11 de junio de 2019

Desentrañando la violencia machista desde la ciencia

Fotografía ilustrativa de la noticia

Autoría: Juan García Orta / Fundación Descubre.

Asesoría científica: Inmaculada Valor Segura, María Luisa de la Flor Fernández, Cristina Cuenca Piqueras, Octavio Salazar Benítez, Emilia Moreno Sánchez, y María Lucena Pérez.

El creciente apoyo a movilizaciones como el ‘8 de marzo’ evidencian el auge de la lucha social en favor de la igualdad de género, si bien aún se está lejos de cumplir con una de sus consignas: “Ni una menos”. Desde el entorno de la investigación hay multitud de líneas abiertas para intentar entender y poner freno a esta agresión histórica hacia las mujeres.

Un total de 1.005 mujeres han sido victimas mortales desde 2003, según datos de la Secretaría de Estado de Igualdad.

La violencia de género es el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Así define la legislación española uno de los fenómenos que mayor espacio ocupan dentro del debate público. Una realidad compleja que persiste en el día a día y, en su forma extrema, siega la vida de las personas. En total, 1.002 mujeres han sido victimas mortales desde 2003, según datos de la Secretaría de Estado de Igualdad. De ellas, 27 en lo que va de año.

Las causas que se encuentran tras cada caso pueden diferir, pero se dan elementos que son comunes. La discriminación se produce por razón de sexo y está asociada a una conducta agresiva. No solo tiene lugar en el seno de una relación. No solo es física. El acoso, el control o el aislamiento son otras caras de la misma moneda. Por prevalencia e intensidad, las mujeres son quienes sufren sobre todo estos modos de violencia.

A la par que el movimiento feminista, el interés de la ciencia por abordar esta situación ha ido ganando fuerza en los últimos años. El informe ‘El estado de la cuestión en el estudio de la violencia de género’ habla de una eclosión de trabajos en España, cuyo foco se centra en entender cuál es su origen, en qué situación se encuentra, cómo son sus actores y cuál es el proceso que sigue.

Inmaculada Valor, profesora del Departamento de Psicología Social de la Universidad de Granada, defiende la labor científica por ser “el motor principal” para erradicar esta forma de machismo. “Dada la complejidad, para que las estrategias de prevención sean efectivas es necesario conocer los factores que aumentan el riesgo y la tolerancia hacia la violencia contra la mujer”, señala en declaraciones a iDescubre.

De izquierda a derecha y de arriba a abajo, Inmaculada Valor Segura, María Luisa de la Flor Fernández, Cristina Cuenca Piqueras, Emilia Moreno Sánchez, Octavio Salazar Benítez y María Lucena Pérez.

Su trabajo se centra en analizar las variables legitimadoras del ‘status quo’ (sexismo, los códigos del honor…) y de factores interpersonales, como la dependencia hacia la pareja. “En la mayoría de las sociedades siguen vigentes vestigios de ciertas ideologías que perpetúan las desigualdades de género”, afirma la científica, que ve cómo estas formas de pensar que se adquieren en el proceso de socialización “generan expectativas de lo que resulta ‘adecuado’, entre comillas, para hombres y para mujeres”.

Uno de los enfoques que analiza es el conocido como “sexismo ambivalente”. Éste combina una actitud hostil hacia las mujeres como grupo, pero al mismo tiempo mantiene creencias benévolas hacia ellas, como la protección o el cuidado, de modo que fomenta la dependencia entre sexos. Un sustrato que se mantiene vivo en los roles tradicionales de género, provocando que, incluso entre parejas jóvenes, se perciban “las conductas de control como muestras de amor y preocupación más que como una forma de violencia”, apunta.

Víctimas y trabajo

La independencia económica es un factor crucial en situaciones de violencia de género y, con ella, el desarrollo profesional. A este ámbito se dedica María Luisa de la Flor, profesora y directora de la Unidad de Igualdad de la Universidad de Cádiz. “Estudiamos cómo se adaptan las instituciones del trabajo, como la Seguridad Social, a la víctima y sus circunstancias, para hacer conciliable el empleo con su protección integral”, señala esta experta en Derecho Laboral.

En su opinión, la legislación española fue un referente en Europa y sigue siendo una de las más avanzadas en este ámbito. En ella se encuentran mecanismos de ayuda como la reducción o readaptación de la jornada, la movilidad geográfica, la suspensión del contrato o el derecho a la renta activa de inserción, si se carece de empleo. “Hay mecanismos para romper esa cadena que une víctima con agresor, como es la dependencia económica”, apunta, si bien desde su bagaje considera que “aún se puede avanzar en ciertos aspectos, como el papel de la negociación colectiva, ya que no son derechos de carácter absoluto”.

