Somos más de 7.200 millones de personas viviendo y dependiendo de los recursos de la Tierra. Que nuestra presencia está cambiando las características, e incluso las reglas, de la Biosfera es más que evidente. La comunidad científica es testigo directo de ello y debe ser uno de los catalizadores que consiga revertir esta tendencia. Pero para catapultar el cambio de paradigma, la ciencia debe apoyarse en la divulgación y la comunicación científica. Sólo así se conseguirá un desarrollo social impulsado por la población, consciente de los problemas que genera su propia existencia.
Actualmente un gran número de ecosistemas y especies se encuentran ante el abismo de la desaparición o extinción. Los enemigos son múltiples: sobrepesca, deforestación, calentamiento global, enfermedades, contaminación, especies invasoras y un largo etcétera. El primer impulso de la comunidad científica y los naturalistas fue conservar aquellos lugares que consideraban santuarios de la biodiversidad, excluyendo de ellos cualquier actividad humana. Sin embargo, después se demostró que las cuentas no estaban bien hechas. Por ejemplo, está comprobado que la gestión de los montes mediterráneos no puede prescindir de un cierto grado de pastoreo. Es en este marco donde nace el concepto de sostenibilidad. Tres pilares lo definen: protección del medio ambiente, desarrollo económico y bienestar social. Una solución bastante compleja, pero necesaria si queremos llegar a los objetivos de la conservación biológica.
Aquí entra en escena la divulgación y comunicación científica. Y es que, para que la sociedad entienda y acepte los objetivos de la sostenibilidad, debemos explicarles por qué hay que conservar y en qué les puede beneficiar esa conservación. Si no acatamos esta tarea, si la ciencia no hace porque se le entienda, podemos asegurar que la sostenibilidad será más inalcanzable.
Esta necesaria relación entre la divulgación y la ciencia la podemos encontrar en muchos ejemplos. Uno de ellos es el calentamiento global, quizás el problema ecológico más grave al que se enfrenta la humanidad. La ciencia debe usar el altavoz de la divulgación para hacer frente a las corrientes negacionistas y activar los sectores que se mantienen impasibles. Que la población entienda qué es el calentamiento global, significa que se está sembrando el germen para un cambio social que exija la implantación de las políticas adecuadas.
La conservación de las especies y los ecosistemas donde viven también necesita de divulgación. ¿Cómo explicar la inversión de dinero para salvar de la extinción al lince ibérico? En los tiempos de crisis económica a los que nos enfrentamos, la ciencia debe ser capaz de explicar la necesidad de estos proyectos. Para los biólogos, entre los que me incluyo, son evidentes los beneficios de la biodiversidad. Pero ¿lo son para la sociedad? Debemos ser capaces de explicar, por ejemplo, que la biodiversidad es la clave para el desarrollo de nuevos fármacos o que la presencia de un depredador en un ecosistema nos permitirá controlar algunos tipos de plagas.
Finalmente, otro ejemplo que podemos mencionar son las especies invasoras, segunda causa de extinciones. Se trata realmente de un problema tanto ecológico como social. Explicar bien cuál es la realidad de este fenómeno nos ayudará a responder preguntas como por qué debemos erradicar las especies invasoras allí donde generan problemas. Además, conseguir que los grupos afectados, por ejemplo los apicultores frente a la avispa asiática, entiendan el problema, facilitará su solución.
La divulgación científica debe saber responder a estas preguntas que la sociedad, con legitimidad, puede plantearle a la ciencia. Y no se trata de una idea novedosa. En el año 1962, la bióloga Rachel Carson publicó el libro Primavera silenciosa, obra que puso en entredicho el uso de pesticidas como el DDT y que facilitó el debate social hacia un uso menos irresponsable. En este caso, la ciencia se valió de la comunicación para cambiar la sociedad.
Ángel Luis León Panal
Presidente de la Asociación Cultural de Divulgación Científica Drosophila.
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