Es difícil vaticinar el impacto que sobre la salud mental de una buena parte de la población va a generar la todavía persistente crisis. Considerando que dos de los principales factores de riesgo asociados a la depresión son la pérdida del puesto trabajo y, consecuentemente, el empeoramiento de la situación económica (hasta sobrepasar, en un buen número de casos, el umbral de pobreza), no es de extrañar que el número de personas afectadas por esta enfermedad mental haya aumentado desproporcionadamente en los últimos años. Las cifras son abrumadoras: alrededor de 350 millones de personas en todo el mundo están afectadas de este trastorno mental; en nuestro país, tres millones de españoles lo padecen, generando unos costes (directos e indirectos) de más de 3500 euros por persona y año.
Ante este panorama se vislumbran necesarios programas de prevención y propuestas de nuevos tratamientos que, bien por sí solos, o junto a la farmacología ya existente, puedan paliar el impacto social de esta enfermedad. En este sentido, el ejercicio físico es una alternativa terapéutica bien constatada, pues un buen número de estudios han verificado efectos positivos sobre la sintomatología depresiva. Aunque hasta el momento sólo se han conseguido efectos moderados y no superiores a los que pueden ejercer otro tipo de tratamientos (farmacológicos, psicoterapia), existen diferentes razones por las que considerar al ejercicio físico como una opción de peso en el tratamiento frente a la depresión. A su bajo coste se le suma una buena serie de beneficios sobre el organismo que redundan en la salud mental del practicante. Por ejemplo, la mejora de la fuerza muscular y de la resistencia cardiorrespiratoria permiten afrontar con garantías tareas cotidianas antes evitadas o imposibles de realizar; al mismo tiempo, los cambios en la composición corporal (por lo general, disminución de peso y aumento de la masa muscular) y la mayor disposición de energía confieren una mayor autoestima a la persona, afianzando hábitos de vida activa y contrarrestando así parte de la sintomatología depresiva. Al mismo tiempo, la práctica de ejercicio físico mejora, en general, y de forma significativa, la función cerebral. En este sentido, recientes estudios han demostrado importantes efectos sobre las funciones ejecutivas, entre las que se encuentran la flexibilidad mental, el control inhibitorio y la memoria de trabajo, todas ellas disminuidas notablemente en personas con depresión.
Estados de ánimo
Pero, sin duda, uno de los principales efectos del ejercicio físico es el cambio en el estado de ánimo de aquel que lo practica. De carácter transitorio, la práctica de ejercicio físico produce la liberación al torrente circulatorio de diferentes neurotransmisores, entre los que destacan la serotonina, la dopamina y la norepinefrina, aumentando su concentración sanguínea, especialmente en la circulación cerebral. Estos neurotransmisores, que actúan sobre receptores específicos en el sistema límbico, inducen unos efectos de carácter ansiolítico difícilmente reproducibles con otros tratamientos. Además, y ya considerando un efecto a medio plazo, se consiguen adaptaciones que implican la regulación de la actividad del eje hipotálamo-hipofisiario-adrenal, limitando de este modo las respuestas desmedidas de cortisol, la principal hormona de estrés, y reduciendo, de forma estable, sus niveles circulantes.
Es por ello que, con miras a asegurar una adecuada salud mental, la participación en programas de ejercicio físico dirigidos por profesionales cualificados sea una estrategia preventiva clave frente a los trastornos del estado ánimo. Programas individualizados y adaptados a las necesidades de cada persona o paciente que supongan, además, buenas experiencias con las que construir sólidas creencias y expectativas en la capacidad terapéutica del ejercicio físico, son alternativas firmes a los tratamientos estandarizados.
Los retos en investigación son claros: conseguir definir con exactitud la relación dosis-respuesta y la efectividad del tratamiento basado en ejercicio físico aplicado bien de forma aislada bien como complemento a otros tratamientos, y focalizar este tipo de intervenciones en poblaciones cuya futura salud mental está en riesgo, como es el caso de los niños y jóvenes.
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