¿Cuál es el valor del estuario del Guadalquivir y de qué manera le afecta la actividad humana?
El Bajo Guadalquivir, que abarca el área de influencia del río en las provincias de Sevilla y Cádiz, es la zona con mayor biodiversidad acuática de Andalucía y una de las más importantes de Europa. Como todos los estuarios, cumple, además, una función de regeneración de la calidad de las aguas y sirve de refugio a larvas y alevines de numerosas especies comerciales, que se crían y engordan allí antes de viajar al Atlántico. Todo ello, explican los expertos, a pesar de la intervención humana, que en menos de tres siglos ha transformado casi por completo este tramo del río
Los andalusíes lo llamaban ‘Wad-al-Kebir’, que significa ‘El Río Grande’. De ahí proviene su nombre actual, pero poco más conserva el Guadalquivir de aquella época remota, especialmente en lo que se refiere al tramo final. Con el fin de facilitar en éste el tránsito de embarcaciones cada vez mayores, el río y su entorno han sufrido importantes transformaciones a lo largo de la historia. Hace sólo trescientos años, la corriente se distribuía en tres brazos con innumerables meandros, curvas naturales que dibujaban un serpenteante curso y que han sido eliminados progresivamente mediante cortas, obras hidráulicas que han hecho que hoy día un único cauce rectilíneo facilite la entrada de barcos desde el Atlántico hasta Sevilla.
A la pérdida absoluta del trazado originario del cauce como consecuencia de estas intervenciones, que comenzaron a finales del siglo XVIII, se le suma otra gran transformación que afectó de lleno al estuario del Guadalquivir y que tuvo lugar más recientemente, en la década de los 50, cuando los terrenos que ocupaban las marismas (excluyendo la zona protegida de Doñana) pasaron a ser arrozales o cultivos de regadío. Para ello, se bloquearon con compuertas los canales naturales de drenaje con el fin de evitar la entrada de agua salada. De este modo, la zona del estuario, es decir, donde se mezcla el agua dulce procedente de la cuenca con el agua del mar, que en épocas anteriores abarcaba una importante extensión de marismas a las que llegaba el agua marina cuando subía la marea, actualmente se limita a los últimos 30-40 kilómetros del cauce del río. Aún así, los expertos apuntan que sigue siendo un enclave primordial desde el punto de vista ecológico, así como por su interés social, económico y cultural.
Valor ambiental
Desde la perspectiva ecológica, el estuario del Guadalquivir es lo que los expertos llaman un “punto caliente de biodiversidad”. Así lo explica Carlos Fernández Delgado, catedrático de Zoología de la Universidad de Córdoba, especializado en peces continentales: “Este entorno cuenta con especies propias del Atlántico, del río, de las marismas superficiales colaterales y, también, con especies propias fruto de la integración de estos medios. Los estuarios son de los hábitats más ricos del planeta; desde el punto de vista evolutivo son entornos de generación de especies. Y también sirven de paso a las especies migradoras como la lamprea, la anguila, el esturión…”. En los últimos estudios realizados por el grupo de trabajo en el que participa Carlos Fernández Delgado, constituido por el Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía (CSIC), el Instituto Español de Oceanografía (IEO) de Cádiz, el Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (IFAPA) y la Universidad de Córdoba (UCO), en el tramo final del Guadalquivir fueron censadas 43 especies de peces y unas 80 de invertebrados, cifras que sobrepasan las de cualquier otro estuario de la Península.
Valor socioeconómico
Además de la biodiversidad que caracteriza a estas aguas salobres (aquellas donde confluyen las que provienen del mar y del río), el estuario tiene una función biológica esencial: servir como zona de cría y engorde para numerosas especies que han desarrollado una interesante estrategia consistente en pasar allí las primeras etapas de su vida. “Se trata de un área que no pertenece ni al mar ni al río, en la que no podría subsistir ni un predador marino ni uno de agua dulce. Además, allí se recogen todos los nutrientes que se producen en la cuenca, hay mucho alimento para numerosos invertebrados y peces cuyas larvas o alevines usan el estuario para crecer”, explica Fernández Delgado. Estos organismos acuáticos se trasladan al mar cuando llegan a la etapa juvenil. Entre ellos destacan las especies comerciales como los boquerones, acedías, lenguados, bailas, lubinas, langostinos, etcétera, que nutren los caladeros del Golfo de Cádiz. “Los puertos y poblaciones del arco atlántico deberían estar muy agradecidos al tramo final del Guadalquivir, deberían cuidarlo, porque de ahí proviene su sustento”, señala.
Principales amenazas
Sin embargo, la intervención humana continúa ejerciendo presión sobre el río. La mala calidad de las aguas y la degradación de hábitats son, según los expertos de la Universidad de Córdoba, dos de los aspectos que más afectan a la salud del tramo final del Guadalquivir. “Los estuarios necesitan del agua dulce que se produce en la cuenca y que deposita sedimentos y nutrientes en la zona baja del cauce, pero su entrada está manipulada y limitada al máximo por los embalses, las compuertas en los canales laterales, las obras hidráulicas… Al tramo final llega menos cantidad y la que lo hace está mucho más contaminada, porque los mismos residuos tienen que disolverse en menos volumen de agua”, concreta el investigador.
Esta situación se vería seriamente agravada, según Carlos Fernández Delgado, si llegara a acometerse algún día el proyecto de dragado del río, una gran obra hidráulica con la que se ampliaría la profundidad del último tramo del Guadalquivir. Se trata de algo por lo que el Puerto de Sevilla lleva abogando quince años, con el fin de permitir la llegada hasta la capital andaluza de barcos de mayor calado. “Tendrían que estar dragando continuamente, es como escarbar en arena seca, tal como vas haciéndolo entra más por los laterales, con lo que ello conllevaría: los procesos erosivos en las márgenes tendrían efectos dramáticos. Asimismo, se daría un fuerte aumento de la salinidad, con consecuencias catastróficas e impredecibles sobre las comunidades acuáticas (los predadores podrían entrar en la zona de cría y engorde, por ejemplo)”, explica Fernández Delgado. Este incremento de sal en el agua también afectaría directamente a los arrozales y regadíos de la zona, que precisan del aporte del río.
Por otra parte, los movimientos de fangos que ocasionaría una obra de esta envergadura haría que el agua se volviera mucho más turbia de lo que ya es. “La turbidez, que ya de por sí es bastante acusada en el Guadalquivir, llegaría a niveles máximos; los sedimentos en suspensión supondrían la muerte para peces de numerosas especies, que se asfixiarían al atascarse sus branquias”, comenta el investigador. Y añade: “Además, hay que tener en cuenta que los sedimentos finos que predominan en el Bajo Guadalquivir tienen la capacidad de captar las moléculas de los metales pesados (como el hierro, el cobre o el zinc) y las depositan en el fondo, neutralizándolas; pero si se removieran los fangos para el dragado se movilizarían toneladas de estos elementos nocivos”.
Sugerencias de conservación
El pasado mes de marzo, el Tribunal Supremo anuló el proyecto de dragado de profundización del Guadalquivir, por el impacto ambiental que éste tendría sobre el estuario y Doñana. Aún así, la conservación de esta zona continúa amenazada por múltiples factores y buena parte de las soluciones, según los expertos, están en manos de las partes implicadas. “Los colectivos relacionados de una manera u otra con el río deberían constituir un grupo de trabajo, analizar los problemas con métodos científicos y adquirir una visión mucho más natural del río, teniendo claro que es absolutamente imprescindible que llegue agua dulce al estuario”, concluye Fernández Delgado.
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