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20 de junio de 2017

Sierra de Grazalema, 40 años como Reserva de la Biosfera

Fotografía ilustrativa de la noticia

Informa: Luz Rodríguez / Fundación Descubre.

Asesoría científica: Juan Clavero y Abelardo Aparicio.

En 1977 un grupo de científicos encabezados por Emilio Fernández Galiano, catedrático de Botánica de la Universidad de Sevilla, promovieron la declaración de la Sierra de Grazalema como Reserva de la Biosfera. Sus trabajos e investigaciones en los bosques de pinsapos les llevaron a conocer un espacio natural único, a caballo entre las provincias de Cádiz y Málaga, que había que proteger. Cuarenta años después de aquella declaración, el Parque Natural de la Sierra de Grazalema, tras sobrevivir a la amenaza de la especulación urbanística, permanece como un paraje de gran belleza y valor natural. Todo ello gracias al trabajo de los habitantes de los catorce municipios que lo conforman que han sabido ver en la defensa y protección de su entorno una oportunidad para la economía local a través del turismo de naturaleza, la agricultura y la artesanía tradicionales.

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Pinsapar en la Sierra de Grazalema.

Pinsapar en la Sierra de Grazalema.

Cuando la Sierra de Grazalema fue declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO, a finales de los años setenta, apenas transcendió a nivel nacional. Las cosas empezaron a cambiar cuando en el 1984, la Junta de Andalucía recibe las competencias de protección de la naturaleza y se incorporan los primeros biólogos a la administración andaluza. Conocedores del trabajo de Fernández Galiano en la Sierra de Grazalema, promueven la creación del primer Parque Natural de Andalucía en 1986. Los inicios no fueron fáciles. La puesta en marcha de una normativa ambiental provoca la reacción en contra de propietarios y alcaldes como recuerda el primer director del Parque Natural de la Sierra de Grazalema, Juan Clavero: “Fue duro sobre todo en la época de la burbuja inmobiliaria, porque los ayuntamientos sólo querían construir. Afortunadamente pudimos parar la proliferación indiscriminada de urbanizaciones e incluso de un campo de golf en los llanos de Villaluenga”. Y añade: “Si vemos la sierra desde el año 84 hasta ahora, todo ha evolucionado para mejor. Los bosques están en mejores condiciones, los ríos están limpios gracias a las depuradoras y tenemos un turismo de calidad, respetuoso, que sabe apreciar y disfrutar de este entorno privilegiado”.

Juan Clavero, primer director del Parque Natural de la Sierra de Grazalema.

Juan Clavero, primer director del Parque Natural de la Sierra de Grazalema.

La declaración de Reserva de la Biosfera por parte de la UNESCO supone un reconocimiento internacional a los sistemas de aprovechamiento de los recursos naturales mediante una relación equilibrada entre el hombre y la naturaleza. Las Reservas de la Biosfera son una figura de protección sin una normativa propia. Es  responsabilidad de los gobiernos nacionales, regionales, comarcales y locales, el establecimiento de medidas concretas de gestión, que atiendan a las características específicas de cada una.  Y así lo han entendido en esta comarca serrana donde aquella figura de protección se ha convertido en un valor añadido, en una marca de calidad. El logotipo que indica este reconocimiento está presente en los carteles y folletos de información del Parque.

Para Juan Clavero, “como biólogo fue un sueño ser director de un parque natural. Disfruté muchísimo poniendo en marcha todo el proceso. Tuve problemas al principio con aquellos que no querían respetar la normativa, pero con el tiempo me han dado la razón. Veo que lo que he hecho, junto a otra mucha gente,  ha servido para algo. Cuando veo a la gente haciendo senderismo o disfrutando de un baño en las aguas limpias del río, me da mucha satisfacción”, destaca Clavero.

En estos años se ha recuperado la agricultura tradicional, y el ganado, en su manejo extensivo, colabora en la protección contra los incendios forestales. “Se ha producido  un boom en la creación de empleo, de industrias pequeñas y locales. Ahora hay quince queserías cuando hace veinte años no había ninguna. Se han recuperado cortijos, fincas y molinos, y también especies ganaderas como la oveja merina o la cabra payoya. Los visitantes compran productos locales y se alojan en establecimientos de aquí. La gente viene por lo bien que está el Parque”, resalta con satisfacción.

