difíciles de rastrear en un lugar tan remoto lo que dificulta la gestión sostenible de la pesca.

El descenso de los niveles de krill, además de afectar a la alimentación de especies como ballenas y pingüinos, también tiene un gran impacto sobre el cambio climático, especialmente por su papel en el ciclo del carbono. El krill se alimenta de fitoplacton, algas marinas microscópicas que capturan el carbono del aire. Gracias a su dieta, el krill excreta gránulos que contienen carbono y otros nutrientes y que suponen la principal fuente de energía de otros muchos microorganismos. Las científicas estiman que con estas medidas restrictivas de la pesca, el número de ballenas aumentaría en un 5% y el de pingüinos en un 10%.

Respecto al cambio climático, el aumento de las temperaturas está trayendo consigo la pérdida de hielo en las zonas antárticas, lo cual no sólo afecta al hábitat de las especies que viven allí sino que la calidez del clima hace que especies como el pingüino sean más propensas a enfermedades. El deshielo, además de generar una subida del nivel del mar, también tiene un impacto directo sobre las corrientes marinas, algo que afecta a todo el planeta al cambiar las distribuciones de calor y frío.

El turismo y la proliferación de estaciones científicas en la Península Antártica tienen de igual modo un importante impacto ecológico. Los barcos y cruceros turísticos arrojan una gran cantidad de microplásticos y aceites al mar que, junto a la contaminación acústica, impactan sobre el ecosistema antártico. También es importante resaltar el riesgo que supone para la entrada de especies invasoras a la Península Antártica, como mejillones y estrellas de mar, lo que podría alterar gravemente la biodiversidad de la zona. La Asociación Internacional de Operadores Turísticos Antárticos restringe el número de visitas a 100 personas al día, sin embargo, actualmente sólo los miembros de la asociación están obligados a cumplir por lo que cada día llegan un número cada vez mayor de embarcaciones turísticas no reguladas. Actualmente esta entidad está trabajando en varias iniciativas para mitigar el impacto del turismo pero aún queda mucho por hacer.

Por otro lado, la ciencia no se escapa de contribuir, a pesar de sus estrictos protocolos, a la contaminación y alteración del ecosistema antártico. Las científicas recomiendan que las naciones limiten el tamaño de las instalaciones y su impacto, algo que no están teniendo en cuenta en la actualidad. Brasil, por ejemplo, duplicó el tamaño de una instalación al reconstruirla. Reino Unido está agrandando su muelle, Australia está planeando construir una pista de aterrizaje y China está construyendo una nueva instalación científica en la isla Inexpressible.

Las científicas de la Homeward Bound reclaman una mayor protección para la Península Antártica y afirman que la declaración de un Área Marina Protegida es esencial para salvaguardar la biodiversidad marina pero requiere la ratificación de los estados miembros de la CCRMVA. La Antártida ha sido desde el principio un «faro» de diplomacia internacional y de cooperación pacífica entre las naciones. Es hora de que se demuestre que se puede seguir esta senda protegiendo uno de los últimos bastiones de la naturaleza.

Referencias:
Carolyn J. Hogg, Mary-Anne Lea, Marga Gual Soler, Váleri N. Vasquez, Ana Payo-Payo, Marissa L. Parrott, M. Mercedes Santos, Justine Shaw & Cassandra M. Brooks. «Protect the Antarctic Peninsula — before it’s too late». Nature. https://doi.org/10.1038/d41586-020-02939-5


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