No es científico, pero su sapiencia es indiscutida entre todos los investigadores. José María de Vayas, guarda, 40 años de trabajo desde 1973, se hace con frecuencia una pregunta: “¿qué es lo que queremos de Doñana?” La cuestión es de una densidad evidente, propia de un doñanero, pero existe al menos una respuesta, y se llama ciencia. El Parque Nacional alcanza en este mes los 50 años de existencia, y la Estación Biológica de Doñana (EBD), los 56. Resulta evidente que se ha cumplido la Ley de creación del primer espacio protegido en Andalucía, que fija investigar en Doñana como un objetivo en sí mismo, asumiendo que conocer cómo funciona la naturaleza representa un capital, no sólo para la propia Doñana, sino para otros espacios protegidos y el conjunto de la biosfera.
Más de 800 trabajos de investigación se han sucedido hasta ahora en este espacio y en sus cuatro ecosistemas: mar, dunas, monte y marisma. El ritmo es de unos 80 proyectos de investigación, la mayoría plurianuales, en marcha cada año. El arranque fue casi épico, o sin casi. No existía otro científico que su impulsor, José Antonio Valverde, alguien que acabó la carrera ya treintañero, eso sí, en tres años incluido el doctorado.
En 1972 Miguel Delibes fue de los primeros en sumarse, ya estaban Javier Castroviejo y Fernando Álvarez, al equipo inicial. “El CSIC propuso ubicar el centro de investigación en la propia Reserva Biológica de Doñana (RBD), pero Valverde no aceptó, porque interpretaba acertadamente que debía estar ligado a la universidad y bien comunicado, so pena de quedar aislado y, lo que es peor, encerrado en su pequeño mundo, y alejado de la ciencia de primer nivel”, dice el biólogo, escritor y ex director de la EBD. La Estación se ubicó en un chalet del sevillano barrio de Heliópolis para dedicarse a la biología de la conservación antes de que esta disciplina científica existiera, apunta Delibes.
Miguel Ferrer, también en su día director de la EBD, valora lo que ha motivado en la ciencia española aquél primer paso. “La original idea de aproximarse a la conservación de la naturaleza desde la investigación científica, lo que hoy llaman biología de la conservación, fue un invento que vio la luz en Doñana en 1964”, explica. Es así como él explica que a, día de hoy, España es la cuarta potencia mundial en esta especialidad científica.
Con este punto de partida surge la tarea investigadora. El primer ‘laboratorio’ de campo se monta en 1953. Es un carromato cubierto de forraje y con una techumbre para dar sombra al conjunto. Sobre esa mesa, Valverde abre el buche a las aves capturadas para saber qué han comido. Empezaba el camino de conocer las relaciones entre los habitantes del ecosistema por lo básico: quién se come a quién.
Desde entonces, la ciencia ha crecido imparable, no en vano todo el parque nacional funciona a modo de gigantesco laboratorio natural. Es su gran virtud. Contar con información previa acerca del espacio, sobre una población particular o incluso un individuo concreto, en el caso de grandes árboles, permite plantearse preguntas complejas, indican los especialistas.
El número de proyectos de investigación llevados a cabo en Doñana alcanzó la veintena por año al comenzar la década de los 80; superaba los sesenta al inicio de siglo, y se halla por encima de los ochenta hoy día. Dos datos más: desde 1972 se han defendido al menos 210 tesis doctorales con temáticas centradas en Doñana; y en Doñana han desarrollado proyectos institutos de investigación de más de veinte países.
En este centro investigador existe, como es lógico, cierta especialización. Se consideran especialmente los proyectos orientados a resolver problemas de conservación del área, y también los que difícilmente podrían realizarse en otro lugar. Así lo fue, por ejemplo, detectar que casi el 80% de las jóvenes águilas imperiales morían en tendidos eléctricos, y que allí donde hay linces, contra la intuición inmediata, hay más conejos.
Según un estudio sobre investigación de la EBD, el medio biológico ha recibido más atención que el medio físico, y este más que los aspectos humanos (historia, etnografía, sociología, etc.). Dentro de los primeros, tienen más protagonismo los animales que las plantas, y luego se sitúan los microorganismos y las comunidades o ecosistemas.
La vocación ornitológica de los primeros científicos llegados en 1952, Valverde y Francisco Bernis, a la postre fundadores de la Sociedad Española de Ornitología (SEO), se aprecia en la investigación. Hasta 1970 casi el 90% de los trabajos versaba sobre aves, y ya en el siglo XXI se publica tanto de invertebrados y mamíferos como de aves.
Los estudios faunísticos se han llevado siempre la parte del león (más del 80% de las publicaciones), mientras que los intentos por potenciar los estudios humanísticos sobre Doñana no han tenido éxito, quizás por quedar al margen de los temas vehiculares de la EBD.
La calidad de la ciencia nacida de Doñana es notoria. “La EBD tiene 11 de los mejores investigadores españoles en el área de ecología y los mejores, dentro del área de ornitología, son de la EBD. Ocupamos por tanto una posición envidiable en el contexto nacional, aunque, sin duda, lo podríamos hacer aún mejor”, opina Miguel Ferrer. Los datos lo avalan.
En la década de los 70 tan solo el 7% de los artículos fueron publicados en revistas recogidas en la base de datos SCI. En los 80 llegó al 30%; al 55% en los 90 (cuando ya se alcanza la notable cifra de 609 artículos), y alcanzó al 73% entre 2001- 2013 (con 1.040 artículos).
