21 de julio de 2016

Sistema inmunológico, centinela de la salud

Fotografía ilustrativa de la noticia

Informa: María José Llobregat / Fundación Descubre

Asesoría científica: Elena González Rey.

El cuerpo humano es el escenario donde se libra una batalla diaria, cotidiana, que enfrenta al organismo con las hordas de virus, bacterias, hongos y agentes infecciosos que lo rodean. Pero nada está perdido. Todo es cuestión de ciencia: existe un potente complejo defensivo, formado por células, proteínas y tejidos, que permanece vigilante y dispuesto a entrar en acción. La bióloga Elena González Rey, del Instituto de Parasitología y Biomedicina ‘López Neyra’ de Granada, cuenta cómo funciona este ejército biológico.

Elena Gonzalez Rey investigadora de CSIC/ 24/02/15/ Foto: ©GARCIA CORDERO

Elena González Rey.

Sistemas de defensa los hay en todos los ámbitos. En el terreno bélico son incontables. La  férrea lucha entre soviéticos y alemanes en el histórico ‘Sitio de Leningrado’ o la batalla de las Termópilas, donde los espartanos dieron rienda suelta a sus particulares tácticas. En deportes, la lista es inabarcable, desde la apertura siciliana, en ajedrez, hasta el memorable Madrid de Di Stéfano, que hizo suya la frase ‘la mejor defensa es un buen ataque’ con su ya mítica delantera formada por Kopa, Puskas, Gento, Rial y el propio jugador argentino. Sin olvidar las técnicas de defensa personal…

Pero, entre todos los ejemplos posibles, el sistema más antiguo y, sin duda, más complejo, es el inmunológico. Este entramado de moléculas de diverso origen -proteínas, glúcidos, lípidos-, células y tejidos es el mecanismo de defensa y reparación que tienen los organismos frente a cualquier elemento que pueda provocar un daño. Ya sean externos, como virus, bacterias, parásitos o, incluso, una herida; o internos, por ejemplo, en un cáncer, donde las propias células tumorales han sufrido una serie de alteraciones que las convierten en extrañas, malignas y perjudiciales.

Para cumplir con esa misión protectora, el sistema inmunológico cuenta con una capacidad única. Así lo indica la bióloga e investigadora Elena González Rey, del Instituto de Parasitología y Biomedicina ‘López Neyra’, de Granada. “Su principal característica es la facultad de identificar lo ajeno frente a lo propio, como moléculas dañinas o patógenos. A partir de ese reconocimiento, se ponen en marcha todos los mecanismos necesarios para eliminar el daño y/o el agente extraño”, explica.

La activación del mecanismo

Esa habilidad para diferenciar lo propio de lo ajeno constituye la primera de las fases en las que se divide el trabajo del sistema inmunitario. A continuación, viene una etapa de neutralización o anulación del patógeno que se puede realizar de dos formas: bien mediante unos tipos de células que fagocitan o engullen al elemento extraño, por ejemplo, los macrófagos o neutrófilos, o bien a través de otras sustancias o factores solubles, como lípidos y proteínas, que van a tener un efecto directo sobre el causante del daño.

Microglia fagocitando restos de mielina marcada.

Microglia fagocitando restos de mielina marcada.

La fase siguiente es la de eliminación del patógeno para evitar que éste ataque de nuevo. Para ello, las células de la primera barrera de defensa se comunican con otras más especializadas, los linfocitos. “De esa forma, ya sean los tipos celulares o los factores solubles van a impedir que ese elemento ajeno pueda seguir viviendo y multiplicándose”, comenta la investigadora, que en 2015 fue galardonada con la Medalla de Andalucía.

La última de las etapas es la generación de memoria. “Son los linfocitos los que van a guardar una especie de recuerdo en su estructura de manera que, cuando se vuelvan a encontrar con el agente extraño, se genere una nueva respuesta defensiva más rápida y específica”, continúa la experta.

