03 de marzo de 2017

Dos casos recientes, Granada y Cheliábinsk

Fotografía ilustrativa de la noticia

Informa: Luz Rodríguez / Fundación Descubre.

Asesoría científica: René Duffard.

A las 22.30 horas del 11 de diciembre de 2016, un bólido o bola de fuego atravesó a gran velocidad los cielos de Granada y Almería. Era una noche despejada. Lo más llamativo del suceso fue que produjo ruido. Se escuchó un estruendo debido a que el meteoro explotó antes de tocar tierra como consecuencia del impacto contra la atmósfera terrestre de un meteoroide a una velocidad aproximada de 72.000 km/h y a una altura superior a los 20 kilómetros.

Por su parte, el bólido que sobrevoló la ciudad rusa de Chelíabinsk,  en la zona sur de los Urales, lo hizo a las 09.20 horas del 15 de febrero de 2013. El meteoroide sobrevoló varias provincias y la ciudad de Chelíabinsk en el momento de entrar en la atmósfera terrestre, hasta impactar a 80 km de dicha localidad. El bólido liberó una energía de 500 kilotones, treinta veces superior a la bomba nuclear de Hiroshima y explotó aproximadamente a 20.000 metros de altura.

“Hasta ahora no se habían considerado las consecuencias del estruendo que provoca el objeto a su paso por zonas urbanas. Puede romper cristales y alarmar a la población. De hecho en la ciudad rusa hubo numerosos heridos por rotura de ventanas. Lo que entró en Rusia tenía un tamaño de unos 20 metros, por lo que el estruendo fue muy grande. El objeto de Granada, por el contrario, se calcula que tenía menos de un metro”, explica René Duffard.

Los ojos de la comunidad científica y de la sociedad están puestos, vigilantes, en estos objetos que viajan por el espacio. “En estos momentos se pueden detectar fácilmente los de un kilómetro -especifica el experto-, creemos que los tenemos todos detectados, aunque, evidentemente, falta localizar muchísimos que están por debajo de un kilómetro de tamaño”.

En esto radica la importancia de estudiar este tipo de objetos. Hay muchos de 20 o 50 metros que no son tan grandes para ser un asteroide pero sí lo son para convertirse en un problema si entran en nuestra atmósfera. De hecho, a partir de los 100 metros de diámetro serían devastadores. Por eso hay que dedicar recursos y tiempo de investigación para poder detectar y estudiar si alguno puede ser potencialmente peligroso para nuestro planeta a corto plazo”, añade.

El papel de los observatorios de Sierra Nevada, Calar Alto y la Sagra

Para estudiar con más detalle este tipo de cuerpos, el IAA-CSIC está participando en un proyecto europeo llamado Small Bodies: Near and Far (SBNAF) que por tres años tiene financiación para estudiar en detalle unos 100 objetos. “El objetivo final de este proyecto es reunir toda la información posible sobre estos 100 objetos (algunos NEAs, Near Earth Asteroid), muchos asteroides del cinturón principal, algunos centauros y varios TNOs (Trans-Neptunian Object, incluyendo a Plutón) para hacernos una idea completa, lo más detallada posible, de ellos. Usaremos la información que nos proporcionan las técnicas de la fotometría, la espectroscopia, el radar, la radioastronomía, las emisiones térmicas de estos objetos, las ocultaciones estelares producidas por ellos y la información que nos llega desde los diferentes telescopios espaciales”, indica el astrofísico argentino.

Se realizarán observaciones nuevas, desde los observatorios andaluces de Sierra Nevada, Calar Alto y La Sagra para determinar, en detalle, sus formas, tamaños, densidades, así como las propiedades ópticas y térmicas de la superficie. “Algunos de los usos que va a tener toda esta información es poder definir estos asteroides como faros estándares para los radio-astrónomos, podremos saber el origen de estos cuerpos y conocer las propiedades de la superficie para en un futuro no tan lejano quizás hacer minería y extraer los materiales que nos interesen”, concluye.


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