A propósito del 25 aniversario del Parque Nacional de Doñana, y sabiendo de mi amistad con José Antonio Valverde, el diario El País me pidió una entrevista con el profesor, para que éste relatara, en primerísima persona, las peripecias que llevaron a la creación de este espacio protegido. Querían un texto alejado de consideraciones científicas y pegado, sobre todo, a la parte más costumbrista de aquella aventura. Querían saber cómo se las ingenió Tono, como cariñosamente le llamábamos los más cercanos, para organizar, en pleno franquismo, la operación diplomática que evitó la desaparición de las marismas del Guadalquivir.
Dicho y hecho. Fueron, como casi siempre que acudí a entrevistarlo, unas cuantas tardes en su casa, él, como acostumbraba, con la pierna apoyada en la mesa desgranando recuerdos, y yo escuchando embelesado. Grabé alrededor de 8 horas de conversación para terminar escribiendo una sola página, y Tono, sospecho que para compensarme por el exceso verbal al que me había sometido, me regaló Los duelistas, de Joseph Conrad, en edición de bolsillo.
Esta es la entrevista tal y como se publicó en El País el 16 de octubre de 1994:
25 aniversario del Parque Nacional
MEMORIAS DE DOÑANA
El descubrimiento de las marismas del Guadalquivir en los recuerdos de José Antonio Valverde
Desde la lejana Valladolid, y a comienzos de los años 50, Doñana, las marismas del Guadalquivir, debían antojársele a José Antonio Valverde como un idílico edén, plagado de aves y otros animales, y apenas explorado por la ciencia. Los relatos de ornitólogos ingleses como Saunders o Lilford, que a finales del siglo XIX se aventuraron en estos extensos territorios, eran una escasa aunque sugestiva referencia de lo que estas zonas húmedas reservaban a los naturalistas que se decidieran a visitarlas.
Valverde, joven apasionado por la ornitología, autodidacta formado en los páramos y lagunas vallisoletanas y en la biblioteca municipal de su ciudad natal, había encontrando en Francisco Bernis, por aquellos años catedrático de ciencias naturales en un instituto de Lugo y pionero en el estudio de las aves, al maestro que resolvía sus múltiples dudas. De la intensa relación epistolar que mantuvieron durante algunos años nació una sólida amistad, así es que cuando Bernis recibió ayuda de una fundación gallega para visitar Doñana no dudó en pedir a Valverde que lo acompañara.
Corría el año 1952 cuando José Antonio Valverde pisaba por primera vez Doñana, “un rincón absolutamente perdido” como recuerda hoy. “Solamente”, continua, “existía carretera hasta Almonte, y a partir de ahí era necesario adentrarse por caminos de arena, que una vez al año recorría una procesión ridículamente pequeña, la del Rocío”.
Doñana, las marismas del Guadalquivir, eran entonces un conglomerado de grandes fincas vinculadas a cazadores de Jerez. Visitar lo que más tarde sería la Reserva Biológica, germen a su vez del Parque Nacional, exigía viajar hasta Sanlúcar de Barrameda, cruzar el Guadalquivir y recorrer en mula unos cuantos kilómetros hasta alcanzar el Palacio, una vieja construcción del siglo XVII, obra de los duques de Medina Sidonia, y base de operaciones de los propietarios del coto. Uno de ellos, Mauricio González, bodeguero jerezano y aficionado a la ornitología, sería el anfitrión de Bernis y Valverde (con los que más tarde fundaría la Sociedad Española de Ornitología, SEO, que celebra este año su 40 aniversario).
La riqueza faunística del coto deslumbra a los dos naturalistas que, a partir de ese año, 1952, deciden visitar Doñana todas las primaveras, comenzando a anillar aves a partir de 1953, gracias al instrumental que les facilita la Sociedad de Ciencias Aranzadi, de San Sebastián. Para Valverde “ésta fue la primera actividad científica regular que se desarrolló en Doñana”, en condiciones ciertamente difíciles: “Nos alojábamos en el Palacio e íbamos andando hasta la Algaida, en donde se encontraba la colonia de garzas. Mauricio González se hacía cargo de la manutención, enviándonos una mula, a la que bautizamos <La Pelegrina>, cargada de unos potajes sensacionales, y dejándonos la llave de su armario de botellas para que no nos faltara un buen fino o un oloroso”.