Desde un prisma distinto, pero en el mismo contexto, desarrolla su investigación Cristina Cuenca, profesora del área de Sociología de la Universidad de Almería. Su especialidad es el acoso sexual en el trabajo, una cuestión muy vinculada a la precariedad en el empleo y que, apunta, carece de visibilidad social. “En nuestras investigaciones cualitativas se ve que el acoso, cuando es físico, se detecta rápido, pero persisten las dudas cuando se tratan de comentarios, pedir citas de manera repetida, observaciones sobre la forma de vestir o actuar… que son entendidas como un comportamiento desagradable cuando, si son continuados, se trata de algo más”, afirma.

Otro de sus campos de estudio es el acoso por internet, desde el ‘grooming’ (el chantaje y engaño a menores con fines sexuales) hasta el ‘sexting’ (envío de mensajes eróticos o pornográficos). “Estamos viendo cómo las generaciones jóvenes sufren más ciberacoso por una mayor exposición a la tecnología, con fórmulas de control que van desde seguir a la pareja a través del GPS de su móvil hasta amenazarla con publicar imágenes íntimas en la red a modo de venganza”, señala Cuenca.

En este sentido, añade, gracias al movimiento feminista y a los casos que han aparecido en los medios de comunicación “las mujeres jóvenes son cada vez más conscientes del acoso, es más visible, pero también existe más miedo, sobre todo en la calle”. Para analizar esto ha iniciado una colaboración con María José González, investigadora también del mismo departamento de la Universidad de Almería. La educación en la cultura de la no violación es, afirma, clave para cambiar esta realidad.

Educar en perspectiva de género

A Emilia Moreno le gusta hablar de “los buenos tratos” como fórmula de educar en igualdad y contra la violencia de género. Profesora del Departamento de Pedagogía de la Universidad de Huelva, es muy activa en la formación extracurricular de los futuros docentes. “Nuestros estudiantes deben salir con herramientas, sensibilidad y bagaje para abordar temas que son lacras sociales, sobre todo desde la infancia, y ser capaces de usar recursos como los cuentos tradicionales para educar con espíritu crítico”, afirma la investigadora.

Desde el punto de vista científico, su trabajo pasa por analizar cómo se construye el relato de la violencia machista en la mente infantil. En particular, en niñas y niños que están en la etapa de Educación Primaria, donde empiezan a asumir el concepto y los roles de género. Sus resultados apuntan a que con esta edad (de 6 a 12 años) ya se identifica ser mujer como factor de riesgo para recibir agresiones y que las relaciones entre sexos siguen patrones androcéntricos, donde los niños se muestran más agresivos y las niñas buscan eludir el conflicto antes que buscar una solución dialogada.

Los datos indican que las generaciones jóvenes sufren más ciberacoso por una mayor exposición a la tecnología.

Un defensor de la educación con visión de género es Octavio Salazar, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba y divulgador del feminismo y las masculinidades igualitarias. Sobre ello, considera que “tenemos la responsabilidad social de dar a conocer nuestras investigaciones, traducir los avances al lenguaje no científico para influir en el cambio social y, en temas como este, hay que empezar sensibilizando en los colegios”.

Esta labor educativa la traslada también al ámbito profesional. Una de sus líneas de trabajo se centra en analizar cómo se lleva a la práctica la perspectiva de género en el ámbito jurídico. “Las leyes reconocen la igualdad, pero luego ves que la gran mayoría de sentencias en temas de violencia, o en otras cuestiones, tendrían una resolución distinta si los jueces hubieran tenido esa visión de género”, afirma. Por ello, defiende que los operadores jurídicos se formen dentro y fuera de la Universidad con perspectiva de género: “No es una cosa puntual, no se soluciona con una jornada, debe ser algo permanente si queremos darle la vuelta a un ordenamiento que es deudor del patriarcado”.

Machismo en la ciencia

El mundo de la investigación no es ajeno a los fenómenos que se desarrollan dentro de la sociedad y la violencia de género no es una excepción. Un editorial publicado en la revista Science denunciaba que más de la mitad de las mujeres del mundo académico han sufrido algún tipo de acoso. El movimiento #MeToo que surge en el cine se trasladó también a la ciencia, para denunciar una realidad vigente. Un estudio en PLoS ONE daba algunas cifras: el 64% de las científicas aseguraban haber sufrido acoso, cifra que se eleva el 71% en el contexto de trabajos de campo.

En España no existen muchos datos sobre esta cuestión en particular, si bien están surgiendo iniciativas que buscan generar un entorno más igualitario. En el caso del CSIC de Andalucía toman forma de voluntariado, como el que desarrollan Elena Gómez Díaz en el Instituto ‘López Neyra’, Gloria Brea el en Centro Andaluz de Biología del Desarrollo (CABD) o María Lucena y Miguel Jacome en la Estación Biológica de Doñana. Los cuatro firmaron un artículo el pasado año para reivindicar una mayor acción en este sentido.

Su labor se ha desarrollado desde las unidades de igualdad, desde donde apuestan por construir entornos más igualitarios y que integren las circunstancias de las mujeres, con medidas como salas de lactancia o guarderías en el centro de trabajo. También trabajan por hacer visible la situación que sufren las mujeres y dotarse de herramientas y de formación que, como complemento a los planes de acoso, sirvan para atender y atajar este problema.


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