Según la investigadora, la peligrosidad de virus y bacterias depende de su complejidad. Un ejemplo común es el virus de inmunodeficiencia humana –VIH–, con capacidad para insertarse en el material genético de las células y alterar la producción habitual de proteínas necesarias para el organismo. “Cada célula está formada por una serie de genes de los que depende la creación de proteínas. Cuando el virus interrumpe este complejo proceso, el organismo celular se bloquea y no sabe lo que tiene que producir. Por eso es tan peligroso”, comenta.
Pero no todos los agentes infecciosos son destructivos. Algunos son beneficiosos. Es el caso de las bacterias comensales que se encuentran en el intestino, la boca o la piel. Su nombre se debe al provecho que obtienen del cuerpo o tejido en el que se hospedan.
El beneficio es mutuo ya que el organismo también obtiene alguna ventaja con su presencia, desde ayuda para realizar la digestión hasta fortalecer las defensas. “Estos microorganismos son necesarios porque han enseñado al sistema inmune a reconocerlos como propios y a diferenciarlos de las patógenos. Esta identificación es importante ya que, cuando un agente extraño entra en un espacio que no es el suyo, altera esa zona y produce un desequilibrio en la flora bacteriana endógena”, explica la experta.
Esto es lo que ocurre con la gastritis, es decir, la desestabilización de los microorganismos intestinales, o con los antibióticos que, a la hora de impedir o eliminar las bacterias nocivas, destruyen también parte de la flora normal.
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