«El árbol debe adoptar un lugar central en las ciudades ante el cambio climático»
“Son fundamentales en el ciclo hídrico, asiento de biodiversidad, generan oxígeno, retienen nutrientes y secuestran carbono… ¿qué más se le puede pedir a un bosque y todo gratis?” Con esta broma, resume las funciones de las masas forestales, el catedrático de Ecología de la Universidad de Sevilla, Enrique Figueroa.
Los árboles aportan servicios esenciales, sociales, económicos, ambientales e incluso culturales, y contribuyen a la seguridad alimentaria, agua y aire limpios y a la protección del suelo. Están presentes en grandes masas, en la selva, por ejemplo, pero también forman parte de los paisajes urbanos y en todos los escenarios desempeñan esas funciones beneficiosas.
Por un lado, retienen agua y suelo. Un aspecto importante para evitar inundaciones. “La destrucción de los árboles de ribera hace que el agua se desplace de forma salvaje”, apunta Figueroa y destaca también, la importancia de la vegetación en la retención de nutrientes del terreno y como refugio de especies.
El catedrático resalta también la utilidad de los bosques como fuente de medicamentos. “Los árboles son farmacias. Pensemos en que la diversidad biológica de una selva ecuatorial es la más grande del planeta. Allí está escrito el libro de la vida, que ha ofrecido soluciones medioambientales a muchos problemas, como la obtención de componentes naturales para medicamentos”, apunta Figueroa.
El catedrático huye de concebir los bosques sólo con mentalidad utilitarista, basada en los recursos económicos que se pueden obtener de ellos. Sin embargo, destaca su funcionalidad ambiental en un escenario de cambio climático, donde los árboles se convierten en sumideros de carbono, es decir, depósitos naturales que absorben el carbono de la atmósfera y contribuye a reducir la cantidad de CO2 del aire. “El 40% de la biomasa de un árbol es carbono, que retiene a través de la fotosíntesis. Lo absorben, lo almacenan y devuelven oxígeno”, explica.
La capacidad de captura de gases con efecto invernadero queda patente con un ejemplo. “Un pinar como el de Cartaya, que tiene 12.000 hectáreas retiene 40 toneladas de carbono al año. Es una muestra la potencialidad de estas masas forestales como secuestradoras de carbono, sumideros vivos y activos”, subraya.
El árbol urbano
Figueroa destaca la variedad de los bosques andaluces conformados por encinares, alcornocales, abetos, pinsapares, fagáceas y grandes pinares, pero más allá de las masas forestales, no olvida aquellas especies presentes en las ciudades y cómo planificar las zonas verdes para configurar una nueva concepción frente al escenario de temperaturas elevadas que perfila el cambio climático.
Figueroa enumera algunas estrategias para estas “ciudades verdes” que incorporan lo tradicional a lo innovador. “Apuesto por introducir en la construcción de urbanizaciones, parques y calles la absorción de dióxido de como una variable cuantificable e incentivable”, aconseja.
Por otra parte, apunta dispositivos como los muros vegetales integrados. “Suponen un ahorro de energía, ya que el microclima que generan estas estructuras abarata costes”, explica. En este sentido trabajan también las azoteas aljibes, donde se incorporan plantas a los tejados para refrigerar todo el edificio.
Es lo que Figueroa denomina “la vuelta al agua y al verde”, a la máxima que ya pusieron en práctica los árabes y que podría actuar incluso como reclamo turístico. “El árbol debe adoptar un papel primordial en nueva concepción de ciudades verdes ante un escenario de cambio climático como el actual que nos lleva a un aumento de la temperatura”, enfatiza.
Un papel al que las culturas antiguas siempre encumbraron a los árboles. “El culto al bosque de las civilizaciones que nos antecedieron es tremendo. Siempre ocupó un lugar simbólico que hoy hemos perdido totalmente y que a veces recordamos al ver películas como Avatar o El señor de los Anillos”, concluye.
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