12 de enero de 2017

Elías Fereres: Un revolucionario con traje de ingeniero

Fotografía ilustrativa de la noticia

Informa: Elena Lázaro.

Asesoría científica: Elías Fereres Castiel.

Llegó a Estados Unidos cuando la Revolución Verde de los sesenta ya había convertido a otro ingeniero agrónomo, Norman Borlaug, en un mito. Elías Fereres (Larache, Marruecos, 1946) se doctoró en Ecología en la Universidad de California cuando la ingeniería agronómica estaba llamada a convertirse en el arma final contra el hambre.

Elías Fereres, catedrático de Producción Vegetal, profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica y de Montes de la Universidad de Córdoba e investigador del Instituto de Agricultura Sostenible del CSIC.

Elías Fereres, catedrático de Producción Vegetal, profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica y de Montes de la Universidad de Córdoba e investigador del Instituto de Agricultura Sostenible del CSIC.

Cuatro décadas después, este catedrático de Producción Vegetal, profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica y de Montes de la Universidad de Córdoba e investigador del Instituto de Agricultura Sostenible del CSIC, vuelve a estar en la primera línea de la lucha contra la desigualdad, si es que alguna vez la abandonó.  Su ejército, una pléyade de ingenieros de medio mundo a los que dirige desde el 1 de enero de 2017 cuando la Real Academia de Ingeniería española, a cuya presidencia regresó en 2011 después de su primer mandato fundacional en los años noventa, ha asumido la presidencia del Consejo Mundial de Academias de Ingeniería y Tecnología. A pesar de la relevancia que parece tener la tarea, Fereres mantiene la calma y enumera los retos a los que se enfrenta la Academia con un sosiego más propio de una faena cotidiana que de una labor supervisada en parte por la ONU.

El tema elegido por la Real Academia Española de Ingeniería para la conferencia anual de 2017 ha sido la bioeconomía, aunque también se abordarán dos asuntos que el profesor menciona como internos, pero que bien podría calificar como universales: la diversidad de la ingeniería, aún escasa por la falta de mujeres y de representantes de todo el planeta, y la ética profesional. Por delante le quedan doce meses de trabajo junto a la vanguardia internacional de la ingeniería, representada por las academias británica, china y americana, entre otras, durante los que se pondrán bajo la lupa los últimos avances en seguridad alimentaria y en lo que ya se conoce como ‘blue economy’, la explotación sostenible de los océanos como fuente de energía y materias primas para sectores como el farmacéutico.

No obstante, es en la primera en la que más se detiene Fereres. Él mejor que nadie es capaz de presentar un diagnóstico bastante certero de la aportación que la ingeniería puede hacer a ese tipo de seguridad, que comienza por la soberanía alimentaria. Al fin y al cabo le ha dedicado casi cuatro décadas de estudio.  Denostados los principios de aquella Revolución Verde que logró frenar el hambre, pero que no reparó en criterios que tuvieran que ver con la biodiversidad o la conservación de los suelos, la investigación agronómica lleva años empeñada en proporcionar herramientas que garanticen el desarrollo de los cultivos bajo los principios de la sostenibilidad y la gestión adecuada de los recursos. El equipo de investigación que Elías Fereres dirige y en el que se unen investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y la Universidad de Córdoba mantiene desde hace tiempo una línea de trabajo que pretende encontrar soluciones que ayuden a los agricultores a obtener cosechas óptimas utilizando la menor cantidad de agua, abonos o productos fitosanitarios. El secreto de esa fórmula mágica está en los sistemas de predicción de cosechas basados en la combinación de diferentes indicadores: tipo de suelo, temperatura, área geográfica, tipo de cultivo, climatología…  Unos modelos que la FAO ha unido en el programa informático Aquacrop desarrollado por el equipo de Fereres en colaboración con investigadores belgas y americanos, y transferido a técnicos de países en vías de desarrollo. Y es que, a pesar de lo atractivo que el trabajo de estos ingenieros pudiera resultar para la gran industria agroalimentaria, sus proyectos tienen una reveladora vocación revolucionaria.

Como Borlaug en los años sesenta, Fereres es de los convencidos de que la ciencia y la tecnología deben ser puestas al servicio del progreso de la Humanidad y no de los intereses económicos de unos pocos. En su caso, su discurso queda refrendado por una trayectoria investigadora en la que los proyectos internacionales tienen como compañeros de viaje no pocos países de ese otro mundo invisible que es África. Y es que para ese profesor sólo la capacitación técnica del mundo en desarrollo conseguirá romper la brecha tecnológica que mantiene a los agricultores africanos en la más absoluta miseria. Ese compromiso permanente le hace ser optimista. Fereres cree que no hay marcha atrás y que la paz de la que ya ha conseguido disfrutar la mitad del continente será el mejor caldo de cultivo para su desarrollo, un avance que comenzará cuando África ostente una auténtica soberanía alimentaria.

Ese optimismo de Fereres no lo convierte en un utópico, ni un soñador. Se limita a hacer su trabajo bien pegado a la realidad. Como buen ingeniero, Fereres parece un hombre práctico. Sabe que la Humanidad camina lenta pero por el buen camino. Asegura que echar la vista atrás siempre devuelve una imagen peor que el horizonte que se adivina mientras avanza. Ni siquiera le preocupan anécdotas como el Brexit, que considera un error de personas desinformadas que no frenará a los jóvenes europeístas que han crecido en un mundo sin fronteras. Lo único irreal, a juicio del profesor, es el capital financiero. Ese ‘fantasma’ que recorre el planeta es el verdadero peligro para la Humanidad porque es cortoplacista y oscuro, y porque, a diferencia del viejo capitalismo industrial, no produce nada, no es real.

Una conversación con Elías Fereres es uno de esos lujos que conviene concederse de vez en cuando. En sus palabras nunca hay preocupaciones cotidianas ni problemas diminutos, sino asuntos universales y mucho pensamiento. Por eso resulta complicado ponerles fin y siempre conviene buscar una excusa para cerrar la charla con un punto y seguido, desde la certeza de que los problemas seguirán llegando y este ingeniero con vocación de humanista seguirá buscándoles solución.


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