Granada /
21 de abril de 2020

Estudian la respuesta social a la censura de movimientos impuesta en el estado de alarma

Fotografía ilustrativa de la noticia

El experto en comportamientos y catedrático del departamento de Psicología Evolutiva de la Universidad de Granada Sergio Moreno-Ríos ha analizado la respuesta social a la censura de movimientos impuesta en el estado de alarma.

El paso de las semanas, el incremento del estrés, la confusión de los mensajes y ver que otras personas rompen el confinamiento incita a desobedecer el estado de alarma pese a que los estudios indican que la sociedad se autoimpone un umbral de valores por el que toleran las trampas pero no saltarse la norma.

Control realizado en una ciudad europea a un individuo que ha incumplido el confinamiento.

El experto en comportamientos y catedrático del departamento de Psicología Evolutiva de la Universidad de Granada Sergio Moreno-Ríos ha analizado la respuesta social a la censura de movimientos impuesta en el estado de alarma, comportamientos revisados con estudios previos para comprender la reacción ante el confinamiento.

Desde que se decretó el estado de alarma, los cuerpos de seguridad han detenido a más de 5.000 personas y han denunciado a otras 613.000 por quebrar la actual limitación de movimientos. «Vivimos confinados, obligados por una norma que representa una agresión a nuestra libertad pero la cumplimos pese a que no sería demasiado difícil saltársela, ¿por qué?», pregunta Moreno-Ríos, que explica que la gente permanece en casa por la imagen de persona honesta que quiere tener, y no tanto por el castigo.

Según explica este experto, estudios en los que se analiza si el ser humano tendría una conducta deshonesta, como coger todas las monedas de una máquina rota sin que lo vean, demuestran que casi todo el mundo realizaría una conducta prohibida, pero en un grado pequeño, frente a una minoría que lo haría a lo grande.

Moreno-Ríos apunta que la sociedad general está dispuesta a hacer «un poco de trampa», a pasear al perro cuatro veces y no tres o a comprar el pan más lejos de casa, pero acciones que no exijan modificar el autoconcepto por el que todos nos creemos honestos.

Percepciones y umbrales

Sin embargo, según los estudios de comportamiento, ese umbral de ser «buena gente» fluctúa y se hace más fuerte si pensamos que perjudicamos a un conocido, un amigo o a un familiar frente a un «ente desconocido» o a un organismo difuso. «Hacemos un balance de nuestro propio umbral y cuando realizamos acciones buenas, nos sentimos buenos, elevamos ese umbral y es más difícil saltarlo», añade el experto, que recalca además que el cumplimiento de la norma depende de si se concibe como justa o útil, ya que en caso contrario es más probable burlarla.

Cuando hay poca información o es difusa, la sociedad tiende a guiarse por lo que hace su grupo de referencia o sus líderes, «los copiamos», por lo que un madridista verá como deshonesto a un seguidor del Barça si lo ve pasear y reforzará su confinamiento. «Pero si ves a Rajoy saltarse el confinamiento y has votado a su partido, pensarás que tiene una información que tú no sabes y será más fácil que también salgas», señala el catedrático, que afirma que la población cambia al sumar cada día elementos.

Esta reacción responde a que el ser humano tiene una forma doble de evaluar las cosas, una intuitiva y desde la «ética rápida que nos lleva a actuar», y otra pausada, deliberada.

El cambio constante en el comportamiento también reacciona a nuevos datos como la bajada del número diario de fallecidos y suma un aumento del estrés, una combinación que hace que aumente la predisposición a saltarse la norma con el paso de las semanas. «Llevamos más tiempo y estamos por tanto más cansados, necesitamos más lo de salir, y hay una oportunidad si existe un grupo que justifica y refuerza la acción», añade para explicar por qué se rompe el confinamiento por cumpleaños o fiestas.

Pese a la consigna de que 21 días bastan para crear un hábito, explica que no funciona porque se han dejado de hacer muchas cosas, no una, y que aunque la costumbre permite llevar mejor el confinamiento, no son condiciones naturales que convertir en hábito.

Moreno-Ríos también explica las reacciones minoritarias contra sanitarios o trabajadores de supermercados, ataques que responden al «yo animal» y que buscan un beneficio propio y evitar el peligro, alejarlo, aunque eso suponga atacar a otros.


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