Jordi Figuerola, actual vicedirector de Investigación de la EBD, destaca algunas facetas de excelencia. “Son remarcables los estudios sobre dinámica de población y dispersión de aves y mamíferos, con especies como el lince of el águila imperial, pero también con otras muchas especies que abundan en Doñana. Se han realizado excelentes estudios sobre el papel de las aves en la dispersión de otros organismos a través de la dispersión de las semillas que contienen sus frutos o los huevos o otras formas de resistencia en el caso de los invertebrados”, relata. Para Figuerola, existen estudios más recientes que ya son de referencia, como los de abejas, hormigas o mosquitos, y sobre el impacto de las especies invasoras.
Miguel Ferrer añade otros aspectos que permiten entender la relevancia de la EBD y de Doñana como gigantesco laboratorio. “Se ha dado solución a los problemas generados por infraestructuras eléctricas, reduciendo la mortalidad de aves en más de un 82% y que han producido cambios en las regulaciones normativas de Andalucía, España o la Unión Europea.
Un asunto que dio relevancia, no sólo a la EBD, sino al papel de la ciencia en España, nace con el vertido de la empresa minera Boliden Apirsa sobre el río Guadiamar. Durante años, y sobre todo durante unos meses iniciales frenéticos, se trabajó duro para conocer y solucionar los efectos. El encargo de los gobiernos de Andalucía y España al CSIC, y éste a la EBD, resultó un éxito que dotó de una nueva especialización a la Estación. Y permitió recuperar por completo el Guadiamar.
Doñana ostenta los galardones de Patrimonio de la Humanidad, humedal Ramsar y Reserva de la Biosfera. Pero hay otros obtenidos de su nivel científico. La Unión Europea en los años noventa le concedió a la RBD la categoría de gran instalación científica europea. Guyonne Hans, coordinadora científica en la EBD, cuenta una anécdota reveladora. “Cuando los responsables europeos llevaban muchas horas recorriendo Doñana en un vehículo cuatro por cuatro y estaban un poco cansados del paseo, su principal autoridad decidió preguntar: ¿Cuándo veremos, al fin, su gran laboratorio?”. Les explicaron que, claro, ese gran laboratorio era todo lo que abarcaba su vista.
Doñana también es uno de los nodos en redes internacionales que registran cambios ecológicos a largo plazo. Es el caso de Long Term Ecological Research LTER y Long Term Socio-Ecological Research LTSER, y redes de datos como la Pan-European Common Bird Monitoring Scheme o la Butterfly Monitoring Scheme. A una escala regional, se integra en la Red Andaluza de Observatorios del Cambio Global, como Sierra Nevada. Asimismo, desde 2006 la RBD ha sido calificada como ICTS, y cada cuatro o cinco años debe presentar las estadísticas de su uso y un plan estratégico.
En la actualidad, la gran instalación europea Life Watch unificará todo en un gran laboratorio virtual (e-infraestructura), con Doñana como pieza demostrativa.
Todo ello es parte del atractivo que genera Doñana para la ciencia internacional. “Unas 50 instituciones científicas y Universidades trabajan al año en Doñana”, indica Ferrer. Entre ellas, el Instituto Max Planck de Alemania, el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) francés, y varias universidades de Norteamérica y de la UE. Entre los centros nacionales, los más activos son centros del CSIC como el Instituto de Recursos Naturales de Sevilla, el Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos de Ciudad Real, la Estación Experimental de Zonas Áridas de Almería, el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, o universidades como la Autónoma de Madrid, Sevilla, Pablo de Olavide, Barcelona, León o Extremadura, destaca el biólogo, especialista en rapaces.
En 2008 funcionaba una densa red de sensores para el seguimiento automático de parámetros del medio, como parte de la ICTS. Los escasos fondos disponibles en la actualidad para su mantenimiento han forzado a conectar con redes y líneas de investigación previamente existentes. Es el problema de la financiación que a todos los consultados les parece clave.
“El principal problema es la financiación de la ciencia; resulta escasa, las convocatorias son irregulares en el tiempo y en muchos casos tardan demasiado tiempo en resolverse”, indica Jordi Figuerola. El mecenazgo, extendido en muchos países del norte de Europa y América, no resulta habitual en España.
Miguel Ferrer apunta en la misma línea: “La posibilidad repetidamente señalada de imitar el modelo de Estados Unidos, con la formación de centros mixtos Universidades-Fish and Wildlife Service, que serían en nuestro caso Consejería o Ministerio-CSIC (EBD), podría estimular más aún la necesaria colaboración entre los gestores que necesitan la información y los científicos que la producen”.
Ciencia salvadora
“Sin la ciencia, tal vez Doñana habría sucumbido a alguna de la múltiples amenazas que, ya antes de nacer, la han cercado”, dijo Valverde, un experto en crisis de vida o muerte para el espacio natural.
Cuando se mira al futuro, las prioridades son difíciles. Como dice Miguel Delibes, lo importante es estar alerta ante lo imprevisto. Jordi Figuerola apunta como objetivo científico el “compatibilizar la presencia humana en el territorio con biodiversidad y estabilidad de los ecosistemas, de los que también nosotros dependemos”.
En 1953, sobre el carro con paja seca que le hizo su amigo Menegildo, a José Antonio Valverde le resultaría impensable imaginar que la escasez de animales o de territorio donde campearan pudiera ser algún día un gravísimo e inminente problema.
Hoy, Jordi Figuerola tiene claro lo que debe investigarse con calma. “Identificar estrategias para minimizar el impacto de las actividades humanas sobre las zonas protegidas, y cómo los cambios, incluida la llegada de nuevas especies de la mano del hombre, van a afectar a los ecosistemas”.
Miguel Ferrer lo resume. “Qué debemos hacer para que nuestro planeta, el único por ahora que tenemos, siga lleno de seres vivos, incluyendo nuestra propia especie”.
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