La lucha contra la pobreza, clave para erradicar la malaria
La malaria o paludismo es una enfermedad producida por un protozoo del género Plasmodium y transmitida por mosquitos del género Anopheles. La palabra malaria proviene del italiano medieval “mal aire”. Hace alusión a la asociación de la enfermedad con lugares insanos, pantanosos, donde crían los mosquitos transmisores. Paludismo viene del latín clásico, de paludis, “laguna, cenagal”. Desde muy antiguo la afección se relacionó con aguas estancadas.
Según el World Malaria Report 2017, en 2016 hubo una estimación de 445.000 muertes por paludismo a escala mundial. La región Africana de la OMS representó el 91% de todas las muertes por paludismo en ese año, seguida de la región de Asia Sudoriental (6%). En 15 países se presentaron el 80% de las muertes mundiales de paludismo; todos estos países están en África subsahariana, a excepción de India. En ellos la malaria forma un trío mortal con el VIH y la tuberculosis. Para la catedrática en Parasitología de la UGR y experta en enfermedades infecciosas, Carmen Mascaró, “la combinación es explosiva. Estas enfermedades se agudizan en coinfección y las tres están ligadas a la pobreza en el mundo actual. A día de hoy, los afectados este año por malaria se cifran en casi 200 millones pese al esfuerzo de muchas organizaciones”.
La malaria es una enfermedad que cuenta con varios mitos que la experta desmiente con rotundidad, “el mito fundamental y falso es su asociación con los trópicos. Es la enfermedad tropical por excelencia según los medios de comunicación. Esto es absolutamente erróneo pues no está relacionada con climas tropicales. Es una enfermedad ligada más a la pobreza. En Europa llegaba hasta Suecia y al sur de Inglaterra. Afectaba a reyes y nobles, no discriminaba. En Estados Unidos se extendía hasta el norte, lugares que no son precisamente regiones tropicales”. Y añade: “otro mito, muy difundido por algunos sectores, es el que afirma que los inmigrantes nos van a introducir enfermedades ya erradicadas y ponen como ejemplo la malaria. Ésta no es una enfermedad contagiosa. Está erradicada en España y no tenemos poblaciones de mosquitos como para que vuelva a implantarse. Más aún, se ha demostrado recientemente que nuestros escasos Anopheles son ya incapaces de transmitirla”.
Surge pues una pregunta: ¿qué factores influyen para erradicar o disminuir la prevalencia de la enfermedad? La experta responde: “La malaria se erradicó en los países con poder económico para hacerlo. En España, en 1964, los éxitos conseguidos con las campañas de lucha previas en el siglo XIX se frustraron durante y después de la Guerra Civil y hubo que reiniciar la batalla. Participaron en ella personas muy esforzadas que no dejaron un rincón por visitar ni una persona por diagnosticar y tratar. Si una enfermedad con tratamiento afecta sólo a humanos hacerla desaparecer es factible. Es cuestión sólo de dinero y esfuerzo”.
Más allá del laboratorio
En la Universidad de Granada no se trabaja experimentalmente en malaria. Son contados los laboratorios del mundo que pueden mantener en cultivo a las especies causantes. “Éstas se multiplican en nuestros glóbulos rojos y los destruyen. Las cuatro especies que nos afectan son sumamente específicas – explica esta experta en Parasitología- Disponer de procedimientos que provean y mantengan viables glóbulos rojos humanos (cuya vida es limitada) precisa equipamientos de infraestructura de elevado coste. En Colombia se logró el cultivo de gametocitos (una de las fases del ciclo biológico) hace años aunque no ha repercutido en un avance en tratamientos como se esperaba. Cuando un patógeno, como en este caso, afecta tan sólo a la especie humana su estudio se complica pues no puede hacerse en animales de experimentación”.
España cuenta con un centro de investigación, el Institute for Global Health de Barcelona, que investiga en genética de Plasmodium en la búsqueda de una posible vacuna. “Una doctora procedente de nuestro laboratorio, Mª. Carmen Fernández Becerra, trabaja en ese grupo. Hay que señalar también que el director del Programa Mundial de Malaria de la OMS es el español Pedro Alonso”, destaca la especialista.
Tras una vida dedicada a la investigación, Carmen Mascaró no se limita a trabajar en el laboratorio, sino que va más allá. Pone su experiencia y conocimiento sobre enfermedades infecciosas allí donde más lo necesitan, en países donde son endémicas y carecen de recursos para luchar contra ellas. “Lo que más me satisface, actualmente, es mi colaboración con Mozambique, un país fantástico con muchas necesidades, pero con personas bien formadas que se esfuerzan en la lucha por mejorar la situación sanitaria. Muchas enfermedades infecciosas ni siquiera se han abordado aún, se desconoce su existencia o su inexistencia. Parece increíble… Allí se lucha por formar más médicos y sanitarios, se trata de potenciar su formación y recursos para que no emigren a países ricos”.
En lo relativo a la investigación lo que se contempla es la posibilidad de que sean ellos los que planteen los proyectos que les interesa realizar. “Participar en estas iniciativas, aportar mis conocimientos a la lucha contra las enfermedades, trabajar con ellos, ayudar con mi experiencia, me parece una opción muy válida en esta etapa de mi vida”.
Más inversión y más esfuerzo necesarios para combatir la enfermedad
Mosquiteras impregnadas de insecticidas, vacunas basadas en parásitos genéticamente modificados (GAP,s por su siglas en inglés, Genetically attenuated parasites) o la RTS,S, la primera vacuna disponible contra una enfermedad parasitaria destinada a proteger contra el Plasmodium falciparum, la especie más mortífera del parásito de la malaria, son algunos de los métodos desarrollados por los investigadores para luchar contra esta enfermedad que, cada año, causa la muerte de cerca de 800.000 personas. La mayoría de estas muertes son de niños menores de cinco años en el África subsahariana. “Las mosquiteras impregnados con insecticidas son una buena herramienta siempre acompañada de educación sanitaria, diagnóstico y tratamiento, pero preguntémonos: ¿Cuántas personas viven sin camas donde colocar los mosquiteros? ¿Cuántas tienen ventanas en sus casas o pueden llegar a un centro de salud en cuestión de horas para recibir un tratamiento? La malaria cerebral es una urgencia médica, la muerte a destiempo es siempre trágica; bebés, niños, embarazadas…”, resalta Carmen Mascaró.
Una vacuna “sería fantástica”, opina esta experta, como ya ocurrió con enfermedades como la viruela que se consiguieron erradicar “con una vacuna y el esfuerzo para llevarla a todos”. Pero en el caso de la malaria no es tan fácil. “Un protozoo parásito es millones de veces más complejo que un virus o una bacteria. Tiene tras de sí un largo proceso de adaptación, cientos de millones de años que lo han llevado a triunfar superando nuestras defensas”, destaca desde su experiencia en el campo de las enfermedades parasitarias.
Para esta científica comprometida la cuestión está clara: “Es tiempo de pensar que sólo la lucha contra la pobreza y el acceso a sistemas de salud son las claves para acabar con ésta y otras terribles enfermedades que se ceban en los pobres. La mortalidad por enfermedades infecciosas en los países industrializados era hace seis o siete décadas similar a la que hoy existe en los países más empobrecidos. Nos hemos olvidado de ello, no nos interesa recordarlo”.
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