El periodismo ambiental: un aprendizaje forzoso
Autoría: Erika López.
Abril de 1998 fue un mes que no pasó desapercibido en el calendario en los ámbitos social, político y económico y ello tuvo un reflejo en los medios de comunicación. Josep Borrell ganó las elecciones primarias, se cumplió el centenario del Athletic de Bilbao, y fallecían el cineasta Stanley Kubrick y el cantante Frank Sinatra. Apareció una revolución médica, la popular Viagra. Y entró en vigor la moneda única europea: el euro sustituía a la peseta en nuestros mercados. Sucedían todos estos acontecimientos, cuando en la madrugada del 25 de abril de 1998 se produjo, sin duda, la principal noticia ambiental de España en décadas: la balsa minera de Aznalcóllar reventó, dejando escapar más de cuatro hectómetros cúbicos de aguas fuertemente ácidas en las que, disueltos, viajaban lodos cargados de metales pesados.
Ante tal situación, los medios de comunicación entraron en ebullición y se cometieron errores iniciales de bulto: falta de rigurosidad de las fuentes, desinformación generalizada –sobre todo en la prensa internacional–, manipulación interesada de datos, escasa especialización de los periodistas… No obstante, este suceso fue la raíz de la construcción de algo importante y –no lo olvidemos– partió de una demanda de la sociedad: un periodismo ambiental y científico sólido, responsable y especializado, que fuese capaz de valorizar las fuentes, examinar todos los vértices de una noticia y transitar del suceso al proceso con una óptica panorámica de ojo de pez. En este momento, aquel 25 de abril, ciertamente nació un nuevo periodismo ambiental y científico que llegó para quedarse y que alimentó una casta de profesionales que hoy, desde distintos medios, pueden presumir de su absoluto compromiso.
Suscríbete a nuestra newsletter
y recibe el mejor contenido de i+Descubre directo a tu email