En este sentido, González Rey señala que la primera reacción del sistema inmunitario ante un patógeno es lenta debido a la gran cantidad de tipos celulares que pueden participar en la defensa. “Sin embargo, cuando ya se ha tenido un contacto previo con el agente extraño, se almacena un tipo de memoria inmunológica que lo reconoce, aísla y neutraliza de forma que, la segunda vez que se encuentre con él, la respuesta será mucho más rápida”, aclara.

Defensa a tres líneas

Como cualquier sistema de protección que se precie, el inmunitario está formado por varias líneas de defensa que ofrecen distintos grados de respuesta. Así, la primera barrera con la que se encuentra un elemento invasor la integrarían la piel, las lágrimas, la cera de los oídos, la saliva, mucosas, como las nasales, o los jugos gástricos. “Es física, muy primaria, destinada a evitar la entrada de virus y bacterias, fundamentalmente”, explica la experta.

Si el patógeno traspasa esta barrera, entra en funcionamiento la inmunidad innata, integrada por células que actúan de forma veloz y contundente. “Es una respuesta citotóxica, es decir, para matar al patógeno, e inespecífica, pero rápida y simple, en el sentido de que intervienen pocos tipos celulares y éstos son sencillos”, argumenta. Y añade: “En este grupo están, por ejemplo, los leucocitos o glóbulos blancos, entre los que se incluyen los fagocitos que cumplen dos funciones básicas: engullir de forma indiscriminada y devastadora al extraño y comunicar su presencia en el sistema”.

La inmunidad innata está presente en casi todas las formas de vida, desde los organismos más básicos a nivel evolutivo, como las esponjas, hasta los más complejos como los vertebrados o mamíferos.

Linfocitos murinos basales.

Linfocitos murinos basales.

Estos seres vivos, más evolucionados, han desarrollado, además, una tercera barrera defensiva, más complicada, que se pone en marcha al ser activada por las células de la inmunidad innata: la inmunidad adaptativa. “A medida que nos enfrentamos a nuevas enfermedades, el organismo adquiere la capacidad de saber con quién se ha encontrado y de combatirlo específicamente sin dañar a otros tejidos o estructuras del individuo”, señala la investigadora.

De este modo, si en la inmunidad innata se reconocía al invasor, en la adaptativa se forma la memoria inmunológica. “Ésta se encarga, entre otras funciones, de producir anticuerpos, es decir, un tipo de proteínas con capacidad para neutralizar un patógeno concreto”, sostiene.

Un ejército de células

En este nivel, a diferencia del innato, aparecen células más especializadas, como los linfocitos, que montan una respuesta específica contra el patógeno gracias a la información que les proporcionan los fagocitos. Estos comunican la presencia de enemigos en el sistema, indicando el tipo de invasor. “Cada elemento nocivo tiene un código diferente. Así podemos reconocerlo y usar los mecanismos adecuados para derrotarlo”, explica.

Los linfocitos, por su parte, no sólo identifican al extraño por la información facilitada por los fagocitos. También son capaces, por sí solos, de reconocer las partículas perjudiciales. Estas células se dividen en dos tipos: linfocitos T, que comandan el ataque, y activan a los linfocitos B, los segundos, para que entren en acción. “Si los fagocitos engullían cualquier invasor, los linfocitos se especializan contra un solo enemigo”, aclara la experta.

Finalmente, los tipo B, al ser activados, producen dos clases de respuesta: humoral, generando anticuerpos, sustancias con capacidad para neutralizar un patógeno concreto; y celular, mediante la producción de células de memoria, que se encargan de recordar aquello que las activó para que, al encontrarse de nuevo con los mismos invasores, puedan atacarlos antes incluso de que el cuerpo enferme.

Con esta información en su haber, el organismo dispone de las herramientas necesarias para enfrentarse a sus enemigos. La tarea no es fácil y el combate se presenta cruento. “Tenemos capacidad para responder a miles de tipos de moléculas diferentes, presentes en patógenos distintos. Nuestro organismo está muy preparado. Pero, los agentes nocivos acechan por todos lados…”, comenta la investigadora. Así pues, como diría Julio César, considerado uno de los más grandes estrategas de todos los tiempos: “Alea jacta est!”.


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