De vez en cuando no había más remedio que encaminarse a la aldea de El Rocío o al lejano Almonte para hacerse con provisiones. Un viaje largo y costoso como ilustra una de las anécdotas que vivió Valverde en alguno de estos retiros primaverales: “En cierta ocasión una de mis hermanas me escribió una carta en la que me pedía que le enviara 300 pesetas. La carta llegó a Almonte y desde allí un vecino a caballo me la trajo hasta Palacio. Empleó una jornada completa y me cobró por el servicio 500 pesetas, que era el precio de jinete y caballería”.
A pesar de que las comunicaciones no eran fáciles, la nutrida colonia de aves era visitada sistemáticamente por los almonteños para expoliar los nidos, haciéndose con centenares de huevos de garza y crías de martinete, recursos alimenticios nada desdeñables en un medio en donde éstos escaseaban. Coleccionistas privados y expediciones de museos de todo el continente habían causado verdaderos estragos entre 1870 y 1900, y aún seguían apareciendo por la zona con cierta frecuencia.
Aconsejado por Bernis y Valverde, Mauricio González decide contratar a un guarda que durante el verano impida las visitas a la colonia. Menegildo, que así se llamaba, personificó, en opinión de Valverde, “la primera actividad de conservación científica que se llevaba a cabo en España. Nunca hasta entonces se había pagado a un guarda para que protegiera a unas especies tan sólo por su interés científico”.
Los estudios sobre los ecosistemas marismeños le valieron a José Antonio Valverde una beca de la Universidad de Toulouse, con la que a mediados de los años 50 viaja al Instituto Biológico de la Tour du Valet, en la camarga francesa. Lucas Hoffmann, propietario de la multinacional farmacéutica Roche, es el mecenas de este centro de investigación, y años más tarde habría de convertirse en uno de los personajes clave en la campaña internacional para preservar Doñana.
Pero aún habrían de entrar en escena personajes no menos importantes que Hoffmann. En 1957 una expedición inglesa visita Doñana, y Valverde hace las veces de guía. Entre otros recorren la marisma Julian Huxley, más tarde primer director de la UNESCO, Lord Alambrooke, general jefe del Alto Estado Mayor inglés durante la II Guerra Mundial, y Max Nicholson, responsable de los convoyes de aprovisionamiento durante la contienda y reciente fundador de la Nature Conservancy, una sociedad naturalista que acabaría convirtiéndose, por obra y gracia de Doñana, en el Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza (WWF).
La chispa que habría de desatar la compleja operación que acabaría en 1969 con la declaración de Doñana como Parque Nacional salta en Almería. Allí se encuentra Valverde desde 1957, ocupando eventualmente una plaza de colaborador científico en un instituto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y allí recibe la visita del propietario de una de las grandes fincas de la marisma, “aterrado porque el Ministerio de Agricultura pretendía desecar y poner en cultivo todas estas zonas húmedas”.
La amenaza no era nueva, proyectos para introducir ganado cabrío, instalar un campo de maniobras militares, plantar caucho o repoblar con eucaliptos se habían barajado en más de una ocasión. Valverde no se lo piensa: “Sabía lo que tenía que hacer. Decidí que había que intentar comprar la finca que a mi entender era más valiosa y estaba más amenazada, Las Nuevas, y cuyo coste yo calculaba en unos 8 millones de pesetas”.
Después de pedir permiso al CSIC para llevar a cabo la operación, Valverde se dirige a ornitólogos y naturalistas de toda Europa solicitándoles ayuda económica. Hoffmann aporta las primeras 500.000 pesetas y una lista de posibles donantes a los que dirigirse, pero mientras las adhesiones se multiplican por todo el continente el dinero llega con cuentagotas. Nicholson, “un judío especialmente dotado para este tipo de empresas”, decide finalmente crear un organismo específicamente dedicado a recaudar fondos y así nace el WWF en 1961, cuya presidencia ocupa el príncipe Bernardo de Holanda.