Un laboratorio natural de 53.411 hectáreas.

Si lleva cuatro década como Reserva de la Biosfera es porque se lo merece. En la Sierra de Grazalema se pueden encontrar en torno a 1.300 especies diferentes de plantas superiores (algunas de ellas endémicas y exclusivas), lo que supone una diversidad casi semejante a la que se puede encontrar, por ejemplo, en todas las Islas Británicas. Es un lugar privilegiado para la investigación. Bien lo sabe Abelardo Aparicio Martínez, catedrático de  Botánica de la Universidad de Sevilla  y gran conocedor de la zona y de su especie más emblemática. “El pinsapo (Abies pinsapo) es una especie de conífera que tan solo crece en Grazalema, Sierra de las Nieves y Sierra Bermeja, a la que se considera relicta de una distribución mucho más amplia que los abetos tuvieron hace unos veinte mil años alrededor de toda la cuenca del Mediterráneo. Hoy día, de esa amplia distribución de abetos quedan unas pocas poblaciones muy aisladas y separadas como especies independientes en enclaves favorecidos en el norte de Marruecos y Argelia, Sicilia, el Penopoleso, Anatolia y el Líbano”, comenta Aparicio.

'Papaver rupifragum'.

‘Papaver rupifragum’.

Para este experto y autor del libro Flora del Parque Natural de la Sierra de Grazalema, es muy importante la preservación de su entorno. “Gracias a las políticas de conservación y gestión el pinsapar de Grazalema se ha extendido de forma notable en las últimas décadas y se considera hoy día un pinsapar joven y en buen estado de salud. La buena conservación del entorno es fundamental  para que sus piñones, una vez que se dispersan, puedan germinar y las plántulas establecerse”.

Desde un punto de vista científico, para este catedrático la declaración del Parque Natural ha supuesto el apoyo por parte de las administraciones para el desarrollo de diversos proyectos de investigación cuyos resultados han sido fundamento para el desarrollo de políticas de gestión  relacionadas, por ejemplo, con la biología del pinsapo, el estudio de plantas amenazadas, el desarrollo de un jardín botánico en el Bosque, etc.

“Recuerdo con claridad que, en las primeras visitas que realizábamos a Grazalema para el estudio de la flora al inicio de los años 80, éramos sin lugar a dudas un grupo de forasteros con el extraño oficio de buscar flores. Hoy los pueblos de la sierra han tenido un desarrollo urbanístico y turístico tal que a menudo se hace difícil distinguir el local del visitante. Es tan solo una añoranza, pues el desarrollo económico de la zona sin duda repercute de forma positiva y directa en el bienestar de los habitantes y en la conservación de sus recursos naturales”, comenta el investigador.

Visitas obligadas y rincones para perderse

Para Juan Clavero, el pinsapar es de visita obligada pero hay un paraje por el que le gusta especialmente pasear, “una cosa única”, los llanos de la Sierra de Líjar.  “Hay formaciones calizas y una llanura a 1.000 metros de altura, con un río, que en primavera, cuando está verde, parece que estás en los Pirineos”.

Abelardo Martínez opta por destacar momentos vividos en rincones especiales de esta sierra que tan bien conoce. “En muy pocos kilómetros puede disfrutarse de dos mundos paisajísticos y botánicos casi contrapuestos: el ambiente agreste, abrupto, rocoso y brillante a la vista del núcleo calcáreo frente al ambiente nemoral, mágico y misterioso de alcornocales y quejigares en un día de lluvia. Rincones, muchos; momentos, todos. En especial un día en el mojón de la cumbre del pico de Reloj (hoy día destruido) cuando quien fue mi director de tesis me dijo, entre que pasaba uno y otro nubarrón: “¿ves todos esas montañas alrededor? Pues esa es tu zona de tesis”. El rio Guadalete aún serpenteaba bajo el puente romano de Zahara”, rememora.

Sin duda un patrimonio natural, como muchos otros con los que cuenta la comunidad andaluza, que hay que seguir protegiendo para el disfrute de todos y de las futuras generaciones.


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