Eloisa Bernáldez Sánchez: La intérprete de huesos
¿Has pensado alguna vez todo lo que se puede averiguar sobre una persona rebuscando en su basura? Por muy contradictorio que pueda parecer, todo lo que desechamos habla de nosotros y de nuestros antepasados. Pocas formas hay mejores para conocer las costumbres de aquellos que hace millones de años pisaron por donde lo hacemos hoy que la Paleobiología, o lo que es lo mismo, el estudio de los restos orgánicos que se encuentran en una excavación. Nadie tampoco mejor que Eloisa Bernáldez Sánchez, única paleontóloga en el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH) de la Junta de Andalucía, para ilustrarnos sobre ello.
Eloisa Bernáldez Sánchez nació un 21 de abril de 1959 en Sevilla en el seno de una familia de trabajadores. Le tocó ser entre sus cuatro hermanos, dos chicos y dos chicas, la bisagra de en medio. “Los Bernáldez venimos de Galicia, somos muy poquitos”. Su padre, José Bernáldez Maya, era extremeño. “Casi todos tenemos un extremeño en nuestras vidas. Me encanta esa tierra”. Fue una persona con mucha imaginación y creatividad que se reconvirtió de carpintero a hombre de negocios. Eloisa Sánchez Perea, su madre, era un ama de casa fascinada por la naturaleza y los documentales del divulgador ambiental Félix Rodríguez de la Fuente.
En la educación de Eloisa nadie fue tan importante como su abuelo materno, José Sánchez Rodríguez, una persona muy curiosa, que se hizo a sí mismo y que llegó a ser toda una personalidad. Le concedieron la primera medalla de la Ciudad de Sevilla y fundó la Academia de Policía en la ciudad hispalense. “Pasaba muchas horas con él. Su madre era inglesa, de Gibraltar, y eso quizás me dio una visión diferente de que el mundo era mucho más que Sevilla, me abrió la mente…”.
Recién cumplidos los siete años, el día que celebraba su primera comunión y durante la misma, Eloisa Bernáldez se giró hacia su madre. “Voy a ser investigadora”. Desde entonces lo tuvo claro. También aquellos que la rodeaban, como aquel vecino carnicero que le daba los huesos para practicar. Estudió Educación primaria en un colegio del Cerro del Águila y el bachiller en el Instituto Luca de Tena (Beatriz de Suabia), ambos en Sevilla. Por motivos relacionados con la economía familiar, tuvo que trabajar desde los catorce años. Hizo de todo, pero a base de esfuerzo y tesón, consiguió estudiar Biología en la Universidad de Sevilla en una de sus épocas más complicadas. “Caminaba más de veinte kilómetros para ir y volver de la Facultad porque no había dinero para el autobús. Dormía unas cuatro horas diarias y aún así sacaba las notas necesarias para ser becada y continuar con los estudios”. Además, por si fuera poco, hizo el primer curso de Filosofía y alguna que otra asignatura de cuarto de Psicología. También asistía a clases de disección en Medicina y de Derecho. “Todo lo que he hecho, aunque no sabía por qué lo hacía, al final me ha sido de gran utilidad. Siempre digo que debes entender de todo y especializarte”.
En su carrera, destaca como mayores influencias, por supuesto, tanto a su familia como a su madre. “Ella y su mundo de los bichos”. También a sus profesores. “He tenido la suerte de tener muy buenos profesores. Los recuerdo a todos”. En la carrera, Luís Gállego Castejón, catedrático de Biología Marina en Palma de Mallorca, y José Antonio Valverde, fundador de la Estación Biológica de Doñana y que la eligió como su última becaria. También en la ciencia confiesa que le encanta y ha marcado Severo Ochoa y su alumna preferida, Margarita Salas, la genética por excelencia.
La vida, tras acabar la carrera con 22 años, le cambió definitivamente cuando menos lo esperaba. A punto de marcharse a Ibiza para trabajar de camarera, llamó al Museo de Arqueología de Sevilla para entregar unos fósiles que ella misma había recogido y le propusieron clasificar los que allí se encontraban. Desde entonces, trabaja codo con codo con los arqueólogos descubriendo secretos del pasado y contribuyendo al conocimiento de nuestro patrimonio cultural y natural. Ha trabajado en la Estación Biológica de Doñana, donde hizo su tesis doctoral. Ahora continúa en el IAPH como jefe del Laboratorio de Paleobiología y como profesora asociada en la Universidad Pablo de Olavide, en el Departamento de Sistemas Físicos, Químicos y Naturales.
