El diagnóstico de la alergia se realiza a través de diversos procedimientos y pruebas. La primera de ellas es la anamnesis, es decir, la entrevista médico-paciente en la que se recopilan datos sobre el historial clínico, hábitos de vida y antecedentes familiares para establecer el diagnóstico.

A ella le siguen los test in vivo, de los que existen tres variantes. El primero de ellos es el prick test o pápulas “Son las tradicionales pruebas cutáneas que se realizan en los antebrazos con el objetivo de identificar la sustancia que desencadena la respuesta alérgica. Se caracterizan porque son muy informativas”, matiza el experto. Este método consiste en introducir en la piel, ya sea en la espalda o en el brazo, pequeñas cantidades de diferentes alérgenos. La intensidad de la reacción determina la causa de la alergia y su magnitud.

Otra prueba in vivo cutánea son los parches o patch test, especialmente indicados para identificar las sustancias que ocasionan las dermatitis alérgicas. Con sólo colocar un disco con alérgeno en la espalda del paciente, se puede detectar, por ejemplo los eccemas causados por maquillaje o las alergias por joyas y diversos metales.

La tercera variante la constituye las llamadas pruebas de provocación con alérgenos en las que, según el científico, la persona se expone directamente a la sustancia reactiva. Ésta se administra, de forma controlada, por vía oral, nasal, conjuntival, es decir, en los ojos, o bronquial, más habitual para el diagnóstico del asma.

El último nivel está integrado por las pruebas de laboratorio, más especializadas que las anteriores. “El diagnóstico in vitro es cada vez más potente y preciso. Con sólo una pequeña muestra de sangre del paciente se cuantifica, por ejemplo, el nivel de anticuerpos de alergia o inmunoglobulinas tipo E. Una de las técnicas más novedosas, en esta categoría, es el ‘allergochip’, un método con el que se puede detectar, de forma simultánea, un amplio panel de alérgenos”, comenta el investigador.