Meteoroides, meteoros y meteoritos, ¿en qué se diferencian?
¿Qué es eso que atraviesa el cielo? ¿Es un pájaro? ¿Es un avión?… No. Es un meteoro, que no un meteorito, porque lo primero es identificar correctamente cada uno de estos fenómenos. El pasado 11 de diciembre, un meteoro brillante, también denominado bólido o bola de fuego, fue visible a su paso, a gran velocidad, por los cielos de las provincias de Granada y Almería, captando la atención de los científicos y provocando la sorpresa de los ciudadanos que pudieron verlo y, lo que es más inusual, oírlo. Este fenómeno, la llegada de meteoroides a la Tierra, es más frecuente de lo que parece. La mayoría de los que atraviesan la atmósfera terrestre son partículas microscópicas. De hecho, llegan de 50 a 230 meteoroides de más de 10 gramos cada día. Aquellos que miden a partir de 50 metros de diámetro y que no se desintegran son sin embargo los que más preocupan a los científicos, ya que el impacto contra la superficie terrestre traería consecuencias devastadoras para el planeta como ya ocurrió en el pasado.
La comunidad científica lleva décadas estudiando los objetos que llegan u orbitan alrededor de la Tierra. Estos objetos externos, si superan los 100 metros de diámetro, se denominan asteroides, en tanto que si son más pequeños y tienen la posibilidad de entrar a la atmósfera, son meteoroides. El fenómeno luminoso que produce el meteoroide cuando entra en la atmósfera se denomina meteoro. Así, un bólido o bola de fuego (del inglés fireball) es un meteoro muy brillante. “El nombre de bola de fuego confunde. No arde -explica René Duffard, astrofísico y experto en estos fenómenos del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC)-. Es simplemente algo muy brillante y por eso lo asociamos con el fuego. Se trata de una mala traducción del inglés”.
Cuando el meteoroide entra en la atmósfera, ‘sobrevive’ a la entrada y ‘toca’ suelo, se denomina meteorito. Es, por tanto, la piedra que se conserva, la que estudian los científicos y la que, en ocasiones, es objeto de deseo por parte de los coleccionistas que recorren la superficie del planeta buscando estos codiciados trozos de rocas procedentes del espacio.
“Me gustaría aclarar -indica Duffard- que el término lluvia de meteoritos no es correcto. Es una lluvia de meteoroides. Las Perseidas o Lágrimas de San Lorenzo que se registran cada año cuando la Tierra atraviesa una nube de partículas minúsculas es realmente una entrada de material tan pequeño que puede que no sobreviva. En consecuencia, no queda ningún meteorito de esa lluvia. También se les dice lluvia de estrellas, a pesar de que tampoco son estrellas lo que estamos viendo. Se trata por el contrario de una lluvia de partículas. Sólo en el caso de que lo que entre tenga un tamaño a partir de diez centímetros se le domina bólido o bola de fuego”.
Cuando estas partículas minúsculas se mueven a gran velocidad, unos cinco kilómetros por segundo, producen fricción por el aire, a unos ochenta kilómetros de altura, y entran en la atmósfera. “A este fenómeno se le denomina ablación y produce mucha luz alrededor del objeto. En todos los cuerpos que entran en atmósfera se produce este fenómeno…, pero también en Marte, en Venus o en el Sol. De hecho, se ha detectado la entrada de partículas y encontrado meteoritos en la superficie de Marte”, explica Duffard.
Cuántos entran, dónde y de qué están compuestos
Se estima que la masa total que entra a la atmósfera de la Tierra es del orden de 37.000 a 78.000 toneladas por año (entre 100 y 215 toneladas por día), si bien la mayoría son partículas microscópicas. “Haciendo una extrapolación a toda el área de la Tierra, se estiman unos 18.000 a 84.000 meteoroides mayores de 10 gramos por año, es decir, entre 50 y 230 meteoroides por día. Sólo aquellos que supera el kilo no se desintegran”, añade el experto.
El 68% de los meteoritos encontrados se sitúan en la Antártida, debido a que en su superficie se localizan fácilmente. Por su parte, otro 14% de los hallazgos se producen en los desiertos del Norte de África. El 85% de ellos están compuestos de rocas que se denominan condritas ordinarias, el mismo tipo de material que ha formado el sistema solar. El 15% restante se dividen en una gran variedad de materiales: rocosos, metalo-rocosos y metálicos.
Duffard añade que uno de cada diez meteoritos que se encuentran proviene de la ruptura de lo que se denomina un objeto diferenciado. El planeta Tierra, por ejemplo, es un objeto diferenciado porque está formado por un núcleo, un manto y una corteza. Los meteoritos se pueden clasificar además según la zona de donde provengan del cuerpo original. Los procedentes del núcleo del asteroide fragmentado original están compuestos de hierro (ferroso); los de la zona de transición entre el núcleo y el manto, son los metalo-rocosos; los rocosos proceden de la parte del manto y los basálticos provienen de la corteza. “Son una gran fuente de información porque estas rocas se han formado en el origen del sistema solar y no se han alterado”, destaca Duffard.
Falsos mitos
Existen ciertos mitos en torno a los meteoritos que el investigador quiere aclarar. “Uno de los más extendidos es que el meteorito está caliente cuando es encontrado, que produce un cráter enorme, que está todo quemado… A pesar de que durante el proceso se calienta mucho, más de 1.000 grados de temperatura en la atmósfera, sólo se calienta una capa muy fina del meteoroide y cuando llegan a la Tierra, se enfría rápidamente mientras cae. A 25 o 30 kilómetros de distancia de la superficie, la temperatura es muy baja, de modo que cuando llega al suelo, ya está frío”, explica el investigador.
El cine ha motivado algunos de estos mitos como el de que “todo cae en Nueva York”, bromea Duffard. “Si uno compara el área de las ciudades con el área total de la Tierra la probabilidad de que caiga un objeto dañino en el mar es muy superior”, aclara. Y añade, “como es lógico, no hay un lugar que registre más caídas que en otro. Entran en cualquier parte de la superficie terrestre e indistintamente de día o de noche”.
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