72 investigadores en la Estación Biológica de Doñana

Investigadores trabajan en laboratorio con vegetación acuática. Foto: Banco de Imágenes de la EBD-CSIC.
Un reciente balance de la propia Estación Biológica de Doñana (EBD) sobre su personal revela que componen la plantilla unas 140 personas, de las que 42 son investigadores fijos y unos 100 son técnicos, gestores y administrativos. Entre el personal contratado hay otros treinta investigadores posdoctorales (ocho con contrato Ramón y Cajal), más de veinte estudiantes pre doctorales y unos setenta técnicos de apoyo. La excelencia de sus investigaciones se demuestra por su impacto científico: en torno al 25% de los investigadores se sitúan entre el 1% de los investigadores más citados de los últimos diez años en las áreas de Ecology/Environment y Plant & Animal Science (lSI Essential Science Indicators).
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El Parque Nacional de Doñana alcanza en este mes los 50 años de existencia, y la Estación Biológica de Doñana (EBD), los 56. Resulta evidente que se ha cumplido la Ley de creación del primer espacio protegido en Andalucía, que fija investigar en Doñana como un objetivo en sí mismo, asumiendo que conocer cómo funciona la naturaleza representa un capital, no sólo para la propia Doñana, sino para otros espacios protegidos y el conjunto de la biosfera.
¿Cómo de accidentado podía ser hacer ciencia en Doñana en 1972? No sabíamos muy bien lo que era hacer ciencia, apenas nadie en España lo sabía. José Antonio Valverde era autodidacta y además nuestro líder. Se trataba de hacer historia natural, conocer cómo funcionaban las cosas. No conocíamos las revistas internacionales, la ciencia de primer nivel nos era ajena. Tomábamos muchas notas y datos de todo porque tenía la ventaja de que nuestra ignorancia se compensaba con que nadie se había ocupado antes de nada de eso. Todo lo que hiciéramos resultaba novedoso.
“Es un hecho demostrado por la experiencia de los siglos que todo terreno pantanoso es perjudicial para la salud (…) haciéndose extender su perniciosa influencia no solamente a los habitantes de la comarca que arrastran una vida miserable, sucumbiendo algunos de un modo casi fulminante bajo el influjo de las llamadas fiebres pútridas“. El párrafo, tomado literalmente del proyecto de desecación del Lago Almonte (lo que hoy son las marismas de Almonte e Hinojos, en la provincia de Huelva), redactado en 1866, resume a la perfección el valor que se le daba a las zonas húmedas andaluzas a finales del siglo XIX. Se llegó incluso a incentivar la destrucción de los humedales mediante disposiciones como la ley de desecación y saneamiento de lagunas, marismas y terrenos pantanosos de 1918, a cuyo amparo desaparecieron y se privatizaron infinidad de pequeñas lagunas temporales.
A propósito del 25 aniversario del Parque Nacional de Doñana, y sabiendo de mi amistad con José Antonio Valverde, el diario El País me pidió una entrevista con el profesor, para que éste relatara, en primerísima persona, las peripecias que llevaron a la creación de este espacio protegido. Querían un texto alejado de consideraciones científicas y pegado, sobre todo, a la parte más costumbrista de aquella aventura. Querían saber cómo se las ingenió Tono, como cariñosamente le llamábamos los más cercanos, para organizar, en pleno franquismo, la operación diplomática que evitó la desaparición de las marismas del Guadalquivir.