Arturo Ruiz: Tras las huellas de los iberos
Informa: Luz Rodríguez / Fundación Descubre.
Asesoría científica: Arturo Ruiz, Universidad de Jaén.
Los iberos eran agricultores-guerreros. Residían en el ‘oppidum’ (ciudad fortificada) gobernado por un príncipe. Su cultura trazó las líneas maestras en la Península de la dieta mediterránea. En Andalucía se asentaron en el sudeste, principalmente en Jaén, donde existe un rico patrimonio histórico y arqueológico conocido gracias al trabajo que lleva a cabo el Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica de la Universidad de Jaén, dirigido por el catedrático de Prehistoria Arturo Ruiz, experto mundial en esta cultura autóctona de la Península Ibérica.
En una de las zonas más modernas de la capital jienense, el campus universitario de Las Lagunillas, se sitúa el edificio que acoge al Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica. Al frente de este centro de investigación está el arqueólogo e historiador Arturo Ruiz, que recibe a Descubre para hacer de guía por la Historia, en un viaje hasta el siglo VI a.C. para conocer a los iberos, uno de los pueblos que contribuyeron al florecimiento de la cultura mediterránea. Puente Tablas, El Pajarillo o la Batalla de Baecula son nombres de lugares que, gracias al trabajo de Arturo Ruiz y al de un grupo de investigadores e investigadoras que trabajan en esta institución científica, han pasado a formar parte del rico y variado patrimonio histórico andaluz.
Arturo Ruiz está ligado a la provincia de Jaén, no sólo por nacimiento (Úbeda, 1951), sino también por vocación. Ha desarrollado toda su trayectoria profesional como arqueólogo en tierras jienenses y tiene un buen motivo para ello: su tierra natal es el lugar donde se desarrolló una de las culturas más interesantes de la historia de la Península Ibérica y de Andalucía. Es uno de los expertos mundiales en la cultura ibera. Lleva más de cuatro décadas dedicado a su estudio. “Un pueblo que fue el mejor ejemplo de hibridación de la tradición fenicia oriental y de la tradición helenística con la propia tradición autóctona”, comenta con admiración.
Parte de su infancia y adolescencia la pasó en Jaén, donde la familia se trasladó a finales de los años cincuenta. Su padre, Pedro, uno de los primeros fisioterapeutas del hospital de Jaén, junto con su mujer, Gloria, decidieron mudarse a la capital para que sus dos hijos, Arturo y Antonio, pudiesen estudiar. Ambos se marcharon a Granada y ambos hicieron la carrera de Historia. Arturo volvió a Jaén, donde reside desde entonces.
“Toda mi vida he estado vinculado a Jaén salvo la etapa universitaria que estuve estudiando en Granada en lo que entonces se llamaba Filosofía y Letras. Hice una especialización en Historia en los últimos tres años -recuerda-. Allí comencé a trabajar, como estudiante, en el departamento de Prehistoria y Arqueología”. En el año en el que terminó, en 1974, volvió a Jaén, provincia que cuenta con un patrimonio arqueológico importante. Era el momento de decidir el tema de su tesis. “Hay una cultura que me llamaba mucho la atención porque se supone que tenía un potencial enorme. Pero no existían, en aquellos momentos, muchos estudios al respecto. En una conversación con mi director de tesis, Antonio Arribas, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Granada, llegamos a la conclusión de que tenía que trabajar en el tema de lo ibérico”, rememora el arqueólogo.
Su primera excavación fue, a mediados de los setenta, en Montefrío con la Universidad de Granada. “Excavé un dolmen con la mala suerte de que ya estaba expoliado. Me sirvió para aprender la metodología y para encandilarme con la relación que existe entre la naturaleza y la arqueología”, relata haciendo memoria. Le siguió la Solana del Zamborino, situada entre Guadix y Baza, un cazadero de elefantes antes de los neardentales. Después, bajo tierra, en la cueva del Agua de Iznalloz. Tras su actividad en Granada, volvió a Jaén, donde se centró en la cultura ibera, concretamente investigando en Puente Tablas y en Castellar. “A veces trabajas en ciudades, muy presionados por las obras, pero la arqueología en la que yo nací como arqueólogo era una arqueología muy de campo, muy rural. Ese disfrute de estar excavando en medio de la naturaleza, que a veces es verde y otras desértica, es impresionante”, comenta con algo de nostalgia.
