20 de julio de 2016

Érase una vez… el cuerpo humano

Fotografía ilustrativa de la noticia

A finales de los 80, principios de los 90, se asomaba a la pequeña pantalla una serie de dibujos animados que mostraba, de forma divertida, didáctica y divulgativa, el funcionamiento del cuerpo humano. Los niños de la época, y muchos adultos, recordarán las aventuras de Pedro, el Maestro, Flor, Pedrito, El Gordo… y los malos, dos individuos de grandes narices, eternamente rojas, altos y grandotes, uno, pequeño y pelirrojo, el otro.

De la mano de estos personajes, el espectador se introducía, metafórica y realmente, en el interior del corazón, el cerebro, los pulmones o el hígado, y conocía los mecanismos de funcionamiento del torrente sanguíneo, la digestión o la respiración.

También el sistema inmunológico merecía un capítulo. En él, los glóbulos blancos aprenden desde pequeños, en una escuela especializada, la misión más importante de sus vidas: reconocer a los posibles enemigos y combatirlos. Conocen el timo, el órgano donde se forman las defensas del cuerpo; identifican a las células buenas mediante un carné de identidad genético; y alucinan con su propia capacidad para desdoblarse mediante mitosis, cuando son insuficientes para luchar contra el invasor.

Además, los linfocitos B viajan en naves espaciales desde donde sueltan al cuerpo de paracaidistas o anticuerpos; los fagocitos son aspiradoras que absorben lo que encuentran a su paso; y los macrófagos se parecen a los ‘tragabolas’: una gran boca articulada que, además de virus y bacterias, engulle polvo, suciedad y cualquier partícula tóxica que se ponga a su alcance.

En definitiva, la serie presenta al sistema inmunológico como lo que es: un gran ejército de soldados-célula, siempre atento y dispuesto a intervenir ante la intromisión de elementos extraños. Y con un lema: vigilancia, información y coordinación.


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