Respecto a su vida personal y familiar, ni marido ni hijos. “¿Crees que puedo tener tiempo?”. Considera difícil compatibilizar ser investigadora de primera línea y formar una familia o tener hijos, pero ni mucho menos lo echa en falta ya que, ahora y desde siempre, ha estado muy implicada con su familia. “Mis sobrinos son mis hijos”. En el único momento en que parece liberarse del corsé científico es sin duda cuando habla de ellos. Se le cae la baba mientras enseña orgullosa sus fotos, a la par que relata las cualidades y aptitudes de cada uno de ellos. Siente verdadera pasión por sus hermanas, María y Pepa. “Son dos fieras. Espero que algún día nos llegue el momento de sentarnos en el patio con 90 años a reírnos del pasado…” y recuerda con especial cariño a su abuela gaditana. “Gracias a ella y también a mi padre me encanta sonreír”. Se siente afortunada por tener los amigos que tiene, siempre atentos a colaborar en que desconecte del trabajo con alguna excursión.
Sin duda, si algo echa de menos Eloisa Bernáldez son las experiencias que cosechó fuera de España, tanto a nivel personal como profesional. “Echo de menos vivir en el extranjero. Yo me había preparado para vivir fuera”. Su capacidad de adaptación es evidente. “Conocer el idioma de los sitios en los que vivía casi era una obligación para mí”. Claramente se siente muy cómoda traspasando fronteras. “Tengo buen feeling con la gente. Cracovia (Polonia), por ejemplo, me llenó en todos los aspectos. Aunque también pasé momentos duros, ya que la censura de aquella época (1988) me afectaba incluso a la hora de telefonear a mis padres, pero guardo un grato recuerdo ya que incluso estuve alojada en la casa de Juan Pablo II cuando aún era obispo”. También destaca con entusiasmo su paso por Norteamérica como uno de los momentos más felices de su vida. “Echo mucho de menos la aceptación del atrevimiento por parte de los norteamericanos”. No soporta el conservadurismo y en todas sus palabras destila un interesante punto de trasgresión respecto a la sociedad española. “Los avances no se han hecho nunca con los conservadores. Si lo hubiésemos sido, seríamos todavía amebas. La evolución, el progreso e incluso hasta la involución son necesarias”.
Siempre ha sido deportista e intenta, en la medida de lo posible, seguir siéndolo. Ha practicado de todo: baloncesto, natación, tenis, tai-chi… “El andar para mí es todo. Me encanta”. Su gran pasión por el mar la llevó a hacer incluso el curso de submarinismo, aunque nunca recibió el título por ser epiléptica tras superar una meningitis. “Sueño con vivir seis meses cerca del mar y otros seis en la sierra”. De sus aficiones, la más acusada es la lectura. “Devoro ensayos. Necesito incorporar a mi conocimiento el de otras personas”. Disfruta de la música, particularmente la ópera, e incluso hizo un año de conservatorio. También la pintura, adora dibujar rostros y huesos. También el cine, con una anecdótica especialidad en cine clásico desde los años 40 a los 70, ya que junto a sus hermanos y diariamente a la salida del colegio acompañaban a su padre en alguna sesión. Todo lo relacionado con el arte, que considera una manifestación más de la creatividad, le atrapa y seduce. Respecto a un libro determinado, sus preferencias están más que marcadas. “¿Un libro? El mismo que tengo desde los 12 años. La República, de Platón, su obra completa. Siempre está en mi mesilla y me encanta, al igual que Pitágoras y el filósofo Julián Marías (Estados Unidos en escorzo)”. A pesar de sus numerosas aficiones, el tiempo libre en sí carece para ella de sentido. “¿Tiempo libre para qué? Si yo hago lo que más quiero y para eso me he esforzado. El tiempo libre lo necesita quien no trabaja en lo que ama”.
