La intolerancia a la lactosa, según Hernández, se caracteriza por una mala absorción de la lactosa debido a una reducción o ausencia de actividad de una enzima ubicada en la mucosa intestinal, y denominada disacaridasa intestinal lactasa. “Es la encargada de hidrolizar, es decir, transformar la lactosa en glucosa y galactosa –dos tipos de azúcares- facilitando su posterior paso a la sangre”, argumenta Hernández. Su ausencia, prosigue, lleva asociada la aparición de síntomas como diarreas o gases: “Estos se deben a que la incapacidad para digerir este disacárido ocasiona su fermentación por la flora intestinal”. Pese a ello, advierte, el nivel de tolerancia es variable, por lo que el experto recomienda, siempre, un diagnóstico profesional de la cantidad de lactosa que cada persona puede tolerar: “Es posible que ciertas cantidades puedan ser toleradas o incluso, en otros casos, también consumir derivados lácteos como el yogur”.
No obstante, el investigador insiste en que el método más fiable para la detección de cualquier tipo de intolerancia alimentaria es, siempre, el diagnóstico médico por parte de un profesional sanitario: “Recientemente han proliferado una serie de test de intolerancias o de sensibilizadores que a día de hoy carecen de respaldo científico, por lo que sus resultados no son fiables”.
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