María Castellano Arroyo: una pionera con la igualdad en el ADN
María Castellano Arroyo nació para ser pionera. De las matanzas tradicionales de las cortijadas andaluzas aprendió las primeras nociones de anatomía y la compasión que le despertaba la atención a los enfermos la hizo convertirse en la primera médico y la primera universitaria de su familia. Fue también la primera catedrática de Medicina de España, pionera en el uso del ADN para pruebas de paternidad y una avanzada en la Medicina Forense que luchaba contra maltratadores en una época en la que el machismo justificaba cada golpe.
María Castellano (Jaén, 1948) nació en el seno de una familia humilde, en “una cortijada” de una Andalucía que aún no soñaba con tener una catedrática de Medicina, pero también en un entorno con un puñado de padres que decidieron pagar a un maestro rural, de “esos que enseñan un poco de todo a niños de diferentes edades”. Esta pionera nació un día de Reyes como regalazo a la lucha por la igualdad y se fue convirtiendo en “la primera de” de muchos “de”. “Vengo de familia de agricultores, del medio rural. En mis antecedentes familiares no había habido ni médicos ni universitarios”, recuerda Castellano.
De aquellas aulas improvisadas pasó a un colegio religioso y cuando acabó PREU, le contó a su padre que quería estudiar Medicina. “Me había llamado mucho siempre la atención la vocación médica, lo que es una actividad de entrega a los demás”, explica esta catedrática que, con el respaldo de su familia, emprendió camino a Granada para convertirse en doctora y romper muchos de estos techos que ahora llaman de cristal.
Sus padres aceptaron aquel paso, le buscaron una residencia y Castellano comenzó una carrera de hitos que la ha convertido en pionera de muchas cosas. “En medicina me sentí muy bien y pensaba que Psiquiatría era la especialidad que más me gustaba”. Y aunque creyó entonces que tenía seleccionado su camino porque defiende la importancia de la “unidad psicofísica” y de una mente fuerte, el que fue su marido-psiquiatra- se cruzó en su camino y le descubrió otra especialidad.
Castellano defiende su pertenencia a una generación que rompió barreras, la primera en la que se llegaba a la Universidad y en la que casi todo era posible. Contó con maestros que le ayudaron primero a ganar una oposición de médico forense, de profesora adjunta en la Universidad después, y siempre con el número uno en cada convocatoria. “En ese momento me dijeron que tenía que ir al extranjero, a una formación complementaria”. Y allá se fue en 1978, cuando se ultimaba un borrador de la Constitución que reconocía el derecho a conocer el origen genético, a utilizar el ADN.
“Y esto yo lo aprendí en el Instituto de Medicina Legal de Lieja, donde se estudiaban al máximo nivel de rigor y reconocimiento los marcadores genéticos moleculares para la investigación de la paternidad. También se empezaban a aplicar a la identificación de indicios, de pelo, de saliva, de sangre, fundamental en la investigación criminal y en el esclarecimiento de los delitos”. Y así, desde el extranjero, Castellano siguió su camino de pionera y regresó con una formación que la situó “en muy buena posición” para su primer abordaje a una cátedra de Medicina.
Era 1980 y María Castellano ganó su cátedra en la Universidad de Zaragoza, compitiendo con profesores adjuntos de la mayoría de las facultades de Medicina de España, y venció una batalla histórica para las mujeres. Comenzó así un nuevo capítulo profesional para esta apasionada de su profesión recién jubilada que disfruta cocinando a fuego lento pucheros tradicionales y comiendo tartar y otros extranjerismos.
Su nueva posición en Zaragoza le permitió entonces mantener “relaciones estupendas con todos los compañeros” y crear un departamento de Medicina Legal y Forense moderno, con laboratorios que seguían el sistema de Granada, que era modélico. Como modélica y moderna fue su selección de ayudantes. “Yo les decía que premiaba el esfuerzo, la ilusión, el trabajo, pero que en igualdad de méritos siempre optaré por una mujer”, recalca la doctora. Justifica que no cree en las cuotas de ahora, pero sí en los méritos y en la capacidad de una mujer para resolver problemas y con esas mimbres logró en siete años que cuatro de los cinco miembros de su equipo fueran mujeres.
Lucha contra el maltrato
Su visión renovada y multidisciplinar del trabajo y alguna tesis de sus alumnos la hizo abordar de una manera novedosa la violencia machista, “lo que antes se llamaba violencia familiar”, y poner los cimientos de procedimientos, modelos y protección que han evolucionado hasta la actualidad. Su colaboración con la administración de Justicia la hizo merecedora en 1983 de la Cruz de Primera Clase de San Raimundo de Peñafort. Casi una década después (1992), Castellano recibió la Medalla al Mérito Policial, con Distintivo Blanco, por su colaboración en la formación de la Policía Judicial española.
Ya en Andalucía y cuando la década de los noventa se agotaba, María Castellano hacía “turismo forense” con sus alumnos de la especialidad de Medicina Legal y Forense y dedicaba sus fines de semana a visitar a víctimas de violencia, “mujeres comprometidas que vivían en la misma casa, como muy lejos en el mismo pueblo que su agresor”. Esta catedrática recuerda que se estudiaba entonces a la víctima pero solo en el plano físico, y apostó entonces por sumar ayuda social, recursos y atención a sus daños psíquicos. “Porque eran personas que tenían una manera de ver el mundo desde una situación de temor, de sumisión, defensiva, basándose en la obediencia al agresor”, relata esta experta.
Castellano sintió entonces “que dejábamos a la mujer desprotegida frente al agresor si no éramos capaces de llegar a él al mismo nivel, entender por qué surgía esa violencia, por qué la canalizaba con esas conductas”. Y así nació el análisis forense y los peritajes de la violencia machista, en una época en la que el agresor “se sentía con razones como para sostener y defender y explicar su posición de dominante, de agresor, de ser el que gana el dinero, que esa mujer sin él no iba a ser nada”.
“Y se empezó a formar a las fuerzas de seguridad, y la Policía y la Guardia Civil cambiaron radicalmente sus protocolos de atención a las mujeres que denunciaban, desde un respeto, desde una atención, feminizaron sus unidades de asistencia a las víctimas y al mismo tiempo se empezó a formar a los médicos forenses”, recuerda esta jienense, también granadina y maña de adopción, que asesoró y formó a médicos, policías y trabajadores sociales y que colaboró en la redacción de las leyes especializadas por las que, en 2003, se crearon los juzgados específicos para la violencia de género.
Con ese reposo que dan los años para analizar la profesión, Castellano cree penoso que tantos jóvenes profesionales, “en los que hemos invertido muchos recursos y que están destacando y dando un rendimiento óptimo”, se marchan a otros países. “Esa gente se tenía que haber quedado aquí”, resume. Sin embargo, cree en la medicina actual, en esa que cree “más rigurosa que nunca, más científica que nunca”.Para los ‘modernos’ que practican ya la medicina telemática y las consultas mediante pantallas, la doctora advierte: “eso no puede sustituir la relación médico-paciente humana, personal y directa, porque la palabra del médico también cura”. Y María Castellano tiene muchas palabras sanadoras que contar.
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