Comenzó su investigación ‘de una forma peculiar’, no yendo a excavar a un yacimiento, sino recorriendo la provincia jienense para realizar un registro de todo el poblamiento ibero. Lo hizo a través de una metodología que antes no tenía mucho desarrollo denominada prospección superficial (técnica arqueológica de campo consistente en la exploración visual de un yacimiento registrando y documentando el material conservado en la superficie del terreno). “Era, ni más ni menos, que caminar buscando y registrando restos arqueológicos. Un método barato porque sólo te costaba zapatos, coche, gasolina y andar mucho”, recuerda sonriendo el historiador. Esto le permitió abrir una línea de trabajo novedosa que consistía en investigar sobre el territorio para reconstruir el poblamiento de una cultura. “Se había hecho algo sobre los iberos a principios de siglo, pero no mucho”, añade. A mediados de los 80 consiguió crear un grupo de investigación en el Colegio Universitario vinculado por aquel entonces a la Universidad de Granada. No es hasta la creación de la Universidad de Jaén, en la década de los 90, cuando consiguió crear el grupo de investigación del Patrimonio Arqueológico de Jaén, que cuenta con arqueólogos de la época medieval, romana, ibera…”. Con este grupo alcanzamos el nivel de excelencia que nos permitió dar el salto a la creación del Centro en 1998 y del Instituto después, es el punto de partida de todo, rememora.
Y es este uno de los momentos más emocionantes de su trayectoria profesional, la puesta en marcha del instituto, primero como Centro Andaluz de Arqueología Ibérica en 1998 y a partir de 2012 como instituto de investigación universitario. “Es algo que estas esperando, un proyecto de vida, consolidar la investigación de la arqueología ibera en un espacio, en un territorio que además es Jaén”, comenta. En sus laboratorios la arqueología se renueva, se vuelve multidisciplinar. Aquí trabajan investigadores de diferentes períodos históricos, químicos, ingenieros o biólogos con interesantes y variados proyectos: arqueología de guerra; el paleoambiente, el paisaje con los estudios antracología (metodología que tiene por objeto de estudio el carbón de madera procedente de los yacimientos arqueológico) y carpología (disciplina de la botánica que se dedica al estudio de las semillas y los frutos), estudios donde se aplica la química para reconstruir el uso de los recipientes, la dieta, etc; arqueoastronomía, donde se estudian los ritos vinculados al Sol, los juegos de luces en los templos, la creación de sombras; técnicas como la dendrocronología para conocer cómo ha sido el clima según haya crecido el tronco de un árbol, etc.
La emoción del hallazgo
En toda trayectoria de un arqueólogo no puede faltar ese momento en el que encuentra algo único en plena excavación. Puede ser un trozo de muralla, un recipiente, una herramienta… En el caso de Arturo fue en 1993, cuando halló una cabeza de lobo de piedra caliza esculpida por los iberos en la primera mitad del siglo IV a. C. y que forma parte del conjunto escultórico de El Pajarillo (Huelma, Jaén). “Para mí fue muy impactante, porque no era solo la escultura de la cabeza del lobo, había una cabeza de grifo y otros personajes en piedra. Cuando los vas viendo aparecer te quedas impactado”.
Otras veces no es el hallazgo de una gran pieza, sino la confirmación de una hipótesis a través de un objeto pequeño, como por ejemplo las tachuelas desprendidas de las sandalias de los legionarios romanos. Gracias a este hallazgo se pudo reconstruir el movimiento de las tropas romanas en la Batalla de Baecula, donde Publio Cornelio Escipión el Africano se enfrentó a las fuerzas cartaginesas dirigidas por Asdrúbal Barca en el año 208 a.C. “Veníamos trabajando desde hacía tiempo para comprobar si lo que decían las fuentes coincidía con los restos arqueológicos encontrados. La confirmación de que así era nos la dio una humilde tachuela. Ese se convierte en un momento también emocionante”, destaca el investigador.
En definitiva, se trata de seguir una pista a partir de los datos encontrados para resolver un misterio, por eso no es extraño que el género literario favorito de este historiador apasionado de su trabajo sea la novela negra y las tramas policiales de Raymond Chandler, Andrea Camilleri o Manuel Vázquez Montalbán.
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