En 1963 el WWF ha reunido 21 millones de pesetas (la finca terminó siendo valorada en 24 millones), pero una sustanciosa oferta de Leo Biaggi, conocido como el rey del azúcar, hace que Las Nuevas vayan a parar a manos de este cazador italiano. Valverde se ve obligado a cambiar de frente y decide adquirir entonces parte del coto de Doñana. A estas alturas de la operación, el príncipe Bernardo de Holanda negocia directamente con el Caudillo y logra que el Estado español se interese por el proyecto y aporte otros 16 millones de pesetas. Valverde considera que todo este revuelo de personalidades e instituciones extranjeras “le vino bien al régimen franquista, deseoso de romper por algún sitio el aislamiento que sufría”.
Los 37 millones que finalmente se han conseguido sirven para comprar las primeras 6.700 hectáreas del coto, cedidas al CSIC para la instalación de una Reserva Biológica que pasa a dirigir Valverde.
La ofensiva de los naturalistas de toda Europa, agrupados en torno al WWF y la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), no cesa hasta que agosto de 1969 el Consejo de Ministros aprueba la creación del Parque Nacional de Doñana, con una extensión inicial de 35.000 hectáreas. El Decreto aparece fechado el 16 de octubre, hace justamente 25 años, y Valverde ocupa también la dirección del nuevo espacio protegido.
A partir de entonces, Doñana entra en el intrincado mundo de la política y la burocracia, librándose otras batallas para lograr la ampliación de sus límites o impedir la construcción de una carretera que, recorriendo su franja litoral, uniría Huelva y Cádiz. Aunque José Antonio Valverde se queja amargamente de que “hoy Doñana esté en manos de los políticos”, se siente orgulloso de haber capitaneado una de las mayores campañas mundiales en defensa de un espacio natural: “Toda una generación de investigadores españoles han nacido al calor de Doñana, siguiendo mi escuela ecológica, y, lo que es más importante, todavía cuando contemplo la marisma pienso que si no hubiera actuado ahora estaría seca”.
Naturalista de alpargata
José Antonio Valverde pertenece a esa clase de naturalistas que su amigo Bernis bautizó en cierta ocasión como “de alpargata y bicicleta”, para diferenciarlos de aquellos otros que escribían sesudos tratados, sin pisar apenas el campo, o “banales catálogos de salón”.
Nació un 21 de marzo de 1926 en Valladolid, y ya en su juventud se aficionó por el estudio de las aves que poblaban las tierras castellanas. Con 26 años acompañó a Bernis en su primera visita a Doñana, y tres años después, aún sin haber finalizado sus estudios de Biología, viajó por Marruecos y el Sahara español. “Nadie antes había metido la nariz ecológica en el desierto”, afirma, y lo cierto es que su estudio sobre las aves de estos territorios africanos tuvo una sorprendente repercusión en la comunidad científica europea.
Aún le quedó tiempo, en 1958, para describir un reptil desconocido hasta la fecha. La Algyroides marchi, o lagartija de Valverde, es un endemismo que sólo es posible encontrar en las sierra de Cazorla y Segura (Jaén) y en la de Alcaraz (Albacete).
Fue becario en Francia e Inglaterra, “experiencias que más tarde serían fundamentales para organizar el modelo de la Estación Biológica de Doñana”, y en 1971 fundó el Centro de Rescate de la Fauna Sahariana, en la Alcazaba de Almería, bajo la tutela del Instituto de Aclimatación del CSIC.
Fundador y presidente de la Sociedad Española de Ornitología, ha sido miembro de la Comisión de Ecología y del Comité Directivo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, del Comité de Conservación del Programa Biológico Internacional, de la Junta Rectora de ADENA y asesor ecológico de la Presidencia y de la División de Ciencias del CSIC. Condecorado en España y otros países europeos, Valverde es, desde 1987, hijo predilecto de Andalucía.
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