Si algo destaca en Eloisa Bernáldez es la pasión por su trabajo, por esa ciencia desconocida para el gran público que es el Patrimonio Paleobiológico pero que con tan sólo escuchar dos palabras sobre él te atrapa e impacientas buscando saber más. Su trabajo se traduce en estudiar las huellas que han dejado los seres humanos a través de los yacimientos arqueológicos a nivel microscópico, químico o genético y extraer de esa basura cómo son y se han movido. “Somos basurólogos y entendemos a los humanos desde ese punto de vista tan particular”. A partir de su tesis doctoral en Doñana sobre Bioestratinomía de macromamíferos terrestres del Suroeste de Andalucía. Inferencias ecológicas en los yacimientos arqueológicos’, es decir, cómo se forman los basureros naturales y los humanos, ha conseguido extraer un modelo matemático sobre la actividad carroñera de los jabalíes en el campo y aplicarlo en los paleobasureros humanos. Lo sorprendente es que se identifica con lo que hacemos salvo por una única diferencia: “Los animales comen lo que hay en el medio; nosotros lo hemos domesticado”. Según su estudio, los humanos tan sólo comemos catorce especies y dejamos la misma cantidad de huesos sin aprovechar que los jabalíes, aproximadamente un 10%.
Se trata de utilizar la naturaleza para entender a los humanos. En uno de sus últimos artículos, “La paleohuella ecológica”, indaga en que fisiológicamente, hasta que el ser humano no fue carroñero, nunca pudo progresar. En la médula, en el tuétano, hay un ácido llamado araquidónico que aumenta la memoria y la creatividad, y hasta que no comenzamos a ingerirlo no avanzamos, junto a la ingesta de almidón con la recolección de tubérculos, raíces, bulbos y cereales. Otro aspecto que destaca es que a todos los primates nos salen los mismos dientes al mismo tiempo, pero en la dentadura definitiva nos salen antes los colmillos, por lo que somos los más carnívoros de todos. Entre otras curiosidades, comenta que hasta hace relativamente poco, en territorio nacional se encontraban elefantes. Una huella de los humanos es que ha extinguido especies o las ha transformado. El último animal domesticado, ya en el siglo XIX, ha sido el conejo y por monjes de Francia, ya que en España, al ser una especie endémica, no era necesario, lo teníamos en el territorio. La huella ecológica que más le ha llamado la atención es la relacionada con el tamaño y la alimentación de los animales. Los humanos hemos aumentado el tamaño de las especies que nos comemos y utilizamos, mientras que las especies silvestres han ido reduciendo su talla en los últimos 8000 años. “Ha sido toda una revelación. La basura de los yacimientos arqueológicos me ha abierto una ventana de conocimiento sobre los seres humanos que nunca pensé podría alcanzar”
Para ella, junto a la falta de protección legal de los fósiles, su mayor preocupación es el futuro de los jóvenes. En ese porvenir que espera sea prometedor, destaca como una de las personas más importantes de su vida a Esteban García Viñas. “Es el mejor colaborador que puedo tener. Su capacidad investigadora y su humanidad son raras de encontrar”. Su ilusión es ayudarle a consolidar su carrera sin que tenga que pasar y superar todo lo que a ella le tocó.
Su nuevo horizonte es abrir futuro a los jóvenes paleobiólogos con la creación del Centro de las Ciencias del Pasado bajo la competencia de la Administración de Cultura de Andalucía (IAPH) y la Universidad Pablo de Olavide, donde ya dispone de un laboratorio “muy bien equipado y con buena cantera de alumnos”. Este centro, en palabras de Elosa, “convertiría la Paleobiología en Ciencias para el Patrimonio Paleobiológico, donde sería tan importante la gestión como la investigación de este patrimonio y al servicio de los organismos oficiales y del ciudadano que impulsaría la creación de empleo”.
La Paleobiología tiene el inconveniente de no ser tan conocida como debería, lo que en ocasiones termina por alejar de nuestro país a grandes talentos. Esa decisión, aunque parezca extraño, está en nuestras manos. “La Paleobiología tiene el futuro que entre todos queramos darle, ni más ni menos, pero no los paleóbiólogos, sino la sociedad en general”.
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